Deambulando por las primeras luces de
la mañana, me despertaba tras una noche sin poder dormir atrapado
entre los cubatas y en ese bar..
La fiesta me aniquilaba, las risas me
mataban, el alcohol me devoraba y mi espíritu se evaporaba en cada
caladita al cuenco.
La vuelta a casa era pausada, cansina y
triste.
Atrapado en la búsqueda de la
diferencia, caía en la normalidad del lunes traicionero.
Me sentía libre hasta llegar a la
cola, pausada y ordenada, que hacíamos delante de la máquina de
café en las oficinas.
Los reos pasábamos uno a uno por el
lugar de fichar nuestra asistencia. Te daban un café a cambio de tu
constancia de haber llegado.
Soñaba con un crucero a Saturno
haciendo una parada de compras en Júpiter y un Stop de carga de
combustible en Marte.
A medida que se pasaban las burbujas
del champan y se me aclaraban los ojos, cargados del humo y llenos de
emociones de una noche sin piedad, dejaba de volar camino hacia el
espacio exterior y debía aterrizar entre los folios del escritorio.
Empezaba el día y todavía tenía unas
horas adelante de sentirme un extraño en mi propia cocina.
Mis compañeros me sonreían, y éstas,
las sonrisas, apenas pasaban y se acercaban no más que la pequeña
barba. Ella como nunca y siempre, me dejaba afeitarme.
Jenny, en sus notes desinhibidas en las
que ansiaba liberarse de la antigüedad de marido, le gustaba que le
acariciara los pechos con la barba tempranera, el fin de semana que
el encabronado no estaba en la pequeña finca con piscina a las
afueras de la traicionera village.
Si me tropezaba, de frente y con los
ojos pidiendo colirio, con ella, siempre me enganchaba y me llevaba a
donde quería.
Ella se retiraba al amanecer al
castillo del ensueño, mientras yo calzaba las botas al burrito y de
camino a la huerta me fumaba un cigarro liado.
Pensé que el día jamás acababa.
Me hubiera parecido mas corto contar
los granitos de arenita de la playa donde despertábamos rodeados de
besos y alcohol las noches de verano en las que la luna me pedía a
los oídos que le cantara una canción de amor.
Este amor, por la mañana, en el
trabajo, era taladrado y machacado, con cada tecla del pc.
Mi compañero del trabajo, que tenía
en frente, era sin duda alguna sadomasoquista.
Le gustaba, seguro, el sexo con dolor.
Dar o tomar pues apretujaba su corazón en el escritorio, poniéndolo
amor, a morir, en cada linea.
Bailaba a los pies de la guillotina
poco antes de la ejecución.
Mis únicos consuelos por su intimidad,
mis lápicez de colores, fue lo último que cogí antes de salir,
huyendo, de mi afortunado, eso me decían, trabajo.
No, yo disimulaba saliendo como uno
más, pero a mi aquella marciana con una falda mini y aquell escote
alegre y feliz, me dijo la verdad, que casi nadie de aquí iba a
conocer nunca.
Me metí en la cama quisiendo pasar
rápidamente la semana.
Mi nave espacial dilataba los
surtidores de combustible para despegar, sin problemas, de este
planeta de la falsedad aceptada para irme a la galaxia de la
diferencia que te consumía entre la felicidad de irte y la desidia
de volver.
El Viernes cantaba vítores.
El Lunes, solos de piano en ritmos
difuntos me acompañaban hasta la oficina.
- Deja de soñar con los planetas, me
decía la vecina.
- Nunca sabrás si voy, le contestaba
yo.
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