lunes, 8 de junio de 2015

LA TOURNE (1-6 C.S)





LA TOURNE




I.


Acabó el concierto, en el mismo momento en el que el sol comenzaba a desaparecer detrás de los últimos edificios al fondo de la Gran vía.
Don Cipriano caminaba erguido, como siempre y en cualquier lugar, mirando fijamente hacia  delante con el entrecejo puesto y pensativo.
-  Magnífico, maravilloso, sublime, !cómo puede estar esto tan olvidado y deslazado!, !acaso a Usted no le tiembla el alma cuando escucha, por decir uno entre mi, los violines de Vivaldi, !es que somos los únicos!
-  Hombre, Maestro, los tiempos pasan y las cosas cambian.
- !ah!, claro, Andrés, pero las personas estamos cumpliendo la leyes de la física y nuestro sistema va, por necesidad y en el arte, a peor.
-    ¿Me dice, Don Cipriano, que lo que ya hemos hecho,  siempre  es mejor?,  ¿que el buen arte ya se hizo?
Don Cipriano,  se giró y le miró muy seriamente meditando el último comentario de su alumno.
Andrés y Don Cipriano, se conocían de la escuela de música de la ciudad de Valencia. Don Cipriano era Doctor en Solfeo y le daba clases de quinto de composición a Andrés. La técnica, la perfección, el ritmo, la armonía, la medida, Don Cipriano, las trasladaba de los libros a su vida y la buscaba insistentemente en todo lo que le rodeaba. La inocencia en el abandono de lo usual,  les unía, pues eran totalmente diferente. Andrés era su joven alumno, 17 años, con unas dotes espectaculares y magníficas para tocar el piano. Había dado conciertos y realizado ensayos con la filarmónica, ahora bien, no tenía ni poseía el concepto del orden. La concordancia de sus manos era natural, innato. Lo que hacían sus dedos, era un acto puro de virtuosismo cada vez que los ponía sobre las teclas del piano. Era un joven modesto y humilde y un genio en la interpretación.
Camino de casa, vivían a dos manzanas el uno del otro, tomaban el viejo cauce, convertidos en espléndidos jardines, del rio, y seguían con sus comentarios.
- La música actual es un ataque continuo a nuestra capacidad de pensar de manera coherente. Los sonidos disonantes, sucios, indefinidos y des rítmicos, son malos para los oídos y sobre todo, para el alma.
- Maestro, la verdad es que no estoy de acuerdo con Usted. Cuando salgo con mis amigos a algún lugar,  con música acabamos seguro. Hombre, unos bailes.
- Si, si, alumno -le dijo mientras se giraba dispuesto a decir con solemnidad la resolución a todos los problemas - ahí está el asunto, la música se abandona. Lo que ahora la llaman como tal, ya no lo es.
Andrés siguió mirándole, mientras Don Cipriano, alto y erguido caminaba mirando al horizonte, al que fuera y donde lo hubiese. Los ojos abiertos y la cara inexpresiva, anunciaban sus ganas de comprender totalmente a su maestro y su incapacidad de llegar entonces.  Don Cipriano le había descubierto cuando apenas tenia 8 años en el instituto Luis Santangel durante unas jornadas de exposición de objetos musicales en el colegio. Y entre la risas y felicidad de los niños llegaron al piano y Don Cipriano  le dijo a Andrés que se había sentado cerca de él - ale,  a repetir dos notas – muy bien, -y cuatro notas, !oh!, !magnífico!, y seis y diez y doce y veinticuatro, hasta que aquella misma tarde Don Cipriano llamó a los padres de Andrés. Anonadado quedó tras semejante exhibición de virtuosismo.
Mañana salían en una tourne del dúo formado por Andrés, piano, Carmen, violín y Don Cipriano, organización, orden y amor y pasión por la música,  más la colaboración en montajes y escenografía del siempre atractivo y sorprendente Pedro, coordinador de todo aquello que fuera necesario.  Al lado de cada pieza,  bailarán.  Don Cipriano, lo tenía todo el montante y asunto de viaje absolutamente organizado. Andrés también pero éste necesitaba bastante menos,  tiempo,  lugar y utensilios,  para todo y en cualquier momento. !quien pudiera imaginar lo que les iba a pasar a unas personas tan peculiares y particulares!
Llegando al final de la calle, desde la lejanía se observaba a Don Cipriano, dibujar en el aire con sus manos, rectas, curvas, espacios, diques y todo tipo de formas geométricas para explicarle la organización a Andrés.
Así pues continuó la pareja moviéndose como tal representación artística, con las luces de las farolas marcando sus perfiles, en las paredes de los edificios, tanto el pasear altivo, sujeto a una supuesta distancia cualitativa con el resto del mundo del maestro,  como la discreción y naturalidad propia de Andrés.






