Tenemos asumidas con normalidad unas
cifras del mundo actual que nos rodea.
Cuando me conciencio, las desprecio
con toda mi alma.
Las personas no somos tontas, lo que
nos cuesta es leernos interiormente.
Os aseguro que nuestra persona, lo
sintamos o no, se revuelca cuando nos hablan de cifras que se barajan
en diferentes momentos.
Ayer, periódico aquí en España,
hablándonos de un hombre, Barcenas, que además está en la cárcel,
pidiendo por trabajar, en un partido político, cuya mayor fuente de
financiación, es el dinero público, una indemnización, por su
despido tras, escuchen atentamente, por su entrada en prisión, de
900.000 euros.
Esta cifra, jamás será alcanzada, ni
trabajando toda su vida, por una cantidad grande de españoles.
Pero la proponen, la consultan, la
debaten, la calibran y la deciden tras meditación si se le dará o
no.
Esto es una vergüenza, lo miremos por
donde lo hagamos.
¡Cómo pueden tratar con tanta
facilidad, publicidad, premeditación y alevosía estas cifras!
Son la punta del iceberg de las
injusticias que forman el mundo actual.
No tiene ningún sentido que vivamos
rodeados de tales desigualdades justificadas, explicadas, permitidas
y marcadas como necesarias.
Hay diferentes personas, conocidas a
todos los niveles, que ganan millones de euros y que en el circulo
inscrito a su alrededor, con un radio de digamos 2 kilómetros, hayan
algunos que viven en la calle, bajo el frio y la lluvia del invierno.
No, no me los justifiquen en el
funcionamiento del mercado.
La competitividad formadora y
necesaria para el funcionamiento económico y social, no debe traer
consigo, estas barbaridades.
La concienciación de esta burla
pública es fundamental.
Debemos de dejar de tratar como una
normalidad aséptica y comenzar a indignarnos, todos, ante estos
sucesos.
No hablo, ni quiero ningún otro
sistema político, lo que pido es un ápice pequeño de igualdad y
límites.
Pido el desprecio público a estas
entidades, historias, movimientos, lugares, personas beneficiadas y
demás.
La concienciación colectiva.
El cambio pacífico ante la reacción
mayoritaria, es decir el resto de los miles que viviríamos con
aquello de lo que ganan unos pocos.
La admisión del hecho existente de la
desigualdad asumida y admitida, hay que romperla.
Debemos de dejar de permanecer
impasibles tras escuchar diferentes contratos que otorgan un salario
de varios millones de euros anuales.
El pueblo debe dejar de aceptar estas
cifras, estos datos y expresar claramente su desacuerdo ante esta
postura ilegal y degradante hacia los que nuestro tobillo no nos
permite hacer, eso sí, maravillas con el balón.
Debemos dejar de asumir como
necesarias e ineludibles las diferencias abusivas que se producen.
Ademas surge el segundo problema.
Éste está en aquellos que consideran
una revolución política o social estos comentarios.
¡No!, hablo simplemente de que
seamos conscientes de la hipocresía en la que vivimos.
Detesto aquellas personas que tienen
una cantidad inmensa de dinero, limpian su conciencia yendo a ver a
algunos niños que pasan hambre, a cantar, a tocar un balón, a
animar con su sonrisa, a que los miren como marcianos por su nivel de
vida, que con un cuarto de su dinero, dejarían, al menos el grupo al
que fueron, de pasarla el resto de su vida.
Señores, señoras, no puede ser que
vivan, pared junto a pared, aquel que le sobra el dinero y este otro
que tiene a sus niños pasando hambre.
No nos olvidemos y seamos conscientes
de esta barbaridad.
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