Crujiendo
el casco Roble Ingles y temblando en su verticalidad los mástiles de
pino Español, el gran Velero Beagle había salido ya hacia dos años
de Inglaterra con el objetivo de recorrer las costas de Suramericana
primero en un viaje de investigación que daría la vuelta total al
mundo por sus océanos y mares. Jhon era el cocinero y había
conseguido una gran amistad con Charles.
Aquella
mañana, se encontraban viendo una vez más, la salida del sol en la
eslora izquierda del Beagle en su viaje hacia el pacifico, habiendo
pasado el estrecho de Magallanes, en el confín del mundo, cerca de
la tierra de hielo, en el punto más lejano de la Patagonia.
Charles
salía a pasear con su traje de levita azul y disfrutaba mucho de los
vientos frescos y matutinos que levantaban su pelo rizado. Observaba
con atención y su lente los azules amaneceres de aquellos inhóspitos
lugares. Coincidía normalmente con Jhon que con su siempre puesto
delantal, le iba a su encuentro.
-
Señor Darwin, lo he vuelto a hacer. Como me pasa algunas mañanas,
he vuelto a gritar a mis ayudantes y mostrarse violento con algunos
marineros. Me detesto esos días, parezco un mono enjaulado.
Charles
se le quedó mirando fijamente y volvió perder su vista en la
lontanía y soledad del océano. Había estado estudian los pinzones
de las islas del atlántico, había observado la rareza de los
dragones de las islas de estrecho y empezaba a especular sobre la
necesaria adaptación de los animales a su entorno. Susa notas
comenzaban a tomar forma de libro y en el empezaba a plasmar su idea
de la evolución. Justamente aquella noche, en sus sueños
especulativos tuvo la tentación, durante breves instantes de aplicar
estas conclusiones a la especie humana.
-
Pero, qué me cuenta Jhon, ¿que deja de utilizar su razón humana y
actuá de manera impulsiva como lo hacen los animales.?
-
Bueno, tu pregunta es difícil, no sé, sin pensarlo.
Darwin
había leído algo de Hering,
fisiólogo de
Liebnizg
que estudiaba la relación entre la velocidad respiratoria y el
sistema nervioso. Sabía que había una relación entre el estado
corporal, en este caso matutino de Jhon, y su humor. Ahora bien, la
idea de que fuera el posible reflejo de la evolución del ser humano,
le asustaba.
-
Sí, Señor Darwin, y me siento arrepentido, pues yo no soy así y no
quiero que mis compañeros me vean de tal manera. Por la tarde nunca
me pasa.
Darwin
seguía pensando. Había estudiado a los primates en todos los
zoológicos de Inglaterra que los habían traído de sus colonias
extendidas en todo el mundo, y había visto que no tenían un estado
de humos variable a las horas del día. Aquí si que había una
diferencia clara. Pero sabía que esta reacciones en las cuales las
personas no utilizaban la razón y no estaban en sus cabales eran
tremendamente similares a las de los animales.
-
Jhon,
es importante y fundamental controlarse, lúchalo, pero no te
desprecies pues en mayor o menor cuantía a todos nos pasa.
El
estudio de los picos de los pinzones adaptados a la vegetación
propia de cada isla apenas separadas por unas
millas pero la imposibilidad de comunicación por los grandes vientos
del océano y su forma debido a la adaptación al tipo de flores le
apasionaba y le hacia reflexionar sobre qué tipo y hasta donde
podían llegar este tipo de cambios.
-
Pero, Jhon, ¿te pasa constantemente o viene de unas condiciones
especiales?
- le
dijo mientras acariciaba la suave madera pulida de tono azulado de la
barandilla del casco.
-
Sí, especiales, en cuanto que menos noción de mi mismo tengo, es
decir, tras una noche cansada y la mente aturada, tengo más
dificultad para pensar.
-
¿Será como si dejaras a parte tu razón?
-
Sí, algo así.
-
¿Como los monos que no la utilizan?
-
Bueno, señor, esa broma ya la hago yo.
Rieron
los dos.
Darwin
sería repudiado por la Iglesia Anglosajona si se atrevía establecer
cualquier conexión en la engendración entre el mundo animal y el
ser humano, pero no podía evitar pensar, en las reacciones
inconscientes de los animales, la reacción consecuente nerviosa ante
la aceleración respiratoria de Hewring y los cansinos amaneceres y
de mal humos que inconscientemente tenía Jhon.
El
mar pacífico, cruzado ya hace tiempo por Magallanes, le esperaban.
Era una larga travesía flotando entre las aguas vaciás. La nada era
su población.
En
el movimiento repetitivo y el silencio creado por el grito continuo
de las aguas rompiendo en el casco del barco, le inspiraban y
ordenaban su mente.
Sabía
que había un elemento evolutivo propio en la naturaleza y que podía
haberlo habido en el ser humano, lo que le daba la probabilidad de
encerrar en sí mismo el acto irracional e irreflexivo propio de los
gorilas en celo del África tropical.
Pero
no se atrevía pensar que hubiera alguna dimensión actuante e
irracional propia formadora del ser humano.
El
atardecer se completaba y no quería escribir esta noche a la luz del
candelabro.
-
¡Señor Darwin! - Jhon daba una vuelta revisando las provisiones
antes de irse a dormir ¿qué tal ha pasado la tarde?
-
Bien, bien, mi querido y buen cocinero y déjame que te diga, que
intuyo que en este siglo, a sus finales, alguien nos explicará de
donde vienen estas reacciones que tan poco controlamos y que tanto
nos perturban.
Entre
los graznidos de las gaviotas de las últimas tierras costeras, se
dieron las buenas noches.
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