I
Es
Valencia, justo el 24 de Febrero de 1978, cuando Ana y Andrés,
viniendo de Madrid y de la mano, estaban los dos parados observando
la plaza del ayuntamiento de la ciudad entre las sombras que los
arcos de la fachada de la estación, dibujadas en el suelo por el sol
del atardecer. No se lo proponían pero en más de un momento se
sorprendían cogidos de la mano observando el mundo.
Cuando
se quisieron dar cuenta ya andaban, sin freno ni compasión, hacia el
lugar de la cita. Cruzaron por en medio de la calle ancha alargándose
cogidos de la mano mientras el bolso de Ana rebotaba dulcemente en su
cintura.
Andaban
en paralelo, pero cuando se miraban para situarse, la conexión era
máxima y el mundo desaparecía a su alrededor. Los coches pitaban y
sonaban los motores de forma cansina. Estaban en una gran ciudad. A
ninguno de los dos les gustaba pero sin embargo se movían como peces
en el agua. Parecían Japoneses. Esquivaban con rítmicos movimientos
al resto de los transeúntes.
Anochecía,
pero en Valencia, cuando hay luna, no hace falta nada para ver con
normalidad.
Llegaban
bastante pronto, pero aún así, tenían prisa. Eran de movimientos
pausados y medidos, pero tenían una gran inquietud primera que se
veía reflejada en la constante circunvalación que los ojos de los
dos realizaban por todo aquello que les rodeaba.
Botas
discretas si, él por dentro, ella por fuera.
A
la entrada de la plaza, Andrés se giró, clavó su mirada en los
ojos de Ana, levanto sus manos y poniendo las dos en sus mejillas le
dijo:
-
Aquí empieza la aventura, donde tu y yo ya no nos conocemos ¿quieres que demos la marcha atrás?
Ana
se alejó con cara de desconcierto
-
¿qué si no quiero seguir?, ¿te pasa algo?, ¿por quien me has tomado?
Se
acercó despacito. Era más bajita pero casi se encontraban los ojos
en el mismo plano. Le paso los brazos por la cintura y apoyó las dos
manos en el culo de Andrés.
-
Pues claro que seguimos ¿qué no recuerdas quien te ha hecho un hombre? -Le dijo riéndose a lo que él entre risas le contestó
-
Sabes que es mentira, pero hubiese disfrutado muchísimo si me hubieras enseñado, ahora, bésame y vayámonos.
Se
besaron y se fueron por caminos contrarios.
La
partida ya estaba organizada hacía ya, al menos, un mes. Nadie sabía
de su relación y las invitaciones les habían llegado por diferentes
lugares. Se habían conocido, ya hacía algunos años en una gran
partida. Los ojos de furia y truenos cuando Ana recordaba como perdió
en manos de los engaños de Andrés, escandalizan todo aquello que le
rodea en aquel momento. Aquel mismo día acabaron tocándose y
durmiendo en la misma cama. Poker, moto y ellos dos ¿qué más, se
decían?
Ana
se subió algo más la chaqueta dejando a las coderas en su altura
mientras le daba la espalda a Andrés y comenzaba a andar, siempre
bonita, hacia el lugar de su cita.
Andrés
se quedó mirando como se iba, le gustaba y también inició el
camino hacia su lugar.
Las
partidas se organizaban en diferentes ciudades.
Había
mucho dinero y mucho nivel.
Los
dos habían encontrado y entrado las partidas a partir de aquellas
más pequeñas que se organizaban en los propios casinos. Fueron
ganando, y ganando, cada uno por su lado, hasta llegar a un gran
nivel, de partidas, por que ellos ya los tenían.
II
La
mesa era para seis personas. Toda ella se encontraba cubierta por dos
lamparas colgantes ambas dos con una gran cobertura circular. Las
bombillas eran de baja potencia y los faldones tenían tonos
amarillentos. Había de todo menos la pureza de la luz blanca. Lo
iluminado, dibujaba un espacio sagrado donde bailaban las cartas.
Andrés
había entrado con todos los demás.
Sin
sonrisas pero con amabilidad se fueron quitando las cazadoras y las
gafas oscuras. El último que se negó a quitárselas mientras
jugaba, perdió y además nunca jamás fue de nuevo invitado. Tenía
diferentes edades, como él, 43 años, pensó que dos, dos más
mayores y el sexto invitado, que esperaba que entrara y fuese su
gatita, que arañaba a los ojos cuando jugaba. La ropa es adecuada,
según sea quien y como la lleve y Andrés siempre andaba bien
vestido. Mucha clase. Con las botas de piel o la chaqueta. Lo llevaba
impreso , su estilo, con números en su frente.