II.


El día salió realmente soleado. Ni una nube ni un mal soplo de viento fresco. En valencia y aquel día, el sol actuaba castigando.
Don Cipriano, en su estatus en el cual la totalidad exterior apenas tiene importancia, llegó a las ocho de la mañana estando la cita concertada para las nueve. Allí estaba con su libreta de mano apuntando y esquematizando las labores del día. A las ocho y media llegó Pedro, y el pequeño autobús donde empezarán la gira y los peculios de la vida a pagar.
Pedro bajo de éste. Había contratado y organizado todo lo concerniente a la gestión material del asunto. Era un hombre joven, pero su experiencia en el campo logístico era muy amplia. Era un hombre con mucha seguridad en si mismo y una personalidad realmente propia. Guapo, alto y con mucha clase.
Del grupo de trabajo para este acontecimiento y espectáculo cultural, sólo se conocían Don Cipriano y Andrés. La relación con Pedro venía organizada por el propio institut de música, pues ya había organizado, en Valencia, otros acontecimientos, con resultados magníficos.
Y ahí y entonces tuvo lugar su primer contacto.
- Señor ¿Pedro?. Encantado de conocerle - apenas estiró sus labios en forma de sonrisa- Mire, le voy a dar esta lista de temporalización que debemos de seguir este día - y comenzó a explicarle, realizando una escenificación temporal espacial con la posición de sus manos, hasta que Pedro le interrumpió y sin ninguna expresión más que la de intensa normalidad le dijo
- Sí, soy Pedro y Usted es, entonces, Don Cipriano. Encantado. pero, olvídese de esto que me esta contando - no, no podría ser, aquel hombre le estaba discutiendo la organización de algo relacionado con sus organizaciones referentes a la música que parten del Institut.
- Pero !que me dice Usted!, !tenemos que seguir esta organización si  queremos cumplir los  horarios! - le dijo, entre autoridad y súplica.
- Mire, Don Cipriano, yo le entiendo, pero déjeme estos temas y haremos lo máximo que sea posible. El primer concierto es pasado mañana y sería imposible realizar el primer ensayo hoy en el auditorio de Alicante. Más de doscientos quilómetros, acomodándonos en los diferentes lugares, realizando las visitas pertinentes para el ejercicio de situabilidad para los días posteriores y todo, sobre todo el trasporte del piano. Jamás he trasladado un objeto con el que tuviera tanta atención y cuidado. Sé que es muy bueno y sensible.
La contestación airosa pensada por Don Cipriano, se calmó al escuchar las palabras de respeto y cuidado hacia el piano de Andrés por parte de Pedro.. Era, sin duda, dentro de las diferencia ya captadas por los dos, un punto de cercanía.
Girándose con la sonrisa sincera. Allá dejó a Don Cipriano, pensando en él. ¿Cual ser el acontecimiento que dota a las personas de una gran personalidad y estilo captable a su alrededor?, ¿Quizás sea el trabajo realizado siempre en contacto con artistas?, ¿nació con éste?, ¿lo han educado así? - y entre estos pensamientos llegó, justo en ese momento, Andrés.
