domingo, 25 de mayo de 2014

ARKIDO



Y allí estaba mi hijo, montado en un caballo totalmente desbocado pues el olor a sangre ya se podía sentir.
Con la mirada fija y los ojos cristalinos, añoro el tiempo perdido con él, ya no era un jovencito, era un hombre que tenía el tiempo a su favor.
Y yo un anciano que dejé que los asuntos de los demás ciudadanos, de los Atenienses me hubiera mantenido lejos de mi casa y de mi primogénito.
No me surgió ni un segundo, en mi mente, mi hijo, que iba creciendo, mientras yo hacia la guerra en la cuna de la babilonia, allí donde estaba el mundo y sus riquezas.
Ahora estaba a su lado. Iba a ir él, delante de nuestras tropas a combatir por las tierras jónicas, las costas del mediterráneo en Asia, contra los Persas, temibles enemigos que quisieran llevarse nuestras tierras y entrar en nuestro mar de las islas.
Era un semi valle y los soldados persas alcanzaban de un lado al otro. Carros, caballo y elefantes pero sobre todo un número de soldados a pie que yo jamás había visto.
Nosotros, la caballería y los Hipólitas. Teníamos bastantes menos soldados en tierra, pero teníamos un número mayor de soldados sobre sus caballos.
Nuestra ventaja era la alzada del terreno respecto a ellos, nuestra técnica y que no eramos mercenarios, sino soldados de la península griega dispuestos a defender nuestra tierra.
Arkido, hacia relinchar a su caballo y gritaba cada vez que su caballo colceaba las patas traseras y levantaba las delanteras.
Estaba a varios metros detrás de él, pero me pareció oír en algún momento su corazón latiendo con fuerza y pasión.
Hacia recular al rocín para girarse y mirarme con ansiedad.
Quería morir o matar, espada contra espada.
Dejó de pensar en el momento en que los oráculos le invitaban a pelear y nuestro pueblo así se lo pidió.
Me querían, obedecían y respetaban, pero que mejor para ello que contar con un heredero fuerte, joven y también respetado.
La noche anterior traté de hacerle comprender que la lucha no es un asunto de pasión cuando tienes que dirigir a tus soldados hacia la muerte.
Pero, la tranquilidad debía de mantenerla yo y a Arkido las emociones y pasiones lo devoraban.
Ya casi estaban los primeros elefantes Persas, dispuestos a cruzar el rio.
La proporción quizá fuera tres por dos. Estábamos en minoría pero éste no era el motivo importante de esta batalla.
La maniobra de pinza. Por los laterales y mi rápida caballería, envolveré al ejercito y les empujaré hacia el rio, a la vez que otra parte irá de frente hacia ellos. Si algo les puede hacer dudar a los elefantes, sólo será si no ven el fondo del rio. Éste estaba revuelto. Con algunas flechar volverán hacia la orilla. Se aplastarán ellos solos y los que se rindan, serán llevados a sus tierras.
Seguía mirando a mi heredero.
Veía el engaño de la muerte en sus ojos.
Sentía la expresión de las locura en su cara.
Me dijo que por favor “padre, maestro, señor”, le dejara ir al frente de las tropas hacia los elefantes.
Jamas debes de evitar que un hombre busque la guerra defendiendo Atenas. Nada en el mundo tenía nuestra belleza y sabiduría. Sería éste, el mundo, quien perdería si cayéramos en manos de los orientales y sus sensitivas culturas nos alejen de la sabiduría que aquí ha nacido.,
El tiempo pasa como un rio después de una gran tormenta en el entrante otoño del mediterráneo que solo respeta a los vetustos grandes tronco de los olivos, retorcidos y bellos. Recuerdo al gran soldados que es, como un niño lleno de dulzura e inocencia. La inocencia no la ha perdido todavía y se lanzará buscando la justicia y la gloria hacia los enemigos.
No comprende todavía que los Dioses son caprichosos con sus deseos y juguetones con nuestras vidas.
Seguía girando en si mismo, sobre su caballo mirándome con impaciencia y ansiedad y el resto de la caballería que se lanzará contra los elefantes también. Los soldados y el resto de los caballos, ya habían comenzado a subir por las laderas laterales del valle para bajar después a cerrar el camino de huida.
El plan era bueno, pero yo sabía que todos los que de frente irán, morirán.
Mi hijo estará con ellos.
Yo me llenaré de angustiá mientras mi hijo será alzado, al nicho de los héroes.
Traté de convencerlo del peligro y su contestación siempre era la misma. Quería recorrer toda la babilonia para traer riquezas y conseguir la paz duradera.
No pensaría en la muerte, sólo en la victoria y la gloria.
Impertérrito debía de permanecer.
Había estado muchos años jugando con mi muerte y la de mis soldados muchos años y ahora es cuando me llega el miedo a la muerte y de mano de los otros.
Los elefantes ya estaban a casi a la mitad del rio, pantanoso, oscuro y embarrado. Con torpeza se movían.
Apenas quedaban unos metros para mandar a mis soldados contra ellos y a mi hijo a su frente. Y todos hacia la muerte, que con su belleza y sus cánticos a todos los estaba llamando. No pierde el que se muere, si no los que se quedan lloran por él.
Recuerdo el primer día que le hablé de justicia, orden, paz. Se emocionó. Tenía un alma justa, ilusión, valor y fuerza física. Lo había educado en conocimiento al máximo nivel. Traje maestros de todo el mundo por mi conocido.
Recuerdo su mirada cuando la di su primera espada.
Aque día dejó de ser un niño. De la noche a la mañana.
Había llegado el momento.
Me levanté de la silla.
Yo montaba pero no podía galopar en guerra con el caballo.
Levante la mano derecha y miraba y miraba a los elefantes.
El calor del cuerpo de los caballos nublaba mi imagen, el polvo levantado levantado con los cascos estaba ya en los aires.
Aun luchando contra todas mis fuerzas, baje la mano y mis soldados salieron.
No tuvo tiempo de mirarme.
Valientes, con coraje, con razón salieron mirando de frente a los colmillos de los elefantes.
La batalla fue tremenda, la táctica salió perfecta y los elefantes en su huida habían roto su ejercito por la mitad y derrotados después con mucha lucha por nuestras tropas.
La victoria fue nuestra, la gloria me llegó, a la vez que los dioses se llevaron a mi hijo.
Su cuerpo fue recuperado y recibió los máximos honores.
El pueblo nos vitoreaba de alegría y lloró conmigo su muerte.
Han pasado muchos años y yo apenas salgo del palacio.
Estoy realmente viejo.
Vivo feliz.
Mi mundo, mi ciudad que tanto quiero y amo está en plenitud.
Igual en algunas noches siento que mis ojos se bañan entre lagrimas mientras veo a mi hijo subsumido a los lomos de su caballo, luchando contra su suerte y dispuesto a aceptar su destino.
No dudo y sabía que iba hacia la muerte.

Y cuando hubiera muerto, Hipolita, la diosa, le dará su cinturón y harán el amor en la cama de su casa hasta el último día de mi muerte, que vendrá a recogerme.

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