sábado, 12 de diciembre de 2015

….ni fin, ni destino, sólo amor y compañía.....




Y su soledad se agrandaba en cuanto a la distancia de comprensión con todo lo que le rodeaba.
Isis, 37 años, locutora de radio. Situación civil, soltera, con un hijo y situación animica, desastrosa.
- Quizás me faltase un hombre a mi lado que me diera felicidad – se decía sólo de vez en cuando, pero pronto deshacía esta opción, ella sabia que era un asunto única y solamente interno. Los globalizaciones le habían llenado el mundo de falsedades y lejanías. La verdad había pasado a un segundo plano. El lenguaje lo habían cambiado por unos signos fonéticos que le quitaban toda la belleza. La hipocresía era el mayor bailarin del estado actual. Si tuviera aquel día ganas de mantener una conversación con una persona en la cual se pudieran tratar asuntos concernientes al estado anímico, sentimental, existencial, esencial o vitalista de la persona, eran, básica o totalmente imposibles.
Así pues, y con esto, bajó al bar de abajo a tomarse un café. Aburrida y con sosiego abrió la puerta del bar y allí mismo recibió la gran sorpresa.
En el rincón más alto había un hombre tocando el Saxofón e interpretando un Jazz muy bueno.
El mundo desapareció, rápidamente al rededor de Isis y el saxofón tomo todo su espacio – muy bueno, muy bueno, se dijo.
Ella entendía de música bastante. Su padre era el director, ya mayor, de la banda de su pequeña ciudad en la cual Isis había aprendido a tocar la trompeta y su madre, era una gran interprete del piano. Ponía música en la radio local.
Isis soñaba con música, se refugiaba en ella, y pensaba que eran las lindes y el destino al que sólo llegan los privilegiados.
Poco a poco, su mirada comenzó a concentrarse en los dedos del interprete – muy bueno, sí- que los movía con soltura, precisión y arte, pero mucho. Sin embargo la diferencia y lo que hacia grande la música de este interprete era la respiración que realizaba para tocar.
El Jazz era una música que entró en vida, allá por los finales del siglo XIX, con movimientos, ritmo y arte africano, llegado y trasformado por las manos de los americanos blancos.
Llevaba tocando al menos un cuarto de hora sin cambiar de tema.
Improvisaba, alargaba, entonaba.
Isis era capaz de reconocer las notas y escuchaba como el autor las repetía pero cambiando totalmente el contexto, que le daban una sensación diferente.
Tristeza, rabia, furia, melancolía....
Ya casi en la hora de irse, miró al interprete, justo en el mismo momento en el que este también después de todo el concierto se fijase en ella.
En aquel momento estuvieron mirándose largos minutos, pues él, Andrés, había encontrado una espectadora a la cual interpretar toda sus amores.
Andrés era un tipo alto y guapo, delgado y con las manos finas de dedos largos para cariciar las cuerdaas de su instrumento. Vestía todo de blanco cuando actuaba. Entonaba, tocaba y vivía, hasta la muerte, cada canción.
El corazón le temblaba en cada una de ella.
Debía de llevar la bolsa con muchos de eloos pues en algunas canciones se le morian para siempre en la melancolia o en la angustia del Jazz.
Y otros, cruzaban toda la sala y de ella se iban, entre el ritmo y la repetición sublime, alta, magnifica de los virtuosos.
Se miraban en muchas canciones desde aquel entonces.
Hubo un momento en el cual, Andrés, se levantó de la butaca y dando pequeñas vueltas sobre si mismo, mientras subía y bajaba su cintura entre las sobresalientes notas de la canción, se acercó a Isis.
Se sonrieron. Isis era rubia, casi albina, pues tenía pequeñas pequitas sobre la nariz. Era más bien delgadita y dulce.
Andrés sonreía con decisión. Su sonrisa cabía, pero de perfil, en la sala del bar. Se movía con soltura y alegría y más cuando conseguía que los ojos del publico brillaran al lado de los suyos.
Setía y sufría la música.
Isis le veía. Sentir y sufrir y esto le llevaba directamente a si misma y su sensación que le acompañaba. La distancia versus el mundo se le hacia enorme y en demasía, la disconformidad con la realidad era tan extensa que la tenía que ocultar constantemente.
Pensaba que, con sinceridad, se equivocaba, pues no concebía que, en el mundo, se hicieran cosas tan rematadamente mal.
Tenía pocos amigos, pues la velocidad y la falta de contenido de las acciones, no le gustaban.
Acusaba lo hueco que estaban dejando el mundo, la supuesta globalización de la nada.
Juzgaba a la globalización como un modo de vender, o productos o ideas.
Acrecentaba la individualidad y separaba los colectivos.
Las personas desaparecen.
Los pc cobran vida.
Entre estos pensamientos que sola tener, escucho de nuevo y cerca el violín de Andrés. Apenas a un palmo de distancia le dijo:
- Escucha, que esto te lo dedico.
Y comenzó a tocar.
Largo, grave, corto y agudo. Una melodía bellísima. Movía el instrumento de arriba a abajo doblando su cintura, sudando, sufriendo. Andrés también estaba situado y además alejado de toda situación sentimental con cualquiera. Así era y así se lo había propuesto.
Pero aquella tarde vio unos ojos que le hundieron todos sus esquemas.
Los ojos verdes gema y el pelo fino y rubio, le habían impactado, pero cuando se miraron, sintió la verdad como nunca la había encontrado. Harto de la falsedad e hipocresía que tanto mal le había hecho, le basto el intervalo entre dos notas para enamorarse, pero cuando se giró, con toda la alegría y felicidad para enamorar, seducir y conocer a la mujer, esta se había ido.
Isis no se fiaba, en estos momentos, de la mirada de amor de ningún hombre por muy sincera que esta le pareciera.
Era un mujer sincera y que lo daba todo en aquello que hacia.
Lo mismo hizo con su amor y el daño fue demasiado fuerte.
Se dio media vuelta y se fue.
Lo lo hecho es predecible, todo futuro es irreal y sólo probabilístico.
Eran un hombre y una mejer tremendamente predestinados.
Parecidos, en inquietudes, en sensibilidades, en movimientos, en amores, caracteres complementarios, máximo respeto de él hacia la dulzura de ella y ella hacia su sensibilidad como artista.
Lo tenían todo.
Pero el destino y la fortuna son crueles, juguetones y caprichos y aquello que te da como bueno, puede que te resulte demasiado caro y esto que dejaste pasar hubiera sido tu nirvana.
El color del pelo y las pecas de Isis, junto con las últimas notas de Jazz, en el garito, fue lo último que quedó, bonito, mucho, aquella tarde de los dos.
Quizás sea la vida así mas hermosa.
Pequeñas historias, bonitas, hermosas, donde no tenga cabida el desengaño y la desilusión.


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