- Maestro, discúlpeme lo justo de mi llegada, pero es que mi madre no me dejaba irme de tanto besos que me daba.
Don Cipriano sonrió, le miro con ternura. Saco una expresión que sólo la calzaba un día cualquiera al año.
- Andrés, cuidado con las pasiones y los amores, aun siendo de tu madre, que en muchas ocasiones te llevan al agujero de la irracionalidad.
Andrés le devolvió la sonrisa y volvió, otra vez, a no saber de que le hablaba.
Pedro se les acercó y les hizo el gesto para que se fueran acercando al punto de partida situado detrás del auditorio en la avenida de los jardines centrales. Detrás del autobús, estaba preparado una gran furgoneta en la cual llevaban el piano y otros objetos imprescindibles, tanto para la interpretación musical, como para la escenificación del baile que se había preparado para cada pieza. Eran pequeñas composiciones ilustrando, en función del contenido, el motivo o la expresión de la música, de la pieza. Un baile e interpretación ligeras e ilustrativas. El grupo de baile llevaba sus propios horarios para la primera cita. Venían de Madrid.
Estaban ya todos preparados, esperando a Carmen
Allá a lo lejos se la vio aparecer.
Llevaba un falda suelta con encajes a la altura de a cintura que escalaban por los laterales de un disimulado corsé ligeramente ajustado. Iba toda de blanco salvo unas ligeras sandalias marrón clarito. Era muy morena de cabello, pero realmente blanca de piel. Era una mujer bella y distante, hermosa y misteriosas. Andaba hacia el autobús sola, acompañada solamente y no más, de su gran amor   y amante. Pensaba que su violín jamás le sería infiel y que la acompañaría toda su vida.
Llamó la atención de los cuatro hombres, incluido el chófer, que la esperaban. Había un gran silencio. El lívido huía y el amor venía representado.
- Hola, buenas tardes ya, disculparme el retraso.
- ¿Sólo el violín?, ¿y su maleta? - preguntó Don Cipriano algo alterado.
Carmen le miro condescendiente.
-No se preocupe, maestro - ella conocía su fama a nivel universitario- mi marido ya lo ha cargado hace algún rato en el autobús - sonrió y se sentó en la última fila de asientos, sonriendo a todos mientras pasaba.
Para Cipriano era una componente más y le miró con continuidad, Pedro y ella se miraron con la tranquilidad del absoluto desconocimiento entre ellos, pero fue Andrés, !ahy Andrés!, al que sus ojos se le llenaron en inmensidad de la limpia sonrisa que tenía Carmen.
Los ojos de su maestro Don Cipriano, no perdieron ni una sola nota de lo ocurrido.
Y allí estaban los cuatro dispuestos a comenzar el viaje.
El autobús se puso en marcha pero tuvo que pasar casi media hora para que se comenzara a hablar.






































