sábado, 31 de enero de 2015

….DEL ERROR EN LA CONCEPCIÓN Y USO DE LA FILOSOFÍA


Cómo me duele mi relación con mi sufrida filosofía.
Comienzo por no saber realmente como llamarla, continuo por no poder completar su totalidad de contenido, me envuelvo en problemas sin solución, la adoro, la admiro, tan pronto como la veo con desdén aquellos días en los que pienso de su inutilidad.
Las filosofía sobre elementos abstractos, cualesquiera, es el camino, por propia definición, sin fin.
En su origen etimológico, así era y todo, es decir el amor a la sabiduría, sin más motivo que su contemplación. Las personas eramos, y lo hemos sido hasta hace poco, comprendidas dentro de una estructura de entidades metafísicas, tales como el orden existente, la esencia de los objetos, la bondad de los actos, la existencia de la justicia y otros contenidos similares.
Y he aquí donde tendremos que establecer la bifurcación en el camino y buscar un cambio del pensamiento, es decir, reflexivo, pero que se acerque bastante más a nuestra comprensión de la vida.
La verdad está en lo fácil y lo sencillo, lo primero es simple.
Hay muchas sentencias de grandes y conocidos filósofos que huyen tremendamente de la comprensión directa y fácil y se sumergen en unas estructuras de conceptos difíciles de entender y de relacionar.
Hay que hacer reflexiones aplicables, un estudio de la realidad circundante sin más apoyo y ayuda que tus sensaciones primeras.
La incursión de grandes e inmensos términos y significados, son los que hacen que las personas huyamos de los escritores llamados filósofos.
En sus primeros momentos, aquellos que la formalizaron y comenzaron a tratarla como tal, poco o nada tenían que ver con las personas de la realidad actual.
Hay que hacer interesante y atractivas estas reflexiones para todos y esto consistirá en darle una utilidad a esta acción, quitarle su pura dimensión artística-intelectual y trasmitir los pensamientos de una manera clara y sin términos no usuales y cotidianos.
He estudiado el arte de la filosofía, pero no quiero que se quede en el museo, sino que salga a la calle y para ello, hay que quitarle el marco conceptual y demás de grandísimo peso y pasearla debajo del brazo y conversar con los demás sobre ésta.
La filosofía ha de cambiar, debe de dejar de estar hecha bajo una serie de condiciones que permitan su extensión y deje de ser un bicho raro en el corral de las ovejas.
Los autores deben de entender al público que van dirigidos sus escritos.
Me niego a pensar en la filosofía como una fruta del bosque carameleada sobre una galletita y quiero que la entendamos como un buen plato de pasta que nos dé energía.
Yo disfruto con Wittgeintein, Nietzsche, Kant, Hegel, Ortega, Aristoteles, pero soy también consciente que su lectura y disfrute no está enfilado hacia casi nadie, sin experiencia en esto, pues se convierten en una lectura difícil, lenta y de dura comprensión y además, tras ello, te queda, para aquellos que la busquemos, una gran satisfacción intelectual, pero nada más, y esto no ha de ser así.
No hay que hacer de la capacidad humana de reflexionar sobre algunos temas vitales, un ejercicio de filosofía lejana e inutilizado por su propia definición.
No filosofía, si no, historia del pensamiento y reflexiones.
Las reflexiones sobre el mundo, su entidad y su orden tenemos que plasmarla y explicarla en el mismo plano de aquello sobre lo que desean explicar.
Si queremos hablar del espíritu, hablamos de hasta donde llega tu alma con esta canción y la existencia o realidad de esta esta que lo acoge, allí y en ese momento y no sobre la necesaria Ontología metafísica en la dualidad inherente en el ser humano.
Busquemos una reflexión interesante y no una filosofía tórrida y lejana.
Dejemos de entendernos como totalidades a la hora de explicar los acontecimientos y expliquemos el mundo desde nuestra pequeña individualidad.
Cuanto más alejas la filosofía de la persona primera, menos interesante será potencialmente.
Hablar con sabiduría (sophia), no necesita de los grandes discursos e ideas.




Articuloshiperbolicos.blogspot.com

Amazón. Libros. Alberto Barata Aznar

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