Y
su soledad se agrandaba en cuanto a la distancia de comprensión con
todo lo que le rodeaba.
Isis,
37 años, locutora de radio. Situación civil, soltera, con un hijo y
situación animica, desastrosa.
-
Quizás me faltase un hombre a mi lado que me diera felicidad – se
decía sólo de vez en cuando, pero pronto deshacía esta opción,
ella sabia que era un asunto única y solamente interno. Los
globalizaciones le habían llenado el mundo de falsedades y lejanías.
La verdad había pasado a un segundo plano. El lenguaje lo habían
cambiado por unos signos fonéticos que le quitaban toda la belleza.
La hipocresía era el mayor bailarin del estado actual. Si tuviera
aquel día ganas de mantener una conversación con una persona en la
cual se pudieran tratar asuntos concernientes al estado anímico,
sentimental, existencial, esencial o vitalista de la persona, eran,
básica o totalmente imposibles.
Así
pues, y con esto, bajó al bar de abajo a tomarse un café. Aburrida
y con sosiego abrió la puerta del bar y allí mismo recibió la gran
sorpresa.
En
el rincón más alto había un hombre tocando el Saxofón e
interpretando un Jazz muy bueno.
El
mundo desapareció, rápidamente al rededor de Isis y el saxofón
tomo todo su espacio – muy bueno, muy bueno, se dijo.
Ella
entendía de música bastante. Su padre era el director, ya mayor, de
la banda de su pequeña ciudad en la cual Isis había aprendido a
tocar la trompeta y su madre, era una gran interprete del piano.
Ponía música en la radio local.
Isis
soñaba con música, se refugiaba en ella, y pensaba que eran las
lindes y el destino al que sólo llegan los privilegiados.
Poco
a poco, su mirada comenzó a concentrarse en los dedos del interprete
– muy bueno, sí- que los movía con soltura, precisión y arte,
pero mucho. Sin embargo la diferencia y lo que hacia grande la música
de este interprete era la respiración que realizaba para tocar.
El
Jazz era una música que entró en vida, allá por los finales del
siglo XIX, con movimientos, ritmo y arte africano, llegado y
trasformado por las manos de los americanos blancos.
Llevaba
tocando al menos un cuarto de hora sin cambiar de tema.
Improvisaba,
alargaba, entonaba.
Isis
era capaz de reconocer las notas y escuchaba como el autor las
repetía pero cambiando totalmente el contexto, que le daban una
sensación diferente.
Tristeza,
rabia, furia, melancolía....
Ya
casi en la hora de irse, miró al interprete, justo en el mismo
momento en el que este también después de todo el concierto se
fijase en ella.
En
aquel momento estuvieron mirándose largos minutos, pues él, Andrés,
había encontrado una espectadora a la cual interpretar toda sus
amores.
Andrés
era un tipo alto y guapo, delgado y con las manos finas de dedos
largos para cariciar las cuerdaas de su instrumento. Vestía todo de
blanco cuando actuaba. Entonaba, tocaba y vivía, hasta la muerte,
cada canción.
El
corazón le temblaba en cada una de ella.
Debía
de llevar la bolsa con muchos de eloos pues en algunas canciones se
le morian para siempre en la melancolia o en la angustia del Jazz.
Y
otros, cruzaban toda la sala y de ella se iban, entre el ritmo y la
repetición sublime, alta, magnifica de los virtuosos.
Se
miraban en muchas canciones desde aquel entonces.
Hubo
un momento en el cual, Andrés, se levantó de la butaca y dando
pequeñas vueltas sobre si mismo, mientras subía y bajaba su cintura
entre las sobresalientes notas de la canción, se acercó a Isis.
Se
sonrieron. Isis era rubia, casi albina, pues tenía pequeñas
pequitas sobre la nariz. Era más bien delgadita y dulce.
Andrés
sonreía con decisión. Su sonrisa cabía, pero de perfil, en la sala
del bar. Se movía con soltura y alegría y más cuando conseguía
que los ojos del publico brillaran al lado de los suyos.
Setía
y sufría la música.
Isis
le veía. Sentir y sufrir y esto le llevaba directamente a si misma y
su sensación que le acompañaba. La distancia versus el mundo se le
hacia enorme y en demasía, la disconformidad con la realidad era tan
extensa que la tenía que ocultar constantemente.
Pensaba
que, con sinceridad, se equivocaba, pues no concebía que, en el
mundo, se hicieran cosas tan rematadamente mal.
Tenía
pocos amigos, pues la velocidad y la falta de contenido de las
acciones, no le gustaban.
Acusaba
lo hueco que estaban dejando el mundo, la supuesta globalización de
la nada.
Juzgaba
a la globalización como un modo de vender, o productos o ideas.
Acrecentaba
la individualidad y separaba los colectivos.
Las
personas desaparecen.
Los
pc cobran vida.
Entre
estos pensamientos que sola tener, escucho de nuevo y cerca el violín
de Andrés. Apenas a un palmo de distancia le dijo:
-
Escucha, que esto te lo dedico.
Y
comenzó a tocar.
Largo,
grave, corto y agudo. Una melodía bellísima. Movía el instrumento
de arriba a abajo doblando su cintura, sudando, sufriendo. Andrés
también estaba situado y además alejado de toda situación
sentimental con cualquiera. Así era y así se lo había propuesto.
Pero
aquella tarde vio unos ojos que le hundieron todos sus esquemas.
Los
ojos verdes gema y el pelo fino y rubio, le habían impactado, pero
cuando se miraron, sintió la verdad como nunca la había encontrado.
Harto de la falsedad e hipocresía que tanto mal le había hecho, le
basto el intervalo entre dos notas para enamorarse, pero cuando se
giró, con toda la alegría y felicidad para enamorar, seducir y
conocer a la mujer, esta se había ido.
Isis
no se fiaba, en estos momentos, de la mirada de amor de ningún
hombre por muy sincera que esta le pareciera.
Era
un mujer sincera y que lo daba todo en aquello que hacia.
Lo
mismo hizo con su amor y el daño fue demasiado fuerte.
Se
dio media vuelta y se fue.
Lo
lo hecho es predecible, todo futuro es irreal y sólo probabilístico.
Eran
un hombre y una mejer tremendamente predestinados.
Parecidos,
en inquietudes, en sensibilidades, en movimientos, en amores,
caracteres complementarios, máximo respeto de él hacia la dulzura
de ella y ella hacia su sensibilidad como artista.
Lo
tenían todo.
Pero
el destino y la fortuna son crueles, juguetones y caprichos y aquello
que te da como bueno, puede que te resulte demasiado caro y esto que
dejaste pasar hubiera sido tu nirvana.
El
color del pelo y las pecas de Isis, junto con las últimas notas de
Jazz, en el garito, fue lo último que quedó, bonito, mucho,
aquella tarde de los dos.
Quizás
sea la vida así mas hermosa.
Pequeñas
historias, bonitas, hermosas, donde no tenga cabida el desengaño y
la desilusión.
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