III.




La ciudad ya habíase quedado atrás junto a la vegüenza propia de la gente conocida. Pedro miraba con interés el paisaje, observando como recorría, la autopista,  las orillas del mar  mientras pasaba casi sin interés, por lugares buscados por gente de todo el  mundo, miró hacia la parte delantera del autobús y dijo
- Señor Cipriano, de bobos sería no reconocer y escuchar con placer al , siempre elevado, Bach - por sus estudios y afición tenía unos conocimientos, al menos por encima de la media, de cultura clásica y general- ahora bien, vamos a darle un poquito de marchita al asunto, !Manuel - así se llamaba el chófer- ponme alguna emisora con algo de marcha!
Carmen y Pedro, se sonrieron con complicidad.
Carmen no conocía aquella música moderna que sonó, de hecho, fuera de los clásicos, no se movía ni siquiera con canto autores. No era para nada tímida y escondida, pero tenía muy claro sus gustos, preferencias, destino y ambiciones. Esto le hacía una mujer realmente especial. No estaba casada, pero la vida le iba bastante mejor con esta mentira. Era una mujer hermosa que no le atraían los hombres, siendo con esto, incluso, más sugerente.
Los ojitos pequeños e inocentes de Andrés observaban desde la tormenta de los sentimientos, sensibilidad y humildad, aquella mujer que le estaba descubriendo aquello que hasta entonces no pudo o no quiso saber. Empezaba, sólo, solo y dentro de aquella hora, a sentirse enamorado. Lleno estaba, de interpretar las lagrimas de aquellos que quieren y no son correspondidos o las alegrías de todo aquel que la mujer de su alma le besara. Su piano  comenzó a hacerse real en los ojos de Margarita, los cuales si, apenas le habían mirado de pasada y, entonces y con voz bajita, aguda, suave y dulce, le preguntó, aunque sólo fuera para verla en la totalidad.
- ¿Donde estudio Usted?, Señora Carmen. - preguntó Andrés.
Por el espejo grande central con el que el chófer miraba a los pasajeros, Don Cipriano, miraba con preocupación y misterio la cara, expresión y movimientos de Andrés. Jamás le había conocido ninguna novia y apenas vivía, nomás que por la música. Se le veía con algún amigo, y con amigas ni una. De aquí su preocupación. Había pasado muchos años desde que, y a la mínima versión, su corazón funcionaba así y tenido esas mismas experiencias. Ser diferente es difícil y complicado. Así pues la mirada fue de preocupación ante la cara de borreguito degollado con la qué la miraba. No tenía por que haber nada desequilibrante, incluso podía ser constructivo, pero atento y mucho estaría.
Este vocablo - tratarla de Usted y nombrándola como señora- les hizo reír a los dos jóvenes más del autobús.
- !Apenas tendré 1 o 2 años mas que tú! - dijo Carmen !tutéame!
- Bueno, está bien que empieces así, pero, ves olvidándolo que vamos a estar muchos días juntos - añadió Pedro.
El sinpas, sorpresa e indecisión de las risas al bienestar del "mucho tiempo" sólo hubo un espacio demasiado corto de tiempo para contar.
En estos avatares, Don Cipriano se puso en pie
- Primero, ese grupo ¿cómo se llamaba,? nunca jamás volverá a sonar en mi presencia. Pero ¿cual concepto tienen Ustedes de la armonía? ,  Ya debatiremos cómo refleja la música el valor,  las consecuencias,  los actos y los modos propios y coetáneos.  Prefiero morir en la ignorancia en cuanto a qué pasa hoy.
-Dos, la máxima formalidad va a ser poca para lo que os voy a exigir a Carmen y Andrés. Esto será necesario para el correcto desarrollo de la gira. Que sepan Ustedes, que las confianzas siempre traen malentendidos y discusiones. Usted, Pedro, trátenos como quiera pues sólo y conmigo, deberá realizar labores decorativas fuera del punto central de todo el asunto, qué son ustedes dos virtuosos, que la luna, el día que nacieron, decidió mecerles en la cuna.
- Y tres, allá dentro de dos horas, espero tener todo el material guardado y preparado para poder empezar el trabajo mañana a las 8 recién salido el sol. Hoy tendrán un tiempo libre antes de irse a dormir para que se relajen, aclimaten, y se tomen, Andrés y Carmen, un refresco juntos. La combinación y entendimiento entre ambos ha de ser máximo. El amor de cualquier pareja ha de ser irrisorio, frente a la coordinación que han de exhibir Ustedes.
De pie, sin perderles la cara, aun con un gran calor,se subió el nudo de la corbata, llevaba camisa larga, muy fina y blanca. Tras esto, dirigió una mirada seria, fija y larga a todos los del autobús. Hasta el conductor le había tomado, al menos, respeto.
 Directamente y por la autovía del mediterráneo, fueron entrado en Alicante, viendo, a su vez, al siempre querido mar.  Parecíase que éste quien veía y observaba al peculiar grupo.




IV.


