lunes, 21 de julio de 2014

EL CALCULO Y LOS PIRATAS




Tibias el Ateniense, así le conocían.
Hijo de una gran familia aristócrata, poderosa tanto en riquezas como en posesiones.
Tenía una enorme influencia política.
Tibias habíase educado con los mejores maestros de entonces.
Gorgias, Protágoras y Sócrates le dieron formación y usos sociales.
La ciencia y la matemática, estudiando a los Pitagóricos y la escuela cosmológica de Mileto.
Tenía una completa formación.
Hablaba Griego, Fenicio y tenía conocimientos de los idiomas logograficos como el Egipcio.
Aquella tarde noche se encontraba calculando la posición y distancia de los astros celestes estudiando los ángulos que se formaban entre lo que observaba y el perfecto triangulo rectángulo, que había colocado a diez metros de su mesa de trabajo, allá, fuera, en el jardín de su mansión.
Vivía en las montañas que rodeaban la ciudad.
Tenía acceso visual a toda ella.
Estaba cerca, pero fuera de ella.
Desde la altura, su sombra, la de su gran casa aristócrata, se alargaba por toda la polis.
Calculando las tangentes formadas estableciendo ángulos rectos trataba de calcular la distancia entre el rojizo y guerrero Marte y el azul oscuro y seductor Jupiter.
El conocimiento le llenaba, disfrutaba averiguando la verdad.
Pensaba que había nacido para conocer y comprender.
¡Qué otra razón más digna de la cúspide del cosmos! es decir, los hombres.
Atardeciendo cuando unas voces a la puerta de su casa le interrumpieron un calculo complicado, averiguando la proporcionalidad las distancias, y un tanto, molesto, esperó a que se presentaran los visitantes.
Eran los delegados y emisarios del senado.
- Tibias, señor ¡han venido!
- ¿Quien?
- Los pueblos de la mar, los piratas del mediterráneo.
- ¡Por los dioses!, ¡preparar las naves!, ¡rápido!
- Sí señor, pero desde la distancia no sabemos cuan lejos están y si tendremos tiempo a alcanzarlos en alta mar donde los podemos derrotar o llegarán al puerto, al anochecer, que en el caso que desembarquen, arrasarán con todo.
Se volteo y miro al lejano mar, apenas había luz pero se distinguían a lo lejos los barcos piratas.
Allí ondulaban las banderas pues habían fondeado.
Pero ¿a qué distancia?
Se puso la cara entre las manos y se arremolino el cabello.
Subió el mentón, permaneció quieto unos instantes, hasta que volvió a su mesa de estudio trastocando antes la posición del triangulo, posicionándolo en el horizonte de los barcos.
Permaneció, al menos media hora concentrado escribiendo y observando.
Utilizando las referencia, proporcionalidad y medidas, estaba calculando distancias.
En sus estudios militares había trabajado en lo referente al funcionamiento y patroneo de los barcos. Además había realizado varios viajes, de investigación y aprendizaje por todo el mar Egeo y las islas de la costa Jónica.
El emisario estaba más nervioso por momentos, a sabiendas que le estaban esperando para recibir instrucciones. Por motivos circunstanciales, Tibias se había quedado con mandato de la ciudad.
Tras ese tiempo, con calma y los ojos muy lúcidos, levantó la cabeza y le dijo tranquilo y pausadamente.
- Aquí te he escrito las ordenes que has de darle a los patrones de nuestros barcos, dirección y velocidad. Partirán dos escuadras cada una en la dirección marcada para atacar desde el punto de congruencia a los piratas. ¡Corre!, ¡Galopa!
El caballo se encabrito, hasta que el jinete, clavando las espuelas, salió rápidamente.
Tibias se volvió a sentar en la mesa de estudios en el exterior de su casa.
Los esclavos le sacaron un plato de las últimas y mas frescas verduras, mientras apuraba el vino.
Desde allí arriba el espectáculo era tremendo.
Las dos flotas Atenienses estaban saliendo del puerto.
Todas iban con las antorchas encendidas, en fila hasta que en la misma salida se separaron.
Pero, pasado no mucho tiempo, el fuego de las antorchas, se volatilizó en la oscuridad.
Tibias dejo de ver las naves y sacó de su túnica un pequeño reloj de arena que se compró, ya hace años, en el Egipto.
Creía en el orden del mundo.
Pensaba que todo era calculable.
Y allí estaba, esperando el resultado del calculo más importante de su vida.
Aquí no estaba tratando de la satisfacción vanagloriosa y natural del saber, sino que ahora trataba con la vida de las personas.
Había volteado diez y seis veces la reloj de arena.
A la diez y siete debía de converger y encontrar a los piratas todavía fondeados y desprevenidos.
A la par de cuando calculo, vio surgir llamas inmensas de fuego que quemaban las grandes velas de los que habían venido a por ellos.
Con la luz se observó claramente la victoria y triunfo de las naves Atenienses.
Desde la distancia y a la vez que las llamas se escondían el el mar mientras los barcos se hundían, se acabó la gran copa de vida. Las vides eran de la Itaca y el vino era inmejorable.
Distancias, proporciones, medidas, ese era el poder y así dominamos la naturaleza.
Vio volver, horas después a sus propios barcos.
Había puesto en práctica unos conocimientos que no estaban dirigidos hacia ello.
Quizás debía huir de la pura abstracción e intentar acudir a la realidad tangible.

Mientras, pausadamente y pesadamente se dirigía a la cama, pensaba en comentárselo y dialogarlo, mañana a su gran amigo Aristóteles más joven que él, pero, y lo pensaba con franqueza, también más inteligente.

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