viernes, 12 de septiembre de 2014

EL CAFÉ. PEDRO Y SU AMOR PERDIDO




- ¡Maldigo mi corazón que me invade y controla!
- Pedro, cálmate.
- ¡Qué me dices Andrés!, dime que harías tú si las mañanas murieran nada más abrir tus ojos sólo sin ella a tu lado.
Su cabello gritaba entre las curvas de su despeinado y sus ojos estaban tan grises en la pena del olvido como el cortadito insípido que entonces se atascaba en su garganta.
Le dejó.
En la mesa de la vida se levantó y se fue.
Dejó el micrófono llevándose las últimas estrofas de la canción.
Se fue con otro.
Ella no buscaba un corazón lleno y perdido de amor.
Ésta quería la calma fría y aburrida de un bolsillo lleno de seguridad.
Quería la pena y el sinsabor propio de la estabilidad.
Pedro no tenía más que aventuras en su pensamientos, revoluciones en su corazón y diferencia en sus intenciones.
Le estaba dando pasión y fe y ella no estaba preparada para ello. Estaba atrapada y atada por la vulgaridad generalizada.
- Pedro, la vida es juguetona y caprichosa.
- Y mi corazón sensible y delicado ¿qué he hecho mal?, amigo
- Nada.
No supo darle lo que todo el mundo espera.
No alcanzó a comprender el sinónimo de tranquilidad y paz que se buscaba.
No quiso admitir y aceptar que esto era la usual utilización del término amor.
- ¿Qué quería de mi?, ¿Qué no le supe dar?
- Algo que no tenías – le dijo Andrés con calma y seguridad, no te juzgues por algo que no ha sabido apreciar. Déjala que se hunda en el infierno de la normalidad. Se acordará de ti. Te echará de menos. Cuando se vea prisionera de lo establecido añorará los caminos y salidas de la normalidad que tú le ofrecías.
El barman observaba de lejos la escena. Conocía a la mujer por la que Pedro lloraba. Recordaba con gran claridad sus ojos profundos y sus labios brillantes. Escalofríos le entraron la primera vez que al pagarle le envolvió la mano con las dos suyas mientras clavaba su sonrisa en el pecho de él. Le comprendía. Mareaba con sus movimientos acompasados.
Andrés nunca dudo de su diferencia y relación insostenible. Sabía que ella parecía una mujer dispuesta a darlo todo por amor pero que no lo era y que cambiaría unos caballos blancos galopando por entre las estepas por un grueso, pero seguro camión, que potente caminaba lento y seguro por las humeante calles.
Bebieron, aquella tarde noche.
Olvidaron al amor entre los efluvios del alcohol y comenzaron a tener la mente clara, borrosa por la bebida pero diáfana en los sentimientos.
- Aparquemos las pasiones que en mi caso, tanto nos pueden. Olvidemosnos del temblor del corazón, aparquemos las sonrisas cómplices de los enamorados – dijo Pedro.
- No – contestó Andrés. Busquemos parejas que sean capaces de aguantarnos, busquemos encuentros difíciles pero fructíferos y sin ninguna intención de continuidad ni seguridad. Entre las riñas se mueve el amor, todo lo demás es, hermano conveniencia.
Salieron del bar algo bebidos pues su amigo y compañero barman, cerró la persiana y estuvo bebiendo con ellos.
- No te enamores nunca, Andrés. El sentimiento se puede controlar.
Le dejó pensativo y tras acompañarle a su casa, estuvo todo el camino planteándose por qué el nunca se había enamorado apasionadamente, ¿quizás estaba demasiado encerrado en si mismo como para abrir de par en par hacia otra persona su corazón?, ¿era demasiado egocéntrico y le enamoraban más sus dudas propias?, ¿no le gustaba el amor que se ofrecía?
Andrés era joven y él lo sabía. Suponía que alguna vez una mujer llamara con fuerza a las puertas de su corazón. ¿Habría alguna que llegara a aquella con las que él soñaba que compartirían sus aspiraciones y motivos?
Ahora, era consciente de su peligro, no sabía si compartir su vida yu perder su libertad, pero era realista y también sabía que lo buscara o no, si llegara no podrá con ésta, pues ya no será él quien decida.
La metamorfosis del amor se hará dueña y reina de él.


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