Andrés
se quitó su cazadora de piel y dejó enseñar una deportiva chaqueta
gris con una oscura camisa azul. Vestía de una manera muy atípica.
Pero la ropa no es bonita, lo parece o no, según quien la lleve.
En
medio de la mesa, había un gran cuenco plateado, en el que cada uno
de los que en aquella mesa se habían sentado, había puesto 10.000
euros, cogiendo las fichas correspondientes a aquel dinero.
Había
que gastárselo todo. El montante total de las apuestas de aquella
partida y de cada uno de ellos debiérase ser, de 10.000 euros,
ganara o perdiera. Si no las hubiera apostado, todo iría a la última
mano. En aquella mesa no estaban espectadores, no se venía a
pasearse. Eran emociones fuertes. O te ibas con un pellizco fuerte de
cash, o perdías digamos casi todos los euros del principio. Que eran
dinero que ya dolía, bastante o mucho, al perderlo.
Había
dinámica. Sufrimiento, alegría y dolor.
Debías
ser duro para aguantar, con asiduidad, ganandote la vida entre las
partidas. Flotando a la par que las cartas vuelan hacia tu posición,
creciendo observando la cara de aquel que te mira y calcula, viajando
entre los dedos de aquel que mueve sus fichas en las apuestas. Es el
sueño del dinero fácil, es vivir en aquel momento y justo ese día.
Cuando
Antonio, el más mayor de los entonces cinco, se disponía a cerrar
la puerta, apareció Ana. No lo llevaba, pero Andrés, así como
todos los demás, les pareció que entraba con los ojos cubiertos por
el antifaz del misterio. Dos mujeres y cuatro hombres, pero en estas
partidas no existía el género.
Se
disculpo, amablemente, y sin esbozar ni la más leve sonrisa. No
haría prisioneros, no habría piedad. Allí. Con Andrés, apenas
cruzó una mirada de indiferencia. La distancia entre la tierra y la
luna era poca para la distancia que parecía que tuvieran los dos en
aquel momento y lugar cuando la noche anterior, desnudos en la cama
se habían contado todos sus secretos a los oídos.
Era
la primera de las 10 partidas previstas.
Sería
la más relajada y tranquila.
El
presupuesto para jugarlas todas se situaba en unos 100.000 euros, y
todavía la desesperación, la histeria, la ambición o el descontrol
no había aparecido.
Eran
dos horas de partida con una mano más una vez se acabara el tiempo.
Dos
de ellos permanecieron la parte final de la partida con los brazos en
cruz sobre el pecho. Habían perdido los 10.000 y no quisieron
gastarse más. En aquel momento, todavía la gente dominaba la huida
a tiempo.
El
hombre más parecido en edad a Andrés, cuyo nombre no se sabía
todavía era el que más ganancias tenía. La dos mujeres Ana y la
otra, también habían perdido una cantidad y él la ganaba, no mucha
pero si que tenía beneficios sobre los 10.000 primeros.
Quedaba
poco más de 10 minutos para el final de la sesión cuando se
quedaron solos, en la segunda ronda de apuestas, Ana y Andrés.
Nadie
diría que tenían un mundo tan grande solo, única y exclusivamente
suyo.
-
Doblo tu apuesta, señorita – le dijo sonriendo amagando el guiño que en cualquier otro lugar le hubiera hecho.
Ana
sonrió. Malévola, seca, misteriosa. Cualquier hombre, sudaba con
sus sonrisas.
-
La acepto y la aumento, ¡ah!, señora, aunque le importe.
Permanecieron
cayados los dos.
Llegó
el descarte y, pocker descubierto, dos ases para Ana y uno de los dos
ases perdidos y el doce anterior, y ademas, los dos de corazones.
Ambos
dos manejaban y acariciaban las cartas.
Se
fijaban la mirada y trataban de saber hasta donde llegará le valor
de sus cartas.
En
estos momentos, eran aquellos en los cuales los dos se dedicaban a
recordar aquellas primeras partidas, retos, desafíos y desafinados
con el mundo circundante. Hasta que no hubo botas y moto por el
medio, la cama permaneció bien lejos de los dos. Aquella noche Ana
llevaba una camisa blanca cuyos cuellos eran bonitos bordados, pero
la curvatura de cintura y pechos le daban una gran modernidad. Los
pantalones negros, buenos, alegantes y siempre ajustados. Estaba
realmente atractiva.
Andrés
alargó sus manos desde el comienzo de la mesa hasta el centro, sin
tocar la bandeja central, arrastrando todas las fichas que le
quedaban.
-
Ahí va toda mi apuesta, 11.500 euros, y señora, si cree que gana, si quieres ver mis cartas vaya rascándose el bolsillo, billetes o cheques.
