lunes, 9 de junio de 2014

NORMANDÍA




Los proyectiles, bombas, misiles y lanzaderas, ensordecían totalmente el lugar.
Debajo de los cascos, hombres, todos iguales, nos íbamos a matar por la ambición de unos y la falta de comprensión de los otros.
Unos pedían demasiado y otros daban poco.
Unos atacaban por defenderse y otros se defendían atacando
Aquella mañana amaneció, en sangre, el día.
Los cuerpos se extendían a lo largo de la playa o se amontonaban en las trincheras y pequeñas fortalezas.
El horror adquirió forma.
El pánico cogió realidad.
La barbarie estuvo hablándome todo el día.
Mis ojos estaban enrojecidos de las lágrimas que soltaba con cada disparo que ejercía.
Aquel día se produjo un armisticio no pactado y durante algunas horas se dejó de portarnos todos como cocodrilos hambrientos que matan sin piedad.
Llego la noche y la tranquilidad, mentirosa y traicionera, invadió la totalidad.
Era el silencio de los muertos, sólo roto por algún quejido de este último suspiro de despedida.
Cerca del agua del mar.
Podía sentir la humedad mezclada con el olor agridulce de la matanza.
1949, Normandía, las playas de la muerte.
La costa de la cara perdida y oculta del ser humano.
La noche trascurría con tranquilidad y conseguí encenderme un cigarro bajo la manta.
A mi lado estaba mi compañero de regimiento
- ¿acaso crees que es imposible el acuerdo entre las personas en ciertos motivos y elementos?, ¿guerras habrán siempre?,¿sin excepción habrán razones para iniciar las batallas? - tenía cara de meditar, pero las lágrimas se le amontonaban en sus ya cansados y desesperanzados ojos.
- Creo que sí – le dije, no puedo vivir sin pensar en un futuro mejor, es más un sinsentido, sino seguir.
- Tengo demasiada sangre en las manos para apoyar tus comentarios.
- Compañero, seca tus lágrimas, la historia sigue y continua.
- Sí, y esto me preocupa ¿Te crees que dentro de digamos 60, 70 o 80 años las generaciones Europeas de entonces sabrán los horrores de la guerra, sabrán hasta donde llega la barbarie?
Aquí me paré. Cierto es que los datos se quedan, pero las angustias se olvidan.

La guerra duró un año más.
Mi compañero murió ese mismo día.
Yo fui un perdido más, un hombre sin futuro ni sentido con mis 20 años llenos de muertes en ellos.
Conseguí, tras mucho esfuerzo, la estabilidad económica, familiar, sentimental y conseguí llegar a una vejez en buenas condiciones.
Una mañana como cualquier otra bajé, a las 7 de la mañana a tomarme un café descafeinado en el bar de la esquina. Con mis casi 90 años, ponía especial énfasis en el movimiento. La vitalidad, la acción da vida.
En aquel bar, se apoyaron a mi lado en la barra un par de jóvenes. Por sus comentarios deduje que todavía no se habían acostado.
Llevaban temas de conversación tremendamente mundanos, hasta que llego, no sé a motivo de qué, la segunda guerra mundial.
Apoyaban unas cosas sí, otras cosas no y yo cada vez me encontraba mucho más desanimado como hacia ya muchos años al ser un asunto que ya estaba olvidado.
Estos dos jovenzuelos cometían el error de no saber de lo que se está hablando.
No tienen ni idea del horror de la muerte y lo fácil que nos ponemos a matar los unos a los otros.
Hablaban de política, países, lugares, economía, deudas y etc para justificar acciones violentas, alegando defensa y más así.
- Jóvenes -les dije, ¿sabéis que dentro de vuestros razonamientos debéis de incluir el sufrimiento humano?
- Sí, claro que sí, abuelo, pero hay elementos que piden con urgencia una solución y el sacrificio y el dolor, en ocasiones son necesarios.
Entre el olor de alcohol de los jóvenes y las lágrimas de los recuerdos, me retiré cansado a mi casa.
Pensé que no volverían más, pero aquella tarde regresó todo el horror.
Estas generaciones no son conscientes del sufrimiento.
El sufrimiento lo describen pero no tienen ni idea de lo que es.
El que vive la guerra no quiere más.
Creo que de mi generación que participamos en la guerra, apenas quedarán un puñado más que yo, mas pues, la historia y la estupidez de las personas nos traerán otra vez estos sufrimientos que yo ya creía abandonados.
La vida no tiene ninguna forma, aprenderlo.
La vida tanto individual como colectiva no te la dan, la vida se construye y toda la responsabilidad de su funcionamiento está depositada en nuestras manos.
Subí lentamente las escaleras del primer piso donde vivía.
A cada paso algo de arena de la Normandía iba cayendo por los dobladillos y la soledad del último cigarro bajo la sucia manta se fue apagando a medida que me acercaba a la cama.


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