Tibias el Ateniense, así le conocían.
Hijo de una gran familia aristócrata,
poderosa tanto en riquezas como en posesiones.
Tenía una enorme influencia política.
Tibias habíase educado con los
mejores maestros de entonces.
Gorgias, Protágoras y Sócrates le
dieron formación y usos sociales.
La ciencia y la matemática, estudiando a
los Pitagóricos y la escuela cosmológica de Mileto.
Tenía una completa formación.
Hablaba Griego, Fenicio y tenía
conocimientos de los idiomas logograficos como el Egipcio.
Aquella tarde noche se encontraba
calculando la posición y distancia de los astros celestes estudiando
los ángulos que se formaban entre lo que observaba y el perfecto
triangulo rectángulo, que había colocado a diez metros de su mesa
de trabajo, allá, fuera, en el jardín de su mansión.
Vivía en las montañas que rodeaban
la ciudad.
Tenía acceso visual a toda ella.
Estaba cerca, pero fuera de ella.
Desde la altura, su sombra, la de su gran casa aristócrata, se alargaba
por toda la polis.
Calculando las tangentes formadas
estableciendo ángulos rectos trataba de calcular la distancia entre
el rojizo y guerrero Marte y el azul oscuro y seductor Jupiter.
El conocimiento le llenaba, disfrutaba
averiguando la verdad.
Pensaba que había nacido para conocer
y comprender.
¡Qué otra razón más digna de la
cúspide del cosmos! es decir, los hombres.
Atardeciendo cuando unas voces a la
puerta de su casa le interrumpieron un calculo complicado,
averiguando la proporcionalidad las distancias, y un tanto, molesto,
esperó a que se presentaran los visitantes.
Eran los delegados y emisarios del
senado.
- Tibias, señor ¡han venido!
- ¿Quien?
- Los pueblos de la mar, los piratas
del mediterráneo.
- ¡Por los dioses!, ¡preparar las
naves!, ¡rápido!
- Sí señor, pero desde la distancia
no sabemos cuan lejos están y si tendremos tiempo a alcanzarlos en
alta mar donde los podemos derrotar o llegarán al puerto, al
anochecer, que en el caso que desembarquen, arrasarán con todo.
Se volteo y miro al lejano mar, apenas
había luz pero se distinguían a lo lejos los barcos piratas.
Allí ondulaban las banderas pues
habían fondeado.
Pero ¿a qué distancia?
Se puso la cara entre las manos y se
arremolino el cabello.
Subió el mentón, permaneció quieto
unos instantes, hasta que volvió a su mesa de estudio trastocando
antes la posición del triangulo, posicionándolo en el horizonte de
los barcos.
Permaneció, al menos media hora concentrado escribiendo y observando.
Utilizando las referencia,
proporcionalidad y medidas, estaba calculando distancias.
En sus estudios militares había
trabajado en lo referente al funcionamiento y patroneo de los
barcos. Además había realizado varios viajes, de investigación y
aprendizaje por todo el mar Egeo y las islas de la costa Jónica.
El emisario estaba más nervioso por
momentos, a sabiendas que le estaban esperando para recibir
instrucciones. Por motivos circunstanciales, Tibias se había quedado
con mandato de la ciudad.
Tras ese tiempo, con calma y los ojos
muy lúcidos, levantó la cabeza y le dijo tranquilo y pausadamente.
- Aquí te he escrito las ordenes que
has de darle a los patrones de nuestros barcos, dirección y
velocidad. Partirán dos escuadras cada una en la dirección marcada
para atacar desde el punto de congruencia a los piratas. ¡Corre!,
¡Galopa!
El caballo se encabrito, hasta que el
jinete, clavando las espuelas, salió rápidamente.
Tibias se volvió a sentar en la mesa
de estudios en el exterior de su casa.
Los esclavos le sacaron un plato de las
últimas y mas frescas verduras, mientras apuraba el vino.
Desde allí arriba el espectáculo era
tremendo.
Las dos flotas Atenienses estaban
saliendo del puerto.
Todas iban con las antorchas
encendidas, en fila hasta que en la misma salida se separaron.
Pero, pasado no mucho tiempo, el fuego
de las antorchas, se volatilizó en la oscuridad.
Tibias dejo de ver las naves y sacó de
su túnica un pequeño reloj de arena que se compró, ya hace años,
en el Egipto.
Creía en el orden del mundo.
Pensaba que todo era calculable.
Y allí estaba, esperando el resultado
del calculo más importante de su vida.
Aquí no estaba tratando de la
satisfacción vanagloriosa y natural del saber, sino que ahora
trataba con la vida de las personas.
Había volteado diez y seis veces la
reloj de arena.
A la diez y siete debía de converger y
encontrar a los piratas todavía fondeados y desprevenidos.
A la par de cuando calculo, vio surgir
llamas inmensas de fuego que quemaban las grandes velas de los que
habían venido a por ellos.
Con la luz se observó claramente la
victoria y triunfo de las naves Atenienses.
Desde la distancia y a la vez que las
llamas se escondían el el mar mientras los barcos se hundían, se
acabó la gran copa de vida. Las vides eran de la Itaca y el vino era
inmejorable.
Distancias, proporciones, medidas, ese
era el poder y así dominamos la naturaleza.
Vio volver, horas después a sus
propios barcos.
Había puesto en práctica unos
conocimientos que no estaban dirigidos hacia ello.
Quizás debía huir de la pura
abstracción e intentar acudir a la realidad tangible.
Mientras, pausadamente y pesadamente se
dirigía a la cama, pensaba en comentárselo y dialogarlo, mañana a su gran
amigo Aristóteles más joven que él, pero, y lo pensaba con
franqueza, también más inteligente.
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