Ana
se decía, “mentón alto, moviendo la mano izquierda, escondiendo
la sonrisa, los ojos entre cerrados, no creo que pueda con mi full,
dos ases y tres dieces, las posibilidades apenas llegan a un 30 por
ciento”. Así pues se metió la mano en el bolsillo y tras
preguntarle el nombre, le hizo un cheque por un valor de 3.500 euros
que eran los que le faltaban para cubrir la apuesta más sus 8.000
que le quedaban de la primera cantidad.
-
Ahí tienes, pichoncito enséñame las cartas
-
No, eso si que no, llévate mi dinero, pero no me cambies el nombre y menos así, señora – dijo mientras se inclinaba hacia atrás y la observaba en la lejanía pero con mucha atención. Casi con un gesto de desprecio volteó sus cartas
-
- tú pagas para ver, y aquí lo tienes
Andrés
tenía el hermano huérfano del otro as que tenía que bailaban y
jugueteaban con tres doces. Era el full más grande, potente que el
de Ana. Sus ojos volvieron a chispear con furia, odio infantil, rabia
de la adolescente destronada ¡otra vez no! Sin mediar palabras le
depositó todas la fichas y el cheque encima de ellas.
-
Tú ganas, pero esto no ha hecho más que empezar.
Era
la primera partida y el final fue pacífico y cordial. Se recogieron
las chaquetas, se
apagaron
los cigarros, se encendió la luz y todo volvió a la realidad. Todos
se fueron al bar externo del bingo a tomarse unos Whiskys a la salud
de sus perdidas o ganancias. En dos días todos, con más dinero,
concretaron que allí volvían. Segunda partida será.
Andrés
y Ana se despidieron y se fueron por caminos contrarios como si
tuviesen intención de verse nunca más. La última mano le había
dolido mucho y Andrés lo sabía. Ella sufría y él, con amor
verdadero, disfrutaba de estos dolores ante la perdida con él.
-
No me engañaste, lo tenía que jugar, era penúltima mano, tenía buenas cartas encima de la mesa – le dijo con la cabeza medio levantada y con cara de no darle importancia.
-
Sí, y lo sabes – le dijo Andrés mientras se acababa la cena que les habían subido a la habitación, que has creído que no tenía nada ¿los movimientos de mi mano izquierda?, ¿la posición de mis ojos?. Eres buena, muy buena, pero, amor, conmigo hay que jugar muy bien. Además, entre tú y yo es una cuestión más de honor que de dinero. El cheque, pichoncito, sale de nuestra cuenta.
-
Si me vuelves a llamar pichoncito, ya sabes que esta noche tendrás que pegarte un baño de agua fría si no puedes más, hombrecito - esto último se lo dijo ya con una sonrisa incipiente, que acabo con un leve giro de cintura mientras se sacaba la camisa para quitársela. Su ombligo era una total cárcel del pecado.
Los
dos se rieron, cenaron, se fumaron un cigarro en el balcón de la
habitación y se fueron a la cama, rodando entre abrazos y besos,
viviendo en el Nirvana hasta que salió el sol en el día siguiente.
III
Iban
llegando a la cuarta partida.
La
noche era clara, aunque la luna estaba ya decreciendo en su lucha por
continuar.
El
casino tenía una puerta de entrada, discreta, en la parte trasera
del complejo. Apenas había luminosidad en aquella entrada y la calle
era estrecha y, aun estando cerca del centro aquel lugar, apenas
había movimiento, ni de coches ni de personas.
La
partida empezaba, como todos los días a las ocho. Hoy allí estaban
ya todos, menos Ana, unos minutos antes. Se las daba de dura, les
hacía esperar y esto a Andrés, le gustaba mucho.
La
partida anterior se estaba retrasando. Una a las cinco y otra a las
ocho, con una hora entre las dos. Andrés se giró, había algo de
follón dentro, gritos y voces altas se escuchaban del interior,
mientras comenzaban a salir. Andrés se apartó con curiosidad, no
era la primera vez que estaba ante un caladero de estos. Era un
pequeño tumulto alrededor de dos hombres corpulentos, ambos dos con
traje de chaqueta, pero uno negra y el otro blanca, cogiéndose de
los cuellos de la chaqueta, gritándose en la cara y otros cuatro o
cinco a su al rededor separándolos. Creía Andrés que era su
penúltima o última partida de ellos, y bien seguro que así se
notaba. El alcohol sudaba por litros en aquellas mesas y la gente se
ponía nerviosa. En la pequeña oscuridad de la calle se fueron
perdiendo entre empujones y explicaciones.