Realmente, los interpretes, ella y él, no hicieron más que saber el camino y la colocación de sus respectivas habitaciones. El asunto de la logística en lo referente a los materiales, a las ubicaciones, era el trabajo de Pedro, siempre bajo la mirada y supervisión del maestro y profesor. Ellos dos, siguiendo la insistencia de Don Cipriano, salieron a conocerse y entenderse. Entre refrescos, cacahuetes y poco más, entamblaron conversaciones.
Como en todos los lugares allá donde se moviera, Andrés era diferente y la distancia, en ocasiones, como ésta, se hacía más patente. Se notaba más pues las piernas de él, temblaban desde los tobillos, cada vez que Carmen abanicaba el aire que les rodeaba a los dos, con sus grandes y bellas pestañas negras como el fondo de un túnel, para Andrés, de amores.
Hablaron de los pormenores a aplicar a cada una de las piezas que ya sabían y tenían ensayadas independientemente cada uno y por su parte y las cuales mañana serían ensayadas en conjunto.
Apenas le supo a nada un magnífico pez azul, pescado esa misma mañana en aquella costa de la ciudad pues todos sus sentidos estaban en la boca de ella. Todo el amor que nunca jamás había tenido, en un suspiro de tres o cuatro horas, había crecido hasta su madurez. Tomaba casi el cariz de una autentica estupidez y tontería, Pero como tal, así vino y, sin duda, apareció.
Don Cipriano, tomándose una dulce infusión, observaba a la pareja y veía al corazón de Andrés reflejado en la cara de éste. La sensibilidad es condición, sin ecuanun e imposible sin ella, para interpretar a los músicos que compusieron aquella música que nunca será repetida, ni imitada, ni buscada- pensaba Don Cipriano, mientras veía, dentro de su más grande preocupación, la mirada que le ponía Andrés, encima a Carmen.
- La sensibilidad es una mala compañera para el mundo actual – dijo susurrando bajo la mirrada de sorpresa que puso el barmen, justo pasando por allí, ese mismo momento.
Cotejaron las impresiones de piezas a interpretar. Repasaron el contenido, hablaron de aspectos peculiares y particular en sus manera de tocar aquellas piezas. El corazón del músico manda y las notas son sólo unos dibujos para ellos, aun siendo todavía notas interpretativas para el resto. Hablaron de hasta que punto alargar los finales, la velocidad en la coordinación, la distancia en el escenario, el orden de las piezas, la posición hacia ellas, hasta que acabaron hablando de la música, del amor y de la felicidad, justo en el momento, en que Don Cipriano, como buen bombero, acudió, cuando el corazón de Andrés, echaba fuego por toda la barra.
- Bueno, Andrés, Carmen, vámosnos a la cama que mañana hay que madrugar.
A carmen nadie, le daba ordenes, solo aquel el que pagara, y este no era el caso, pero pensó que era pronto para tener algún roce y con una sincera e ilusionada sonrisa, se evaporó.
- Andrés ¿Qué te parecé tu compañera?
El siguiente cuarto de hora Andrés no paró de hablar sobre ella, de lo maravilloso que era todo y lo feliz y contento que estaba.
- Andrés ¿alguna vez has interpretado con alguna preocupación en tu cabeza?
- Hombre, Maestro, bien sabe Usted que ninguna. Que soy un joven realmente afortunado.
- Pues debes de saber que en una te estás metiendo.
Andrés, contrajo los labios, y miró pensativo.
- Pero, ¿a qué se refiere?
- A las pasiones, alumno. Los grandes compositores han creado sus obras desde una gran pasión controlada, de grandeza, de humildad, de nacionalismos, de teología, desde la ascensión del alma hacia la tranquilidad. Pero siempre dominando aquello que escriben o tocaban, independientemente de los motivos. Hay pasiones y motivos que te quitan parte de la frialdad y decibilidad que hay que tener en la vida.
- Sigo sin entenderle.
- ¿Qué te parece, como persona Carmen?
- Extraordinaria, simpática, magnífica.
- Es una mujer independiente, lejana y que no volverás a ver cuando esto acabe- le espetó sin aviso. La cara de incomprensión se hizo máxima.
- No tengas nunca jamás, ninguna pasión incontrolable. La felicidad está en el domino y decisión total sobre tu vida y como máxima reverencia, tu conciencia tomando las decisiones.
- ¿Me lo dice por Carmen?
- Sí, Andrés.
- Maestro, no se preocupe. Si que es verdad que es una mujer que veo y considero hermosa, pero la música es lo que a mi me mueve, me gusta y me seduce. Soy joven, ya tendré tiempo.
Así pues y entre alguna sonrisa de confianza – muy pocas, Andrés se levanto para irse, y el el mismo giro le dijo.
- Don Cipriano ¿alguna vez Usted a estado enamorado?
Se limitó a hacer un pequeño aspavientos para que se fuera rápidamente a su habitación, mientras con la otra mano se acariciaba la punta de la barba, pensando y reflexionando sobre la pregunta. Las relaciones, cálculos, previsiones que había futurizado en aquella gira, estaban doblándose.




















































V.


