domingo, 8 de junio de 2014

LOS PLANETAS Y LA LOCURA




Deambulando por las primeras luces de la mañana, me despertaba tras una noche sin poder dormir atrapado entre los cubatas y en ese bar..
La fiesta me aniquilaba, las risas me mataban, el alcohol me devoraba y mi espíritu se evaporaba en cada caladita al cuenco.
La vuelta a casa era pausada, cansina y triste.
Atrapado en la búsqueda de la diferencia, caía en la normalidad del lunes traicionero.
Me sentía libre hasta llegar a la cola, pausada y ordenada, que hacíamos delante de la máquina de café en las oficinas.
Los reos pasábamos uno a uno por el lugar de fichar nuestra asistencia. Te daban un café a cambio de tu constancia de haber llegado.
Soñaba con un crucero a Saturno haciendo una parada de compras en Júpiter y un Stop de carga de combustible en Marte.
A medida que se pasaban las burbujas del champan y se me aclaraban los ojos, cargados del humo y llenos de emociones de una noche sin piedad, dejaba de volar camino hacia el espacio exterior y debía aterrizar entre los folios del escritorio.
Empezaba el día y todavía tenía unas horas adelante de sentirme un extraño en mi propia cocina.
Mis compañeros me sonreían, y éstas, las sonrisas, apenas pasaban y se acercaban no más que la pequeña barba. Ella como nunca y siempre, me dejaba afeitarme.
Jenny, en sus notes desinhibidas en las que ansiaba liberarse de la antigüedad de marido, le gustaba que le acariciara los pechos con la barba tempranera, el fin de semana que el encabronado no estaba en la pequeña finca con piscina a las afueras de la traicionera village.
Si me tropezaba, de frente y con los ojos pidiendo colirio, con ella, siempre me enganchaba y me llevaba a donde quería.
Ella se retiraba al amanecer al castillo del ensueño, mientras yo calzaba las botas al burrito y de camino a la huerta me fumaba un cigarro liado.
Pensé que el día jamás acababa.
Me hubiera parecido mas corto contar los granitos de arenita de la playa donde despertábamos rodeados de besos y alcohol las noches de verano en las que la luna me pedía a los oídos que le cantara una canción de amor.
Este amor, por la mañana, en el trabajo, era taladrado y machacado, con cada tecla del pc.
Mi compañero del trabajo, que tenía en frente, era sin duda alguna sadomasoquista.
Le gustaba, seguro, el sexo con dolor. Dar o tomar pues apretujaba su corazón en el escritorio, poniéndolo amor, a morir, en cada linea.
Bailaba a los pies de la guillotina poco antes de la ejecución.
Mis únicos consuelos por su intimidad, mis lápicez de colores, fue lo último que cogí antes de salir, huyendo, de mi afortunado, eso me decían, trabajo.
No, yo disimulaba saliendo como uno más, pero a mi aquella marciana con una falda mini y aquell escote alegre y feliz, me dijo la verdad, que casi nadie de aquí iba a conocer nunca.
Me metí en la cama quisiendo pasar rápidamente la semana.
Mi nave espacial dilataba los surtidores de combustible para despegar, sin problemas, de este planeta de la falsedad aceptada para irme a la galaxia de la diferencia que te consumía entre la felicidad de irte y la desidia de volver.
El Viernes cantaba vítores.
El Lunes, solos de piano en ritmos difuntos me acompañaban hasta la oficina.
- Deja de soñar con los planetas, me decía la vecina.
- Nunca sabrás si voy, le contestaba yo.



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