Era el precioso castillo de
Fontenebleau, pero si lo era, más sus jardines.
Paseaba entre los setos, con un traje
negro alisado, con mangas largas y cuello alto.
Siempre permanecía con la mirada
atenta y fija. Parecíase que estaba contando hasta última hoja de
cada uno de los frondosos abedules que formaban el centro neurálgico
del jardín dividiéndolos entre los metros cuadrados del mismo.
Su vida era matemáticas, más bien,
exactitud. Buscaba la completud del pensamiento, fuera el tema que
fuese.
Inclinándose en un conjunto de setos,
estudiando las lineas de conjunción que surgían en el horizonte, se
tropezó, como todas las mañanas con Andrè, el joven y porqué no,
magnífico jardinero y encargado de aquello.
- Haces arte, joven – le dijo
Descartes
- No señor, no me avergüence.
La cercanía humana que mostraba ante
los trabajadores, de un Aristócrata bien situado y mejor apreciado
producía una gran ternura pero humildad en ellos.
- Que, ¿consigues realizar lineas
paralelas entre los lados de las hileras de los setos?
Andrè, muy modestamente, alzó una
media mirada y le contesto
- No señor, no es mi intención, en la
desigualdad de los lados encuentro la belleza.
Cual una tormenta seca de verano, se
abrieron los ojos de Renè.
- Pero !que me dice Usted¡, ¡La
belleza es la perfección!, el punto de fuga debe estar calculado
hacia el fin de las vallas finales del jardín!, ¡Tiene un poste
central hacia donde dirigirlas!
- Si, maestro donde los haya, pero en
mis pocos años en el arte de la jardinería he llegado a la
conclusión que la a simetría trae cierta belleza y encanto.
Se dio media vuelta con potencia y
comenzó, Renè a andar hacia el castillo, pero tras unos pasos hacia
el se giró y se aproximó de nuevo.
Andrè, temblaba, intuía que había
hablado demasiado aun sin saber por qué.
Plasmado entre las pequeñas montañas
totalmente verdes en su espalda, observaba como el paso de maestro se
iba calmando, y el ruido de las pequeñas hojas color cobre
aligerado, sonaba más calmado en su proximidad.
- Tendría ganas de que Usted se
hubiese leído el ensayo que escribí hace algunos años cuyo único
objetivo era enseñar a pensar, pero bueno, dejémoslo y déjeme
preguntarle si el desorden es bello
- No Señor
- Y la desigualdad es un tipo de
desorden.
- Si, señor
- Por lo tanto concluiríamos que el
desorden no es bello.
- Sí, Señor.
Descartes se le quedó mirándolo a la
par que se sentaba despacito en un banco a la vera del jardinero.
- Sé que me contestas con afirmaciones
pues sientes la necesidad de hacerlo.
- Sí, Señor.
Sabía y entendía que en la belleza
del jardín nunca podría encontrar una verdad absoluta.
Sabía que tenía tantas posibilidades
él, estudioso y culto en deducir donde está la belleza, que aquel,
sin estudios ni cultura clásica, entendía que todo era susceptible
de encerrar dudas en cuanto a su concepción y desarrollo.
Miraba y observaba las lineas
escapatorias.
Él las veía rectas, pero el jardinero
ya le había dicho que no lo estaban.
Él le había hecho un pequeño
razonamiento, el cual si hubiese tenido toda la claridad y evidencia,
no lo hubiera dudado André.
Descartes, pensaba firmemente que
estábamos, en manos de Dios y sus antojos y motivos y la que
pensásemos podría estar muy lejos de las realidades.
Vivía rodeado de las matemáticas pero
el sabía que su exactitud podrían ser sólo consecuencia de este
Dios caprichoso.
La verdad única que encontraba era que
pensaba y dudaba.
- Andrè, he de decirte que busques la
belleza donde quieras encontrarla, pues allí estará, pues te puedo
decir que la única verdad será que yo estoy dudando que ahí
estuviera.
El jardinera seguía con las tijeras
anchas cortando las lineas irregulares, con la mirada dirigida hacia
Descartes, su Señor, pero perdido totalmente en sus deducciones y
conclusiones.
Renè, el Señor, se levanto sin mediar
palabra.
Sabía la forma y características que
debía de tener las verdades, pero aun intentando y creyéndose ver
así ciertas reflexiones, sabía que esto era una deducción
perfecta, un modelo, pero después entraría su propia apreciación a
la hora de aplicarlas, es decir, clasificar o darle unas
características de una verdad absoluta a otros conceptos, pero
seguía sin saber si su asignación de modelo la tenían los objetos
que había mirado como tales. Lo buscaría, necesitaba más
conocimientos similares, o mejor, iguales.
- Clara y distinta, así debe de ser la
verdad dijo en voz alta mientras se iba.
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