- El amor, tal y cómo te viene, se fue, el viento en un atardecer del más triste otoño, es más seguro en su continuidad. No te partas el corazón por aquello que no merece la pena, alumno.
Andrés desde su inocencia de los acontecimientos de la vida ya empezaba a sospechar de donde venía aquella, respetable, pero tanta lejanía que rodeaba a Don Cipriano.
- Pero maestro ¿qué hago si mi capacidad de concentración se pierde entre los bordes de sus ojos perfilados de negro?, ¿cómo puedo dejar de sentir mi pequeñez y debilidad ante esto?
- Andrés, puedes hacerlo, pero hay que tener un gran control sobre tu persona si no lo haces, el mundo de las pasiones y sentimientos te llevarán hasta como y donde quieran. Vive, siente, sueña, disfruta, pero de aquello elevado y que salga de la miseria de las pasiones banales de un amor imposible.
- Don Cipriano, ¿el amor llamó alguna vez a su puerta? - le preguntó Andrés bajo la dulzura y sinceridad, propias de él y partiendo desde las últimas pecas de su redonda nariz que ascendía y bajaba a ritmo de sus ojos grisáceos y su pelo pelirrojo.
- Sí, pero, los ritmos de subida, bajada y desequilibrio, dejan a ras de tierra los impresionantes estados anínicos que cualquier pieza del Romanticismo de Wagner te trajesen. Ahora no, pero si algún día podemos, te pondré al día de los errores que no debes de conceder.
Siguieron hablando un rato. Don Cipriano, alto, espigado, con el pelo blanco y su perilla también, se inclinaba y con la cara y su expresión de siempre, recta y justiciera, le aconsejaba a Andrés sobre la vida y la música que andan cogidas de la mano en esta vida - eso le decía, mientras Andrés, algo gordito y paradito, observaba y escuchaba, con las manos sobre las rodillas, atentamente, todo lo que su maestro le contaba.
Entonces, vino, y pasó, sonriendo al lado de los dos. Carmen. Se saludaron correctamente y siguió por su camino, hasta a los cinco minutos, con una bonita falda corta y a flores estampadas, por donde entró, se iba.
- Señorita, ¿donde va Usted?
- Señor Cipriano, trabajamos juntos, cumplo y voy a cumplir mis horarios pero - y entre una gran sonrisa, sincera y bonita, que apunto hizo caer de la banqueta a Andrés, vuelvo y voy donde me place - a lo que tras avanzar unos metros se giró y le dijo
- A darme una vuelta con una gran amiga que vive aquí. Hasta luego - y volteando sus cabellos negros carbón, salió por hacia la puerta del bar y subir de nuevo.
- El arte, la escultura, la pintura, la música, la arquitectura, vencen y ridiculizan a aquello que en algún momento creíamos que era lo único y mejor que había y que nos haría felices, sin duda. Aprende a elevar tu corazón.
Andrés seguía sin estar de acuerdo con él. Para este la vida era bastante más simple y sencilla.
- Pero si la vida, es un acto de huida de la normalidad, ¿donde está su validez como elemento que no recoge al nacer?, Don Cipriano, yo no creo en vivir como un acto de sufrimiento en la superación
- No, no es un acto de sufrimiento, pero es más que aquello que le otorgamos.
En este trance de la discusión, apareció Pedro.
- !Hombres!, ¡ganas de alguien conocido!, !póngame una copita de cognac, que bien ganada tengo!. Cipriano, todo , montado y preparado para mañana - le dijo mientras le giñaba el ojo derecho
- Bueno, olvidemos lo trascendental, deberes y esfuerzos y hablemos de aquello que nos produzca más que sonrisas y satisfacción - dijo mientras se giraba al ver salir por el ascensor a Carmen y sin poder ver la cara y expresión correctiva de Don Cipriano y la comprensión entre el miedo, de Andrés.
- Carmen - dijo sucintamente y sonriendo
- Pedro - le devolvió la sonrisa e hizo un pequeño gesto con la manos.
Pedro se quedo, ausente en el tiempo, bajo el movimiento de las caderas de la belleza ambulante que iba regalando, allá a donde iba.
- Impresionante, lastima que sean las mujeres las que le gusten y busque el amor en ellas.
Ambos dos músicos impresionados se quedaron. Boquiabierto y sorprendidos. Desde la tristeza de uno, hasta la sorpresa del otro, pasaron unos segundos.
- y Usted ¿cómo lo sabe? - dijo, triste Andrés.
- Jovencito, ya aprenderás a mirar con el tercer ojo a las personas, encontrarás cuestiones que jamás las esperabas. Es una magnifica mujer, tanto sea para ella, como para él. Pero bueno, un par de semanas de trabajo, no nos dará tiempo a enamorarnos de ella - dijo entre una gran sonrisa y carcajada que sofocó entre la cara de ellos dos.
- Venga, dejaos tanto respeto por ella y desprecio por vosotros. Os guste o no, habrá poquísimos hombres que no miren sus caderas. Es una gran violinista, digo desde mis desconocimiento por el arte, pero su belleza es lo que hay, ni eterna, ni perfecta, sino mundana y que se le pasará. Mirarla ahora y no cuando ya no esté.
Andrés y Don Cipriano, alegando cansancio y necesidad se retiraron.
Andrés trató de no pensar y consiguió obviar aquella posibilidad que le dijo Pedro.
Don Cipriano, avanzó hasta la cama más inserto en los pensamientos, tan suyos y propios que le costaba expresar.
Pedro se quedó, felimente, riendose del mundo entero, entre dos copas más de alcohol y el camarero que se las servía.






































