Si somos capaces a
través de la voluntad de imponer tus estados de ánimo a los provocados por unas
circunstancias, tenemos el buen camino iniciado.
Así como el dolor, la alegría, la belleza o fealdad no
pertenecen a este mundo físico y son impresiones personales, pueden ser pasados
por el filtro de tu personalidad y cribar los estímulos con tu voluntad
operativa.
No hagamos valoraciones sentimentales y seamos reos de ellas. Hagamos actos metodológicos, voluntarios que nos
producirán libertad.
Tenemos la mala costumbre de calificar todo aquello que
nos rodea como bueno o malo categóricamente. Las
impresiones externas no son nada hasta que nuestra mente es consciente de ellas
y le dan categorías puras, aplicando el elemento ontológico de los contrarios
siempre. No hay nada neutro, es decir,
con un valor añadido si se tercia y por la persona en cuestión. Es el reflejo
de nuestro énfasis y fijación patológica de darle a cualquier cosa un ámbito total y definitorio dentro de estas
antinomias entendidas como formativas de
la realidad.
Tantos personajes históricos como las hojas del olmo de
la historia, han debatido, contemplado y estudiado la distancia entre la
voluntad propia del individuo que acota y da sentido a la realidad y los
elementos circundantes formadores del mundo.
Este dualismo es producto de nuestra incapacidad de
aceptar la imposibilidad de la definición absoluta de las cosas y su esencia particular en el individuo. La salida es la construcción pragmática de la vida a través de la voluntad. Es el
asunto esencial de aceptar la variabilidad y entropía propia de la vida humana
y su necesario control con nuestra voluntad. La vida no está formada nomás que
por el uso que hagamos de estas impresiones externas a través de la voluntad y
la razón.
Tanto los problemas, como los males, como las desgracias,
son elementos inherentes del movimiento
vital y como tal hay que tomarlas.
Somos la voluntad que anda. Somos los sentimientos que despotrican
, la razón que la construye y sobre todo, caminamos, sentimos y pensamos,
saltando, como el colibrí entre las hojas del charco que forma la vida.
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