Vestía
con un traje blanco y cortaba una pequeña melenita rubia.
-
!Llévame a bailar¡ - me dijo sonriendo y moviendo la cabeza
suavemente de un lado para el otro.
De
tanta belleza, tanta locura, me decía.
-
Sabes, Marylin, que me tengo que ir a trabajar – contesté
poniéndole dos dedos en horizontal de mi mano derecha, con suavidad,
bajo su dulce mentón.
En
aquel mismo momento sus ojos se libraron de locura y, cruzando su
mano derecha, cogió la mía y la apartó de su rostro.
-
Andrés, sabemos que todos vivimos inmersos en nuestras locuras, tú,
yo y todos. La adquirimos en el camino de nuestra realización. En
busca de la satisfacción. La locura del sinsentido. El ajetreo y
materialismo actual. La imposición externa en tu vida. En demasiadas
ocasiones nos olvidamos de lo somos y nos dejamos llevar por los
estereotipos impuestos, movimientos artísticos, tal y como el art
pop, con el icono Marylin de Warhol
Aquí
su expresión cambió de nuevo y su bella sonrisa volvió
-
Bien, bien, Andrés, amorcito ¿donde vas?, cuéntame.
-
A la rutina en el trabajo.
-
Al trabajo, al trabajo...- aumentaba ligeramente el tono en cada
repetición, !al trabajo¡, ¿dejas el mundo de tus sueños para
salir a la realidad?
Autoacusaba
al mundo de sus locuras.
-
¿Miedo a actuar tal y como tú eres?
Tenia
ataques de lucidez verbal
-
¿Nos escondemos en la normalidad ante el temor de descubrirnos?, ¿es
locura no entrar en el caudal del rio que a todos nos arrastra?,
¿tenemos que adquirir unas formas, usos y maneras impuestas del
exterior?. ¡Marylin!, !Sácame¡
Entonces,
enseguida se le pasaba y al momento ya te estaba poniendo morritos
resaltados en rojo.
-
Esperaré la flor que me traes todos los días – me dijo alejándose
de medio lado, despacito y marcándome un besito con la mano.
Nunca
le llevé flores. Temía su reacción.
Continué
bajando las escaleras, cuando a la siguiente vuelta, me encontré al
pintor, Daniel, allí, en mitad de ella, con un cuadro, enmarquetado
apenas con los laminas de cristal, pensando como ponerlo. Maniobras
tenía que hacer para pasar.
-
¡Hombre Juan! - siempre se equivocaba con mi nombre.
-
Daniel, qué tal.
-
Pues mira aquí, a ver donde y como coloco mi nueva creación, mira,
mira, y dime qué tal.
Me
la pasó y la contemplé
-
Has dejado tu anterior estilo ¿no?
-
Me insulta que me lo preguntes – el genio de los artistas
chovinistas volvía- , ¿qué no ves la diferencia?, es palpable
evidente, clara. Los otros eran buenos, pero estos son mejores.
Era
surrealismo, bueno.
Tras
ver el cuadro, comencé a comprender su nuevo bigote, largo y
afilado.
-
Quiero hacer real lo imposible, quiero que veas lo que no puede ser,
quiero llevarte al mundo de las ilusiones.
El
cuadro era el dibujo, bastante conseguido, de un elefante, de
aquellos que en caravana marchan en un cuadro de Dalí.
Mi
única relación con él, había sido en el hueco de la escalera.
También era un hombre informado de lo que hablaba y conocía muy
bien las obras propias de cada movimiento o autor en los que
trabajaba.
Mientras
pasaba le dije
-
Sí, a mi me gusta bastante, disfruto muchísimo, sino con él que
más, viendo los cuadros de Dalí.
-
Sí – dijo levantando el dedo indice.
-
Claro, que también un poco extrovertido y experpéntico en
ocasiones.
-
Mira, la belleza y verdad tienen la misma madre y ella es, la locura.
Un
tanto aturdido me quedé tras esta afirmación por la resonancia y el
tono de aquella verdad que nunca supiste. Su sonrisa continuó.
-
Bueno, pues ya tengo el lugar, así que me subo a por las
herramientas para colgarlo. Ah¡, a ver cuando quedamos y subes al
altillo a ver mis obras.
-
Cuando quieras me avisas – durante siete años me estaba invitando
a su casa a ver su obra. Nunca había ido. Tampoco le había visto
salir a la calle, pero sus cuadros tenían la suficiente calidad como
para hacer negocios con ellos. Eran buenos.
Así
pues, nos dimos la mano y cada uno siguió por su camino.
Para
ir a la planta baja, debía de pasar por toda la primera planta pues
la escalera continuaba al otro lado del pasillo.
En
cuanto doble hacia éste, sorprendido me quedé, estaban todas las
paredes y techo con hileras de luces pequeñitas formando lineas
paralelas y alguna trasversal.
En
la primera puerta vivía el antiguo chófer del dueño del edificio,
que aquí había vivido, en toda la cuarta planta, y estaba, el antiguo chofer, con el
uniforme puesto, paseando de un lado al otro del pasillo con cara de
impaciencia, hasta que giró su mirada y la clavó en mi.
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