martes, 28 de julio de 2015

LA TOURNE (Cap. 16)


Don Cipriano estaba nervioso.
No era, en ningún momento, su primer gran concierto, ya fuere como autor o como enseñante, pero éste le tenía especialmente intrigado, expectante, temido que otros y no sabía si era por ser Andrés y su gran relación o ser por las  vueltas que había tenido, de momento, el pequeño cruero de la música, tal y como ha sido el reencontrarse con Marisa.
Allí estaba junto junto a ella, en la primera fila del habitaculo en frente del escenario.
Marisa había estado toda la mañana con la Alcaldesa, haciendo política y por la compañia, divirtiéndose. Especial se sentía de estar allí sentada al lado de Cipriano dispuestos, como ya aquel entonces, ha tener una hermosa experiencia musical.
Pedro permanecía en la parte trasera del escenario, con los dos músicos, esperando el momento en el cual indicarles que entrasen cara al  público.
Estaba el auditorio lleno.
Carmen era conocida y tenía un buen prestigio bien ganado.
Andrés no era conocido más  que por sus compañeros, medios y personas especialiadas en la materia  o de la gestion y demas del conservatorio. Pero allí estaban los Japoneses, la alcaldesa y la directiva del sindicato de empresarios. Mucha publicidad entonces y como consecuencia, mucha gente.
Salieron a tocar.
El silencio comenzó hasta que Carmen empezó  acarizando muy suavemente las cuerdas en el mastil de su violín  y terminó , a la hora y media más sus respectivos entrepiezas, con un enfurecido y virtuoso final en piano, que regaló Andrés.
Exito, grande.
Se empezó a hablar de Andrés aquella tarde noche.
La expectativa  sobre el último concierto que daría  la pareja la próxima  semana, Jueves, se hizo palpable.
Esa noche se dijeron que se lo habían  ganado y decidieron irse, los cinco, a Cenar a un buen restaurante, financiado, en forma de dietas, por la generalitat.
En la mesa redonda del sitio donde fueron, aparecieron sentados Carmen y Pedro, juntos, don Cipriano y Marisa también  y Andrés , entre ambas mujeres, cuando les trajeron una delciosa ensalada de congrejo con salsa blanca de perejil  de primer plato.
Más que por casualidad ha sido un desafortundo accidente que nos sentasemos asi - pensó Carmen.
Marisa y don Cipriano, agusto y bien se encontraban. Don Cipriano, siempre dentro de una máxima formalidad, se encontraba  relajado y suavizaba algunas esquinas de su persona aquella noche. Pedro hablaba con Carmen entre buenos comentarios y la mirada de decirle que tú y yo solos, tenemos un secreto.
En estos trances, el único que estaba apartado de ellos y en un momento de silencio colectivo, comenzó a hablar Andrés.
- Quiero cambiar la pieza para el próximo  concierto.
En función  de su peronalidad, pusieron cada uno una gran cara de sorpresa.
- ¿De qué hablas?, Andres - le dijo don Cipriano.
- Carmen, no es por ti. Eres una gran y magnífica  Violinista. Lo saben y lo sabes y a los hechos de tus conciertos me remito, es por mi y quiero proponeros la Sonata número 29 en Si mayor, opertura número 106,  Hammerklavier - la pronunciación fue muy correcta- quiero que oigan mi trabajo.
- No podemos hacer, sinmás, un cambio de contenido ya pactado - dijo Marisa.
- Y me tienes que decir la duración, para  que viera si se pudiera, en su caso, acoplar a los horarios.
- Sabes, imagino, mi parte en aquella pieza - afirmó Carmen.
- Si, poca, un suave acompañamiento .
- Es decir, nada - le respondió Carmen mientras se alejaba hacia el respaldero de su silla.
Don Cipriano sonreía  para sus adentros. !Por fin!, aquí  llega. La susodicha pieza de Beethoven, tenía  una monumental fuga, absolutamente difícil , asequible en su correcta interpretación  sólo para los elegidos y más, con público delante. Quería ir a por todas. Don Cipriano, sin ninguna introducción , comenzó a hablar.
- Marisa, yo daré todas las explicaciones a nivel oficial de este cambio, Pedro la duración  oscila sobre los dos o tres minutos más  de primer concierto y Carmen, tu dirás - le dijo como un añadido.
Todos se giraron a mirarla. No le gustaba ver los partidos desde el banquillo, pero, tras mirar a Andrés, cambió el semblante y con mucho relax y calma le dijo que no había ningún problema si Andrés era capaz de interpretarla - te acompañaré muy gustosamente. Andrés era una persona buena y la gente le cogía cariño. Se le notaba, iba con la cara al descubierto.
- Bueno, pues mañana a primera hora comenzamos a trabajar. Tendremos 5 días  para prepararlo. Entre comentarios amables y mucha tranquilidad la cena llegó a su final.
En su ciudad y cerca del lugar del trabajo habitual, don Cipriano y Andrés, cogieron el camino, los dos juntos, hacia sus casas por el lecho del ya dicho hermoso jardin.
- Si, maestro, estoy preparado.
- Esta pieza la hemos ensayado en varias ocasiones y dentro de su gran difcultat no fueron nada mal los ensayos - añadio don Cipriano, y siguió- ¿has decidido salir de la concha?, ¿quieres subirte al caballo de la búsqueda  del reconocimento de tu arte y los aplausos del público  como sintoma del objetivo conseguido?
- Si.
Continuaron caminando en silencio los dos varios minutos.
- Don Cipriano ¿debía esperarme?
- !no!, !nunca jamás!, inténtalo ahora o nunca !juégatelo al máximo!, una porque no hay otro camino y otra porque puedes hacerlo. Ahora bien, en el caso del fracaso o la medianez, te será dificil, a nivel de crítica, salir de ella.
- Sí, lo sé, maestro - y bajando ligeramente la cabeza- pero sé
también, qué puedo y debo hacerlo.
Don Cipriano se giró y le sonrió. Pensamientos que jamás hubiera llegado a tener como correctos, le empezaban a llevar a mirar a Andrés como aquel hjo que nunca tuvo. Fue una sonrisa tierna y larga, que sorprendió a Andres, que se la devolvió corta y humilde.

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