lunes, 22 de junio de 2015

LA TOURNE (9)



Y esta vez, y, apenas en el segundo concierto, se mirarón a los ojos durante la actuación.
Había comenzado de una manera, en cuanto a formas, muy parecidas a él anterior, pero el virtuoso Andrés,  comenzaba a rumiar las palabras de Don Cipriano en cuanto al sentimiento necesario en la música.
Carmen comenzó a sentir unas notas más alargadas y otras más cortas. El estilo matemático iba desapareciendo a medida que avanzaba el concierto.
El cabello, las melenas de Carmen,  comenzaron a dejar de volar cuando las escaladas de sonido entre las teclas comenzaron a tomar vida.
Y en esto llegó el invierno y con éste,  la tormenta y la pasión.
Las cuatro estaciones de Vivaldi, fueron compuestas pensando en la cuerda y más en el violín.
El público comenzó a disfrutarlo a piel viva, en cuanto Carmen cerró los ojos y comenzó a vivirlo y sentirlo. Pero no se estaba sola y abandonado en el escenario, sino acompañada por Andrés que la sostenía en el auge y altura del momento. Jamás lo había hecho pero Andrés comenzó a gesticular con su cuerpo la interpretación.  El público estaba disfrutando, tanto de la música como del amor por ella que allí se veía. Don Cipriano no quitaba ojo encima de su alumno y comenzaba a emocionarse, aún que nadie y nunca jamás, por su expresión hubiera podido deducirlo.
- Perfecto, perfecto - se decía - mientras se acariciaba dulcemente la punta blanca de su ya vieja barba.
Pedro sonreía viendo el magnifico espectáculo.
- !Qué buenos que son! - se decía mientras sonreía y pendulaba su cabeza de un lado al otro.
Marisa,  con los ojos enrrogecidos, disfrutaba de la música y miraba con melancolia aquella persona que la música le había robado.
Las melenas de Carmen dejaron de volar y - !por fin!, pensaba Don Cipriano, lo hizo -, Andrés bajo, un tanto alterado, sus brazos sobre butaca.
Comenzaron a soñar de manera estrepitosa los aplausos. Andrés  y Carmen, fijos en su posición saludaban con una gran sonrisa, sabían de su buena actuación.
En aquel momento, mientras entraba en el escenario, Pedro les iba haciendo gestos para que se adelantaron. Pasados y con calma lo fueron haciendo y ya en la parte frontal siguieron dando las gracias, hasta que llegó el momento en el que Carmen, mirando al público y sin más intención de cariño en el momento, le cogió dulcemente la mano.
La piel blanca y suave y el contacto con dulzura.
Andrés volvio a su realidad y comenzó a sentirse más bajito a su lado. Mientra giraba la cabeza y le miraba le dijo
- Andrés !saluda!, !disfruta del buen momento que les hemos hecho pasar! - a la vez que sonreía y le giñaba un ojo.
Bellísima. Era una mujer llena de contrastes y estos comenzaban con los colores. Negros muy negros sus ojos y cabellos y blanca, muy blanca su piel y sonrisa. Menos mal que Pedro se adelantó y él pudo escurrir por sus espaldas yendo hacia su maestro, en el cual siempre encontraba el consuelo de la absoluta tranquilidad emocional que se mantenían. No pudo con Andrés,  pero si que cogió,  dejándose,  a Carmen por la cintura, mientras que mirándola a ella, le decía al público la fecha y la hora del siguiente y último concierto. Carmen, orgullosa y altiva comenzaba a tener placer recostandose un poquito quizás en la alegría y seguridad, por tener esa alegría,  de Pedro. Pareciese que allí la única que sabía de que iba aquello era Marisa.
Se fueron, entonces, todos peligrosamente, a cenar.

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