LA
DECEPCIÓN
II
Con
la luna al fondo, sus melenas se dibujaban en negro acabadas en
gordas terminaciones perfiladas. Ella, Ana, lo llevaba suelto, ancho,
poblado que apenas dejaba ver sus hombres y él, Andrés, con su
media melena que terminaba con un gran mechón que le caía por su
frente.
Ana,
estaba sentada en el césped y con sus botas negras apoyadas en una
piedra dejaba, en el espacio de los tacones, entre ver el destello de
esta misma luna que además primero se reflejaba en los cuellos
subidos, de la cazadora de cuero de Andrés.
-
Ana – le dijo mientras se giraba dejando detrás el humo del
cigarrillo que se estaba fumando, no me pienso hundir en las
banalidades, no quiero morirme en la normalidad.
Ana
no lo había dejado de mirar en todo momento mientras éste hablaba.
Fría, calculadora, pero sobre todo, vivas, muy viva, le dijo
-
Me tienen aburrida – dijo gesticulando lanzando hacia adelante la
palma de su mano, pero ¿qué hacemos?
Encuadrada
entre los dos y algo más a tras estaba su moto. La luna no sólo
pasaba por ella, si no además hacia relucir las terminaciones,
marcas y adornos metalizados. El estrecho deposito central estaba
perfilado en plata y los dos cilindros que salían justo debajo y
opuestos el uno del otro, de 1.300 cc acababan pulidos y brillantes.
Dos sillines a nivel y por debajo de ellos dos enormes tubos de
escape preparados para 1.300cc a 8.000 revoluciones. Los tubos tenían
pequeños enrejados que hacían mas huidizo lo brillante. Y suya, muy
suya.
-
Cojamos la moto y vayámosnos para no volver nunca – le dijo Ana,
mientras levantaba el mentón y le miraba. En sus ojos sólo había
el reflejo de la luna.
Andrés
sonrió, grande, visible mientras se quitaba el gorro plano caminando
hacia ella agachándose como buscando su nariz con la suya, le dijo
-
¿Quieres dejar todo lo que tienes?,¿tu mundo, tu gente?
-
Mi mundo y mi gente eres tú, mi gatito.
Andrés
sonrió, paró de andar y dándole una calada más a su cigarrillo de
tabaco de liar, giró y se puso a andar otra vez hacia la luna.
-
¡Son una panda de capullos!, no comprenden nada – dijo Andrés
-
Eso ya lo sabías. Lo hemos intentado. O los dos o ninguno,
vayámonos.
Mientras
esto le decía se incorporaba.. Tenía unas piernas fuertes y largas,
con las cuales todos los pantalones resultaban insinuantes, aquel era
de cuero, todavía más, y ella lo sabía.
Andrés
ya estaba mirándola cuando ella acabó de levantarse, volviendo,
mientras andaba despacio pero con fuerza extendiéndole la mano.
-
Amor, ya, cojamos la moto – decía mientras le estiraba la mano por
la manga de su querida y amada cazadora de piel una más.
La
posición de la chooper era vertical y los apoyaderos de pies del
copiloto estaban unos centímetros por encima del freno y cambio de
marchas del conductor con lo que las rodillos del de atrás se
quedaban a la altura de la cintura del piloto con lo que los
pantalones de cuero negro algo brillante quedaban a la altura de la
cazadora de lados verticales como una bonita prolongación. Mucho
cuero, pero más estilo.
Se
le había roto el arrancador eléctrico y lo tuvo que hacer a
palanca. Le gustaba, pues poner en marcha buen motor de 1.300cc al
aire así, era realmente sugerente. Agarrado al volante tenía que
ponerse de pie sobre la palanca hasta que ella cedía y Andrés
mientras caía aceleraba y aquello comenzaba a rugir.
-
¿Hacia donde, Ana?
-
Por el camino contrario al que vinimos.
-
¿el día 24 febrero de 1978? - añadió Andrés con una sonrisa
cínica y graciosa.
-
Sí, el mismo, acelera – le dijo mientras acercaba su cuerpo a la
espalda de él.
II
Es
Valencia, justo el 24 de Febrero de 1978, cuando Ana y Andrés,
viniendo de Madrid y de la mano, están los dos parados observando la
plaza del ayuntamiento de la ciudad entre las sombras que los arcos
de la fachada de la estación, dibujadas en el suelo por el sol del
atardecer. No se lo proponían pero en más de un momento se
sorprendían cogidos de la mano observando el mundo.
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