Y allí estaba mi hijo, montado en un
caballo totalmente desbocado pues el olor a sangre ya se podía
sentir.
Con la mirada fija y los ojos
cristalinos, añoro el tiempo perdido con él, ya no era un
jovencito, era un hombre que tenía el tiempo a su favor.
Y yo un anciano que dejé que los
asuntos de los demás ciudadanos, de los Atenienses me hubiera
mantenido lejos de mi casa y de mi primogénito.
No me surgió ni un segundo, en mi
mente, mi hijo, que iba creciendo, mientras yo hacia la guerra en la
cuna de la babilonia, allí donde estaba el mundo y sus riquezas.
Ahora estaba a su lado. Iba a ir él,
delante de nuestras tropas a combatir por las tierras jónicas, las
costas del mediterráneo en Asia, contra los Persas, temibles
enemigos que quisieran llevarse nuestras tierras y entrar en nuestro
mar de las islas.
Era un semi valle y los soldados
persas alcanzaban de un lado al otro. Carros, caballo y elefantes
pero sobre todo un número de soldados a pie que yo jamás había
visto.
Nosotros, la caballería y los
Hipólitas. Teníamos bastantes menos soldados en tierra, pero
teníamos un número mayor de soldados sobre sus caballos.
Nuestra ventaja era la alzada del
terreno respecto a ellos, nuestra técnica y que no eramos
mercenarios, sino soldados de la península griega dispuestos a
defender nuestra tierra.
Arkido, hacia relinchar a su caballo y
gritaba cada vez que su caballo colceaba las patas traseras y
levantaba las delanteras.
Estaba a varios metros detrás de él,
pero me pareció oír en algún momento su corazón latiendo con
fuerza y pasión.
Hacia recular al rocín para girarse y
mirarme con ansiedad.
Quería morir o matar, espada contra
espada.
Dejó de pensar en el momento en que
los oráculos le invitaban a pelear y nuestro pueblo así se lo
pidió.
Me querían, obedecían y respetaban,
pero que mejor para ello que contar con un heredero fuerte, joven y
también respetado.
La noche anterior traté de hacerle
comprender que la lucha no es un asunto de pasión cuando tienes que
dirigir a tus soldados hacia la muerte.
Pero, la tranquilidad debía de
mantenerla yo y a Arkido las emociones y pasiones lo devoraban.
Ya casi estaban los primeros elefantes
Persas, dispuestos a cruzar el rio.
La proporción quizá fuera tres por
dos. Estábamos en minoría pero éste no era el motivo importante de
esta batalla.
La maniobra de pinza. Por los
laterales y mi rápida caballería, envolveré al ejercito y les
empujaré hacia el rio, a la vez que otra parte irá de frente hacia
ellos. Si algo les puede hacer dudar a los elefantes, sólo será si
no ven el fondo del rio. Éste estaba revuelto. Con algunas flechar
volverán hacia la orilla. Se aplastarán ellos solos y los que se
rindan, serán llevados a sus tierras.
Seguía mirando a mi heredero.
Veía el engaño de la muerte en sus
ojos.
Sentía la expresión de las locura en
su cara.
Me dijo que por favor “padre,
maestro, señor”, le dejara ir al frente de las tropas hacia los
elefantes.
Jamas debes de evitar que un hombre
busque la guerra defendiendo Atenas. Nada en el mundo tenía nuestra
belleza y sabiduría. Sería éste, el mundo, quien perdería si
cayéramos en manos de los orientales y sus sensitivas culturas nos
alejen de la sabiduría que aquí ha nacido.,
El tiempo pasa como un rio después de
una gran tormenta en el entrante otoño del mediterráneo que solo
respeta a los vetustos grandes tronco de los olivos, retorcidos y
bellos. Recuerdo al gran soldados que es, como un niño lleno de
dulzura e inocencia. La inocencia no la ha perdido todavía y se
lanzará buscando la justicia y la gloria hacia los enemigos.
No comprende todavía que los Dioses
son caprichosos con sus deseos y juguetones con nuestras vidas.
Seguía girando en si mismo, sobre su
caballo mirándome con impaciencia y ansiedad y el resto de la
caballería que se lanzará contra los elefantes también. Los
soldados y el resto de los caballos, ya habían comenzado a subir por
las laderas laterales del valle para bajar después a cerrar el
camino de huida.
El plan era bueno, pero yo sabía que
todos los que de frente irán, morirán.
Mi hijo estará con ellos.
Yo me llenaré de angustiá mientras
mi hijo será alzado, al nicho de los héroes.
Traté de convencerlo del peligro y su
contestación siempre era la misma. Quería recorrer toda la
babilonia para traer riquezas y conseguir la paz duradera.
No pensaría en la muerte, sólo en la
victoria y la gloria.
Impertérrito debía de permanecer.
Había estado muchos años jugando con
mi muerte y la de mis soldados muchos años y ahora es cuando me
llega el miedo a la muerte y de mano de los otros.
Los elefantes ya estaban a casi a la
mitad del rio, pantanoso, oscuro y embarrado. Con torpeza se movían.
Apenas quedaban unos metros para
mandar a mis soldados contra ellos y a mi hijo a su frente. Y todos
hacia la muerte, que con su belleza y sus cánticos a todos los
estaba llamando. No pierde el que se muere, si no los que se quedan
lloran por él.
Recuerdo el primer día que le hablé
de justicia, orden, paz. Se emocionó. Tenía un alma justa, ilusión,
valor y fuerza física. Lo había educado en conocimiento al máximo
nivel. Traje maestros de todo el mundo por mi conocido.
Recuerdo su mirada cuando la di su
primera espada.
Aque día dejó de ser un niño. De la
noche a la mañana.
Había llegado el momento.
Me levanté de la silla.
Yo montaba pero no podía galopar en
guerra con el caballo.
Levante la mano derecha y miraba y
miraba a los elefantes.
El calor del cuerpo de los caballos
nublaba mi imagen, el polvo levantado levantado con los cascos estaba
ya en los aires.
Aun luchando contra todas mis fuerzas,
baje la mano y mis soldados salieron.
No tuvo tiempo de mirarme.
Valientes, con coraje, con razón
salieron mirando de frente a los colmillos de los elefantes.
La batalla fue tremenda, la táctica
salió perfecta y los elefantes en su huida habían roto su ejercito
por la mitad y derrotados después con mucha lucha por nuestras
tropas.
La victoria fue nuestra, la gloria me
llegó, a la vez que los dioses se llevaron a mi hijo.
Su cuerpo fue recuperado y recibió
los máximos honores.
El pueblo nos vitoreaba de alegría y
lloró conmigo su muerte.
Han pasado muchos años y yo apenas
salgo del palacio.
Estoy realmente viejo.
Vivo feliz.
Mi mundo, mi ciudad que tanto quiero y
amo está en plenitud.
Igual en algunas noches siento que mis
ojos se bañan entre lagrimas mientras veo a mi hijo subsumido a los
lomos de su caballo, luchando contra su suerte y dispuesto a aceptar
su destino.
No dudo y sabía que iba hacia la
muerte.
Y cuando hubiera muerto, Hipolita, la
diosa, le dará su cinturón y harán el amor en la cama de su casa
hasta el último día de mi muerte, que vendrá a recogerme.
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