miércoles, 24 de junio de 2015
EL ÚLTIMO CABALLERO
- Andrés, Andrés, el caballero que aprecie, debe saber distinguir entre aquellas Damas que son nobles de espíritu y de esas otras que sólo buscan el divertimento y fornicar en desmedida y con cualquier patán que disfruté sólo con ello.
- Sí, Don Cipriano, pero las cosas han cambiado al parecer pues, por lo que veo, este escrito nos ha atraído desde el siglo XVII, allá en el cual nacimos, a éste, que no es igual que el nuestro.
- Pero !Pardiez¡, ¿me quiere Usted decir que las Damas y Caballeros ya no son lo que eran?, no, mi querido e ignorante labrador, hay asuntos que nunca cambiarán, porqué no deben. !Habrá que corregirlos a todos¡, !sacarles de su error¡, !enderezar su camino¡, !conducirlos hacia la plenitud propia del caballero¡, justo, piadoso, luchador y amante sin fin ni límites de sus Dama, la cual, bajo su protección y consuelo, vivirá alegre y feliz.
- Pero, mi señor, ahora las mujeres salen a conseguir el sustento de sus casas y hay caballeros que ni trabajan ni buscan aventuras.
- !ahy¡ Andresito, que poco sabes de nada. La mujer debe esperar al caballero mientras éste busca aquellos asuntos injustos que se extienden en el mundo. Aquel que permanezca tumbado en el atril o apoyado en la barra, no merece ser llamado ni hombre ni caballero. El único y verdadero hombre es el qué lucha y vence. Los demás, Papanatas no son más.
- Don Cipriano, Mírela, allí está.
Carmen, expendía entradas en unos grandes cines en el centro de la ciudad. Era taquillera y trabaja por las tardes. Cada una de ellas, allí habían ido a comprar entradas con el único objetivo de " observar por un momento su angelical belleza, el verdadero amor, la mágia del instante, la seducción del momento - su cara angelical y su dulce y misericordiosa belleza me produce que me pierda en la profundidad de sus ojos y me quede atado en sus largas pestañas. Cuando llegue al Castillo, allí le pediré que me acompañe"
- Pero, mi señor, viven aquí, rodeados de enormes y misteriosas edificios muy distintos de los que viven los señores y además, estos se alejan hasta donde no llega mi vista.
Don Cipriano, dejó de mirar a Carmen desde el bar, se giró dispuesto a irse
- Andrés, paga con estos míseros papeles la tan innoble cerveza.
Salió, apoyando su paraguas negro a juego con la chaqueta y realizando un gran contraste con su barba Blanca de canas. Andrés, siempre detrás de el, mirando con tranquilidad, sosiego y curiosidad a su alrededor.
Don Cipriano sujetaba el paraguas por el sujetamanos del bastón anhelando la espada que entonces, en sus antiguas tierras, llevaba.
- Andrés, salgamos, de nuevo en búsqueda de aventuras y traigamosle a mi Dama encerrada en la burbuja de cristal, para ser observada con deleite, aquello que le demuestre lo que soy. Lucharé para que duerma con su cabeza entre mis brazos..
- Pero Señor, ¿no está allí vendiendo más papeles?
- !cállate , ignorante, esa belleza sólo puede estar para ser querida y observada¡
Y entre pitos y insultos, cruzó la calle, sin semáforos ni pasos de cebra, amenazando a los conductores con su paraguas.
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