La cara de Don Cipriano,
reflejaba la incomodidad y perturbación que le suscitaba las cambios
de planes que tenía absolutamente calculados, estudiados y
conclusos. Antes del concierto en la ciudad de Valencia, debían de
pasar, pues así lo había contratado, en el último momento, para su
gira, por la ciudad de Sagunto.
Ésta, tenía en la cima de la
montaña que dominaba todo el lugar poblado hasta el puerto, una
antigua fortaleza Romana,, construida durante aquellas guerras que
enfrentaban a la gran urbe, Roma, y sus mercenarios, contra otros
pueblos, tale como los Cartaginenses, colonos Fenicios ubicados en
Cartago, colonia de estos en el norte de África, en la costa del mar
que los romanos consideraban de ellos, o, en defensa también, de los pueblos oriundos de la
entonces Hispania. Allí, había un bello y antiguo auditorio, que
reformado y a cielo descubierto, se convertía en un lugar magnifico
para la representación de teatro o la realización de conciertos.
Para ello fue construido y para ello iba a ser utilizado..
Tras subir unas largas cuestas
hasta éste y entrando por la puerta trasera se encontraron con la
coordinadora y encargada de su mantenimiento y gestión. Era Doña
Marisa, interprete, viola, política y gestora. Algo entradita en
carnes y con un gran aspecto de salud y vitalidad, salió a
recibirlos.
- !Buenas tardes y bienvenidos¡
- les dijo abriendo amablemente sus manos. A esto todos respondieron
con una enorme sonrisa menos Don Cipriano, que con una cara y
sonrisa de formalidad le dijo.
- Señorita
No pudo continuar más pues la
mujer comenzó a reírse con facilidad – mal empezamos, pensó
Andrés, desde la distancia de su timidez.
- Señor – miro la hoja que
sostenía entre las manos, Don Cipriano, por mis avatares en la vida
y otras condiciones, me pienso que ya no puedo llevar ese apelativo,
dejémoslo en Marisa.
Tras esto, le dió la mano y
pasó a su lado yendo a saludar al resto de la comitiva, con
amabilidad y simpatía. Don Cipriano, desde las alturas de la grandes
sentimientos y el malvivir de la trascendencia, la miraba, con cara
de asombro, su felicidad y facilidad para actuar. Tras esto volvió
a su posición habitual y les dijo.
- les tengo planeados, y ahora se
lo comunicaré, los planes de acción y actuación para los próximos
tres días.
- Señora Marisa – al maestro
le perturbaba el cambio de planes, pero se le hacia inllevable que le
dijeran, además que había de hacer - tengo ya compuesto y
planificado los hechos que realizaremos y sólo necesito que me diga
la fecha y el momento en concreto que hemos de actuar.
Marisa volvió a reír de manera
descarada y desvergonzada. Era una mujer bella desde la salud y
elegante desde una gran informalidad.
- Señor, señor, aquí seré yo
quien les instale y les guíe. Están en mi tierra y ciudad y como
invitados, aun bajo cotización, van a actuar. Don Cipriano levantó
el mentón y permaneció callado, mientras Marisa, cogía del brazo a
Andrés, que parecía el hijo que no tenía, charlando con Carmen y
seguidos con una gran sonrisa por Pedro, se introdujeron en las
oficinas del auditorio. Los reunió a los cuatro en su despacho y les
indicó todo lo que iba a pasar e iban a hacer durante los próximos
tres días. Don Cipriano, no abrió la boca en ningún momento y se
limitó a tomar nota de todo lo que ella decía. Los despidió hasta
dentro de cuatro horas, ya por la tarde, cuando hubieses comido un
riquísimo arroz propio de aquellos lugares, y cuando ya se iban
- Don Cipriano ¿podría Usted
quedarse unos minutos? - Éste se paró, se giró y dejó pasar a los
demás mientras estos le miraban con curiosidad hasta que él cerró
la puerta tras el paso de todos.
- Cipriano.
- Marisa.
- Veo que sigues igual, ¿tus
alumnos todavía te llaman maestro?
- Sí.
- Vamos, relájate, hemos vivido
muchas cosas juntos para estar tensos y tu troupe ya no esta para
parsimonias.
- Marisa, los avatares del
pasado, no tienen que dirigir el futuro.
- No pensaste eso cuando
cometiste lo que ahora, parece ser que veas como un gran error.
Eramos jóvenes y hace lustros y
décadas de ello. Tú eras una mujer muy joven y aun con más años,
veo que sigues con una juventud interna grande.
- Baja a la tierra, estarás
mejor.
- Sabes, que uno no puede huir de
si mismo y que intentarlo es un error.
- ¿Cuanto tiempo estuviste aquí
dando clases?
- 2 años.
- ¿Cuanto ha pasado?
- 46.
- Veo que llevas las cuentas
claras de aquel tiempo e indefectiblemente de nuestra fugaz pero
existente relación.
- Marisa – y de repente, Don
Cipriano se hizo humano, tuve que elegir. La música me dominaba
entonces y ahora lo sigue haciendo.
Marisa se levantó. Tenia 58
años. Don Cipriano 62. Con una gran cara de ternura le dijo.
- Vamos a pasar tres buenos días, relájate y trata de pensar que eres aquel joven talento de 28 años
del que yo me enamoré perdidamente. Baja del corcel indomable de la
máxima perfección y tratemos de trasmitir la alegría y paz propia
de la música, no hagas que a ellos les encierre en el mundo de los
elegidos que sufrís ante la supuesta banalidad, ante la música de
los demás.
Don Cipriano, pensativo se quedó,
hasta que volvió a poner cara de hurano y muy cortésmente se
despidió de Marisa.
- Marisa, dentro de 4 horas te
veo y te rogaría que esto permaneciera oculto entre nosotros,
tenemos tres días para olvidarlo juntos, entre los ensayos y
actuación final, así pues, Doña Marisa, después nos vemos.
Marisa se quedó mirando por la
ventana como este se alejaba cuesta abajo hacia la plaza, fuera del
recinto histórico, donde comenzaban los bares y restaurantes. Alto y
delgado, de negro aun con el calor y el pelo blanco. Jamás, nunca
jamás le vio como un hombre normal, la diferencia iba en su maleta,
y esto fue siempre lo que más le atrajo de él. Con una cara muy
melancólica cerro la ventana, mientras se sentaba, y tras conectar
el aire acondicionado, cerro los ojos y se puso a recordar. Tenía
una espina clavada de como acabó aquello y tenía la clara intención
de hablarlo en estos días aun que solo fuese para quedarse tranquila
y agusto cuando el se fuera, con respecto a la única desventura y
sufrimiento por amor que ella había vivido. Recordaba como el mundo
desaparecía al rededor de los dos cuando éste la envolvía entre
sus brazos colocándolos correctamente para interpretar aquellas ya
olvidadas notas.
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