VI.


Y llegó el cuarto día de conocerse y con éste el primer concierto.
A penas habían tenido tiempo de ensayar. Ellos ya sabían de la poco preparación que iban a tener ante esta primera pieza y la habían trabajado independientemente con más incapié.
Subieron al altar de la música y todo comenzó.
Desde la oscuridad del rincón y la ausencia del resto del mundo, Don Cipriano, miraba con sus oídos a los dos músicos.
El piano quizás algo más a la derecha del escenario, estático y callado, esperaba pacientemente el inicio del, siempre volando, Violín.
Carmen y Andrés.
Ella sonreía al auditorio consciente del placer que iba a producir las notas de su seductor instrumento y él, emocionado, pues por fin, tendría un acto de amor allí y con ella.
J. S. Bach, Sonata BWV 1020, compuesta para elevar el espíritu del oyente hasta la tranquilidad de la trascendencia por encima de lo material. Era pieza de máxima técnica y perfección en su composición e interpretación.
El enfrentamiento de los dos instrumentos bajo una única melodía con una máxima armonía. Era el momento más álgido del Barroco y el autor que más podía dibujar aquello que había en el escenario. Los graves del piano de aquel joven inocente que hablaba sin gritar y con recelo y los agudos, concebidos y criados en el violín, por aquella bella mujer que jamás era encarcelada por nada ni por nadie
Y aquello comenzó. Bastaron los primeros diez minutos, para mantener al publico ensimismado en ellos.
Don Cipriano seguíalos y veía cada una de las notas, escritas y acompasados en cualquiera de las partituras y pentagramas que mil veces había escrito.
El cuerpo de Andrés apenas se movía sobre su piano. Eran sus manos y sus dedos los que paseaban, sin violencia y con mucho amor, a una velocidad vertiginosa, acariciando las teclas del piano. Sus ojos jamas miraban al teclado. Podía hacer los movimientos correspondientes sobre la arena de la playa midiendo y calculando, el supuesto lugar de ellas. Era un autentico superdotado en la interpretación por tener una técnica perfecta alcanzada por sus estudios, práctica, repetición, amor a la música, pero la cual había sido dada por la naturaleza. Lo que él poseía no podía ser producto más que de ella. Sus pupilas sólo se contraían y dilataban mirando los movimientos de los cabellos de Carmen mientras ésta interpretaba.
Carmen, parecíase tener delante a Bach y que ambos dos se miraran, cuando el maestro le pidiera la medida perfecta del sentimiento y ésta le respondiera con la sonrisa de dársela con el cariño y ternura que él esperaba para elevarse de las banalidades mundanas.
El Barroco los colocaba a los dos en una pequeña botella de cristal alejados, pero vistos, de todo el auditorio.
La cara de Don Cipriano dibujaba disconformidad y preocupación.
La cara de Pedro, alegría y satisfacción.
Don Cipriano sabía que Andrés no estaba en completud allí.
Pedro sabía que los bailarines y el montaje estaban desarrollándose según, y totalmente, lo planificado.
Debías de haber pasado noches, muchas noches enteras desvelado acompañado solamente por la música, para comprender el pequeño desequilibrio entre los dos.
Bach quería una lucha sin vencedores.
Una lucha condenada al empate.
