Los proyectiles, bombas, misiles y
lanzaderas, ensordecían totalmente el lugar.
Debajo de los cascos, hombres, todos
iguales, nos íbamos a matar por la ambición de unos y la falta de
comprensión de los otros.
Unos pedían demasiado y otros daban
poco.
Unos atacaban por defenderse y otros se
defendían atacando
Aquella mañana amaneció, en sangre,
el día.
Los cuerpos se extendían a lo largo de
la playa o se amontonaban en las trincheras y pequeñas fortalezas.
El horror adquirió forma.
El pánico cogió realidad.
La barbarie estuvo hablándome todo el
día.
Mis ojos estaban enrojecidos de las
lágrimas que soltaba con cada disparo que ejercía.
Aquel día se produjo un armisticio no
pactado y durante algunas horas se dejó de portarnos todos como
cocodrilos hambrientos que matan sin piedad.
Llego la noche y la tranquilidad,
mentirosa y traicionera, invadió la totalidad.
Era el silencio de los muertos, sólo
roto por algún quejido de este último suspiro de despedida.
Cerca del agua del mar.
Podía sentir la humedad mezclada con
el olor agridulce de la matanza.
1949, Normandía, las playas de la
muerte.
La costa de la cara perdida y oculta
del ser humano.
La noche trascurría con tranquilidad y
conseguí encenderme un cigarro bajo la manta.
A mi lado estaba mi compañero de
regimiento
- ¿acaso crees que es imposible el
acuerdo entre las personas en ciertos motivos y elementos?, ¿guerras
habrán siempre?,¿sin excepción habrán razones para iniciar las
batallas? - tenía cara de meditar, pero las lágrimas se le
amontonaban en sus ya cansados y desesperanzados ojos.
- Creo que sí – le dije, no puedo
vivir sin pensar en un futuro mejor, es más un sinsentido, sino
seguir.
- Tengo demasiada sangre en las manos
para apoyar tus comentarios.
- Compañero, seca tus lágrimas, la
historia sigue y continua.
- Sí, y esto me preocupa ¿Te crees
que dentro de digamos 60, 70 o 80 años las generaciones Europeas de
entonces sabrán los horrores de la guerra, sabrán hasta donde llega
la barbarie?
Aquí me paré. Cierto es que los datos
se quedan, pero las angustias se olvidan.
La guerra duró un año más.
Mi compañero murió ese mismo día.
Yo fui un perdido más, un hombre sin
futuro ni sentido con mis 20 años llenos de muertes en ellos.
Conseguí, tras mucho esfuerzo, la
estabilidad económica, familiar, sentimental y conseguí llegar a
una vejez en buenas condiciones.
Una mañana como cualquier otra bajé,
a las 7 de la mañana a tomarme un café descafeinado en el bar de la
esquina. Con mis casi 90 años, ponía especial énfasis en el
movimiento. La vitalidad, la acción da vida.
En aquel bar, se apoyaron a mi lado en
la barra un par de jóvenes. Por sus comentarios deduje que todavía
no se habían acostado.
Llevaban temas de conversación
tremendamente mundanos, hasta que llego, no sé a motivo de qué, la
segunda guerra mundial.
Apoyaban unas cosas sí, otras cosas no
y yo cada vez me encontraba mucho más desanimado como hacia ya
muchos años al ser un asunto que ya estaba olvidado.
Estos dos jovenzuelos cometían el
error de no saber de lo que se está hablando.
No tienen ni idea del horror de la
muerte y lo fácil que nos ponemos a matar los unos a los otros.
Hablaban de política, países,
lugares, economía, deudas y etc para justificar acciones violentas,
alegando defensa y más así.
- Jóvenes -les dije, ¿sabéis que
dentro de vuestros razonamientos debéis de incluir el sufrimiento
humano?
- Sí, claro que sí, abuelo, pero hay
elementos que piden con urgencia una solución y el sacrificio y el
dolor, en ocasiones son necesarios.
Entre el olor de alcohol de los jóvenes
y las lágrimas de los recuerdos, me retiré cansado a mi casa.
Pensé que no volverían más, pero
aquella tarde regresó todo el horror.
Estas generaciones no son conscientes
del sufrimiento.
El sufrimiento lo describen pero no
tienen ni idea de lo que es.
El que vive la guerra no quiere más.
Creo que de mi generación que
participamos en la guerra, apenas quedarán un puñado más que yo,
mas pues, la historia y la estupidez de las personas nos traerán
otra vez estos sufrimientos que yo ya creía abandonados.
La vida no tiene ninguna forma,
aprenderlo.
La vida tanto individual como colectiva
no te la dan, la vida se construye y toda la responsabilidad de su
funcionamiento está depositada en nuestras manos.
Subí lentamente las escaleras del
primer piso donde vivía.
A cada paso algo de arena de la
Normandía iba cayendo por los dobladillos y la soledad del último
cigarro bajo la sucia manta se fue apagando a medida que me acercaba a la cama.
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