martes, 1 de diciembre de 2015
EL EDIFICIO CALAGARI (Cap. 2)
Así pues, bloqueándome la salida hacia el ascensor, la joven Amparo, gestora y presidenta, del edificio, esgrimía la espátula de madera, larga y con final plano, acompañada del gorro blanco, de cocina ambos objetos.
Vestia de negro, algo encajado, a media pierna y con zapatillas de bailar. La gustaba el cuello circular y la mangas ajustadas, pues decía, que necesitaba para no sentirse, en sus movimientos, estorbada por los pliegues de la ropa.
Alzando ligeramente la mano izquierda y apuntándome con la derecha, me preguntó
- Va usted a tener problemas en pagar la cuota de este mes?
- Nunca los he tenido, Amparo.
Mirándome fijamente, bajo la espátula, la puso en vertial y la acercó a su cuerpo.
Siempre las mismas preguntas y la misma cuestión. Con ellas navegaba todos los días por los pasillos del edificio, parando a unos y otros con los que se cruzaba. Sólo una vez cobrados todas las cotizaciones del fondo de copropetarios, dejaba su espátula y saludaba correctamente a todos los vecinos.
Era una mujer hermosa, joven, sana, pero en los momentos de extasis en el cobro, en la oscuridad de sus ojos, se escondía el misterio y el desequilibrio.
En un momento, inesperadamente, volvió a subir su espada, retiró el pie izquierdo algo hacia atrás y con la mano izquierda más elevada dijo
- Y Arturo, le he visto que con él hablaba, le dijo algo de su cuota?, siempre se retrasa! Hizo un amago de acercarse hacia mi corazón con el palo fino de cocina, que me hizo atrasarme un poco torpemente.
- Amparo, Usted se cree que me lo iba a contar?
- Señor Andres, yo ni creo ni supongo nada, todo lo pregunto y lo compruebo - mirándome fijamente mientras me lo contaba.
- Bueno, no lo sé, además, apliquémosle la suposición de inocenia - despues de decirlo y antes de su reacción, ya estaba arrepintiéndome de lo dicho.
- El asunto de la inocencia supuesta?, !la inocencia supuesta es un hecho dado y aceptado sólo por los cobardes!, !hay que aceptar nuestras responsabiidades y saber aplicarlas con fuerza a los demás - diciéndome esto blandeaba se espátula de un lado al otro del pasillo- !la justicia sólo existe en la imaginación de aquellos que la ansía! - roja de emoción colocó, el arma en vertical, a la altura de su pecho y echandose hacia atrás, intentado calmar su irritación.
Por los propios delirios que sonaban cualquier hora del día y en cualquier día del año, revelaban sus paranoías en busqueda de justicia. Hablaba de abusos, nombraba a sus profesores, hablaba del juez, maldecia el juicio acabada las escenas histéricas con algún gran gemido. Cuando colgaba su espada era una mujer realmente simpatica y agradable, pero cuando cualquier asunto relacionado con alguna situación organizativa o algún tipo de baremo o juicio, perdía el razón y comenzaba a deambular por el edificio exigiendo la paga de la cuota, como reacción reflejo de las inoperancias metales que sufría y, por lo que ella afirmaba, "así debe de actuar toda persona con respensabilidades". Sus ojos eran negros, pero brillaban como soles en aquellos momentos de extrospección máxima
- Bien, Señor Andrés, acabo de recordar que su cuota está pagada - cosa que no era verdad, mi banco les pasaba el dinero a finales de mes, y estabamos a su mitad. Los ataques de locura le nublaban la mente. Los momentos de claridad, le valían para comprobar los datos, pero en el caso que alguno faltase, es decir, normalmente hasta el 25 del mes, salí como una fiera a perseguir a los demás, desde su inofensibidad y a corregir el asunto como motivo de pagar una deuda que la vida le debía.
Nunca la había visto bajar por el ascensor, pero sí por las escaleras persiguiendo a los inquilinos. Nunca habíamos coincidido en las puertas de entrada del edificio. No sabía si salia o no, pero sí que sabía que alguna vez al mes le traían del supermercado una gran cantidad de comida.
Sin mas palabras, se retiró hacia la pared, se quitó el gorro de cocina, se puso cruzado sobre el pecho la espátula y me dijo
- Senor Andres, entiéname lo importante del asunto y la seguridad y prioridad que debo de darle a todos estos asuntos, por la seguridad económica del edificio. Pero continue, así está todo claro.
En los breves instantes en que la cordura y normalidad regresaban a sus ojos, era una mujer muy guapa a sus 35 años
Ya cerca de mi destino, el famoso ascensor, comencé a observar al botones de éste.
El botones, Carmelito, era un anciano de mas de setenta años, que todavía, reconstruido a tijera e hilo durante toda su vida, vestía el uniforme que lució en la inaguración hacia ya muchos años.
La tela gruesa roja, ya no contrastaba con los botenes color cobre. El rojo estaba enmoecido y los botones agrisantado. El gorrito rojo, dejaba pasar a las canas que le caían por los laterales. Me vio de lejos, sonrió y empezó a buscar en el juego de llaves. El ascensor se llamaba con lleve en cada uno de sus pisos.
Era un hombre realmente tranquilo y con el todo sucedía despacio, muy despacito.
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