- ¡Maldigo mi corazón que me invade y
controla!
- Pedro, cálmate.
- ¡Qué me dices Andrés!, dime que
harías tú si las mañanas murieran nada más abrir tus ojos sólo
sin ella a tu lado.
Su cabello gritaba entre las curvas de
su despeinado y sus ojos estaban tan grises en la pena del olvido
como el cortadito insípido que entonces se atascaba en su garganta.
Le dejó.
En la mesa de la vida se levantó y se
fue.
Dejó el micrófono llevándose las
últimas estrofas de la canción.
Se fue con otro.
Ella no buscaba un corazón lleno y
perdido de amor.
Ésta quería la calma fría y aburrida
de un bolsillo lleno de seguridad.
Quería la pena y el sinsabor propio de
la estabilidad.
Pedro no tenía más que aventuras en
su pensamientos, revoluciones en su corazón y diferencia en sus
intenciones.
Le estaba dando pasión y fe y ella no
estaba preparada para ello. Estaba atrapada y atada por la vulgaridad
generalizada.
- Pedro, la vida es juguetona y
caprichosa.
- Y mi corazón sensible y delicado
¿qué he hecho mal?, amigo
- Nada.
No supo darle lo que todo el mundo
espera.
No alcanzó a comprender el sinónimo
de tranquilidad y paz que se buscaba.
No quiso admitir y aceptar que esto era
la usual utilización del término amor.
- ¿Qué quería de mi?, ¿Qué no le
supe dar?
- Algo que no tenías – le dijo
Andrés con calma y seguridad, no te juzgues por algo que no ha
sabido apreciar. Déjala que se hunda en el infierno de la
normalidad. Se acordará de ti. Te echará de menos. Cuando se vea
prisionera de lo establecido añorará los caminos y salidas de la
normalidad que tú le ofrecías.
El barman observaba de lejos la escena.
Conocía a la mujer por la que Pedro lloraba. Recordaba con gran
claridad sus ojos profundos y sus labios brillantes. Escalofríos le
entraron la primera vez que al pagarle le envolvió la mano con las
dos suyas mientras clavaba su sonrisa en el pecho de él. Le
comprendía. Mareaba con sus movimientos acompasados.
Andrés nunca dudo de su diferencia y
relación insostenible. Sabía que ella parecía una mujer dispuesta
a darlo todo por amor pero que no lo era y que cambiaría unos
caballos blancos galopando por entre las estepas por un grueso, pero
seguro camión, que potente caminaba lento y seguro por las humeante
calles.
Bebieron, aquella tarde noche.
Olvidaron al amor entre los efluvios
del alcohol y comenzaron a tener la mente clara, borrosa por la
bebida pero diáfana en los sentimientos.
- Aparquemos las pasiones que en mi
caso, tanto nos pueden. Olvidemosnos del temblor del corazón,
aparquemos las sonrisas cómplices de los enamorados – dijo Pedro.
- No – contestó Andrés. Busquemos
parejas que sean capaces de aguantarnos, busquemos encuentros
difíciles pero fructíferos y sin ninguna intención de continuidad
ni seguridad. Entre las riñas se mueve el amor, todo lo demás es,
hermano conveniencia.
Salieron del bar algo bebidos pues su
amigo y compañero barman, cerró la persiana y estuvo bebiendo con
ellos.
- No te enamores nunca, Andrés. El
sentimiento se puede controlar.
Le dejó pensativo y tras acompañarle
a su casa, estuvo todo el camino planteándose por qué el nunca se
había enamorado apasionadamente, ¿quizás estaba demasiado
encerrado en si mismo como para abrir de par en par hacia otra
persona su corazón?, ¿era demasiado egocéntrico y le enamoraban
más sus dudas propias?, ¿no le gustaba el amor que se ofrecía?
Andrés era joven y él lo sabía.
Suponía que alguna vez una mujer llamara con fuerza a las puertas de
su corazón. ¿Habría alguna que llegara a aquella con las que él
soñaba que compartirían sus aspiraciones y motivos?
Ahora, era consciente de su peligro,
no sabía si compartir su vida yu perder su libertad, pero era
realista y también sabía que lo buscara o no, si llegara no podrá
con ésta, pues ya no será él quien decida.
La metamorfosis del amor se hará dueña
y reina de él.
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