Arrancarme quería de mis sueños la
áspera realidad.
Agarrabame a cualquier pequeño
saliente de esos mundos irreales que me satisfacen.
Pero la vida, se vistió de negro, y
salió a buscarme sin dejarme quedarme allí.
Si la felicidad no la tenéis, yo os
la repartiré en mis sueños, que tengo para todos.
Y, en mis sueños y con aquella
canción, el tiempo se paró a mi ladito y comencé a escalar por las
locuras que entonces tenía.
Me estiran, me empujan y piensan
derrotarme rodeándome de imposibilidades y limitaciones que se
autoimponen todos los demás.
¡Soltarme la camiseta!, ¡dejad de
agarrar mi camisa!, ¡no enganchéis mis pantalones!, dejadme huir a
donde tengo lo que vosotros nunca fuisteis capaz de darme.
De un lado a otro de la cama, evaporo
mi cuerpo y me pregunto cómo sería mi vida si jamás tuviese que
regresar y pudiere estar danzando entre mis sueños hasta el final.
Y siempre concluyo igual y le digo a
ese que piensa entre las niebla de lo perdido que la vida no es más
inteligible que mis sueños.
Ayer, en el autobús, soñé como lo
conducía cuando el conductor se desmayó y había que llevar a esa
mujer que iba a parir.
Al coger el avión pensé en la
azafata que se enamoró de mi y que se bajó conmigo para quedarse a
mi lado en mi destino.
O, en la reunión de la naciones
unidas, viendo a la dirigente dándose un abrazo con su rival y
rodeados de un gran aplauso la paz llegó.
Que vivo, allá, en el último y más
alto monte, alimentándome de la sonrisa del pastor y de la dulce voz
de su mujer.
Soñé que nunca paraba de soñar y me
ponía a llorar a sabiendas que mañana debía de despertarme.
Perdido está el que opine que la vida
no son los sueños que tenemos en ella.
Pobre de aquel, que no tenga capacidad
de levantar sus pies volando entre los sueños.
Ayer soñé que por fin fui un maestro
virtuoso en el violín y que desde el misterio, caminaba por las
calles tocándolo, levantando la alegría, estupor y curiosidad de
los transeúntes.
El amor es parte inherente de los
sueños y sin este no se entienden.
Soñar, soñemos que es una virtud.
Quien lo trate con desprecio es porqué
no ha probado el caudal del rio de miel que surge de entre los
pliegues de la almuada.
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