En aquel mini autobús, reinaba y mandaba el silencio. Aquel que te vaticine cualquier aspecto del futuro, te está mintiendo o jugando a la suerte en busca de la casualidad. El duende misterioso o la maligna bruja actúan y bailan con éste a su placer y antojo.
Carmen, miraba a Pedro con curiosidad. Ella sólo vivía y moría por su violín. Sabía que jamás le abandonaría y siempre podría sentir la suavidad de la madera allí, en su mejilla.. Era un amor trascendente y metafísico. La atracción física, la sentía por otras mujeres. La hombría le resultaba violenta y sucia. Le atraía la dulce belleza, como la de su violín, que encontraba en otras mujeres. Compañeras estables no había tenido, pero relaciones intensas sí. Pero ésta vez allí estaba observandole con curiosidad. Con Pedro no sentía lo mismo que con los demás. Era un hombre fuerte, pero Delgado, alto, limpio y con estilo y educación. Era el género contrario al macho. No tenía ningún tipo de amaneramiento , pero tenía movimientos armonioso y comedidos. Carmen notaba la atracción física por él. Jamás la había sentido por un hombre hasta entonces.
Pedro miraba, muy relajado, se le notaba, el mar del camino.
Andrés sabía que tenía que hablarle, que establecer conversación con Carmen. Había ya asumido su más que imposible relación , pero sí que sabía el valor propedeutico de la acción. El cerrado mundo en la música era precioso, pero quería algo más, quería vivir fuera de la su concha y no moverse todo el tiempo bajo los auspicios de su mami, a la que tanto quería y de su maestro, al que respetaba en desmedida. Quería decirle a Carmen lo que sentía, en cuerpo y alma, cuando la veía interpretar.
Don Cipriano y Marisa, estaban sentados en los asientos delanteros, cada uno, como no, a un lado y otro del pasillo. Don Cipriano, que veía el cuenta revoluciones del vehículo, Le gustaba calcular y estudiar el número, ritmo pensaba él, de la velocidad y cuanto se incrementaba éste en el momento de la reducción de marcha. Intercambiaba sonrisas, discretas, pequeñas y casi inapreciable con Marisa. Ahora bien, la suma era tal como la totalidad de los diez últimos años. Don Cipriano no era un hombre amargado, ni mucho menos, pero vivía claramente sólo en otro lugar.
Y Marisa, !ahy!, Marisa, cómo se decía lo poco que vale y llena el pasado si se quiere vivir el presente. Ya no existen aquellos primeros años de tristeza o los siguientes de recuerdos de sueños pasados. Sólo existe el presente y allí estaba ella en éste. Nadie le podía haber dicho, ni ella podía haber imaginado que aquella mañana irían los dos en el mismo autobús separdos
Apenas por dos metros. La vida de Marisa estaba con equilibrio y satisfacción pero aquel momento la estaba llenando de felicidad. No hablaban, pero intercambiaban tímidas sonrisas.
El único que hablaba y con un gran vozarron era el conductor, haciendo un gran repertorio de chistes fáciles y malos. Si les miraba a los pasajeros, alguna sonrisa ante ellos pero y cómo no, con alegría y fiesta, carcajadas, sí, pero suaves, de Pedro.
Allí llegaban, y tras pasar Prot Saplaya y la playa de la Patacona, entraron en el túnel que les dejó ya en Valencia.
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