Don Cipriano y carmen, sabían que ese no era el desarrollo del combate, pero sólo ellos, como maestros del arte y la música, lo notaron pues el publico, perdía las manos entre los aplausos que les regalaron cuando su primer concierto acabó.
Saludaron, les hicieron salir dos veces y cuando volvía de esta última, Pedro ya estaba emocionado del éxito y preparando el próximo concierto, dentro de cuatro días en Castellón, mientras Don Cipriano a su lado, mirando con cara de reprimenda a Andrés.
- Andrés
- ¿Sí?
- Venga, cuando se cambie, y me busca en las afueras del auditorio.
Carmen se alejó de los dos con una cara que pone la madre que ama a su hijo cuando éste realiza alguna pequeña incorrección. Pero ni se acerco, ni tuvo la intención de hacerlo, para corregirle.
Salió pausado, sin prisas y cómo si fuera a comprar el pan aquel sábado por la mañana, Andrés hacia el lugar donde se encontraba Don Cipriano.
- Maestro, dígame.
Seco, cansado y con la inconsciencia propia de la ignorancia, allí estaba delante de Don Cipriano, que no se había quitado el chaqué, y desde las alturas del conocimiento le miraba.
- ¿En que pensabas?
- En la música
La voz subió de tono
- ¡Engañaras a todo el auditorio, pero a mi no!, ¿cuantos años crees que llevo escuchándote?, ¿cuantos años crees que llevo observando tus ojos recorriendo los autoritarios, ausentes y notando a tus dedos recorrer, con placer, el teclado del piano?, ¡Dime!
- Maestro – alejándose le contesto- cualquiera tiene un mal día. Debe Usted de comprender que su búsqueda de la perfección es un ahogo parfa los que le rodeamos – apuntó, bajando la cabeza
- Sí, pero hoy no era ese día y tú no eres cualquiera. La perfección, es inalcanzable, de acuerdo, pero es el fin deseado.
Se dió la vuel, elevó los brazos y continuó.
- ¡Spinoza, Liebniz, Bach!, es la perfección, es el racionalismo¡, en ninguno de ellos cabía, ni cabe el corazón ni la imperfección del amor que en ti he oído.
La cara que esbozó Andrés fue totalmente anormal. Sentíase sorprendido en fraganti robando el cuerpo cobijado, de San agustín, en la catedral.
- No, Maestro, nunca había tocado ante tanta gente entregada – dijo casi entre susurros.
En aquello apareció carmen.
- Andrés – le dijo con suavidad, necesitamos más ensayos, tú y yo, en solitario. Coordinémonos. Aceptemos nuestra lejanía en la vida y busquemos el amor y la cercanía entre nuestras notas.
- No, jovencita – acercándose comentó Don Cipriano, ni Usted ni él realizarán una sola acción en estos conciertos sin mi delante –
Entonces, apareció, como siempre y de la nada, Pedro, y poniendo las manos sobre los hombros de Andrés y su maestro, tras realizar un guiño a carmen les dijo.
- Por favor, mis locos y perdidos artistas, hasta vosotros, os guste o no necesitareis cenar y yo, como me gusta, también lo necesito.
Bajo la incertidumbre y sorpresa que alguien le tocara, Don Cipriano se dejó llevar.
Andrés le sigió sin abrir su humilde boca, y Carmen, también ausente de aquellos problemas pues no quería estar en ellos, partió, con todos hacia el bar del hotel.


Consiguieron una buena mesa y allí llegó la botella de vino que empezó a limpiar el cristal de la confusión y las verdades comenzaron salir entre los reflejos de los cristales limpiados con el regalo de la uva fermentada

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