El
portero les hizo el gesto de entrada justo cuando Ana llegaba.
Hermosa, hermosa, pensaba Andrés, mientras la dejaba pasar en la
entrada, serio y sin apenas mirarla.
Tras
la dinámica propia de las tres otras partidas se encontraban ya,
casi en la mitad de ésta, de esta cuarta partida.
Antonio,
el más mayor, estaba poniéndose nervioso. No sólo había perdido
las apuestas iniciales de las tres partidas, es decir, 60.000 euros,
sino que además había sacado ya cheques. Ana ya había visto los
ligeros temblores en su mano derecha y Andrés había seguido la
mirada de Ana y ya lo sabía también. Hoy no había ganado ni una
mano. Pero allí todo el mundo de la mesa, sabían a lo que se iba y
lo que había. Habían durante las diez noches 60.000 euros dentro de
la pieza metálica central que se iban a pasear aquella noche por
toda la mesa, y esto era realmente jugoso y traicionero.
En
un momento, como cualquier otro, entró apresuradamente a la
habitación un trabajador del Bingo, que se asomo y les dijo, en voz
baja, que la policía había venido.
A
partir de ciertas cantidades, el juego tiene que realizarse en unas
determinadas condiciones y circunstancias que en aquel momento y
lugar no se daban. Se levantó Pedro, que tenía más o menos la
misma edad que Andrés y con mucha calma les dijo señalando al
dinero que quedaba del fondo de las apuestas.
-
¿Resto total para mañana?, ¿lo sumamos al dinero de la entrada?
Todos
hicieron el gesto de afirmación, y éste se acerco a apretar el
botón lateral que hacía que el cuento se abriera por la mitad y el
dinero cayese en una bolsa de piel central. Pedro se agachó, la
cogió y salieron todos, con prisas pero como siempre, con mucha
discreción. Ya de manera desordenada fueron entrando en el bingo por
la puerta principal, controlando a Pedro que iba a llevar la bolsa a
las taquillas centrales en las cuales había cajas fuertes
personales. Lo introdujo en una y le dieron la llave. Si no lo
estabas observando, no te hubiera llamado la atención el gesto en el
cual subió la llave, mostrándola a los demás jugadores de la
partida desperdigados por toda la vista hacia el casino, e
introduciéndosela en el bolsillo.
Andrés
se quedó, un rato más, tomándose un Whisky cerca de la ruleta. Le
gustaba verlo, como se emocionaba y alegraba la gente o como se iban
de allí cabizbajos y maldiciendo su suerte. Nunca había jugado a
ella y hoy no iba a ser menos.
Ana
salió directamente del bingo y con la intención de darse un gran
paseo, al hotel acudió.
No
pasaron muchas horas hasta volvieron a estar juntos en la habitación.
-
Rápido y frio es Pedro, cuidado con él, Andrés
-
Además juega con calma – añadió él, temámoslo los dos.
-
Y también – continuó Ana, interpreta fenomenal las cartas que están encima de la mesa.
-
Pensar correctamente bajo la presión, es una virtud.
-
Y Antonio ¿qué te parece, Ana?
-
Lo va a perder todo, los pálpitos de su corazón se escuchan por toda la mesa.
-
Sí, estoy de acuerdo contigo y sabes, me está dando pena.
Aquí
Ana levantó la cabeza y le miró con cara de sorprendida. Se puso la
mano en el mentón y apoyó el codo en la mesa. Durante unos
instantes, los dos permanecieron callados. Ana, sin hablar, se
levanto arrastrando por el suelo el largo albornoz blanco del hotel y
tocándose el cabello todavía mojado, le dijo
-
Los sentimientos, déjalos única y exclusivamente para nuestra relación y cuando estemos solos, sabes perfectamente que el mundo del juego es cruel. Somos pocos los que sabemos estar y vivir en éste.
-
No te preocupes, nos llevaremos el dinero de todos y nos iremos otro medio año más a recorrernos Europa en la moto, durmiendo en los mejores hoteles y cenando con champagne todas las noches.
Andrés
se desnudo y se taparon los dos con el albornoz, mientras miraban con
desinterés la televisión.
IV
A
la mañana siguiente, con un buen sol pero un frio relajante salieron
a almorzar a una terraza cerca de la playa. La distancia entre el
centro de la ciudad y la playa era poca y se podía tomar una buenas
tapas viendo el mar. Entre boquerones y sepia, hablaban.
-
¿Entonces me dices que su cara no te suena?
-
No, en ningún sitio y menos en los relacionados en el juego, lo he
visto.
-
Sabes, Ana, qué lo que más me preocupa es que me parece que no ha
venido aquí a ganar dinero, cuando tiene cartas buenas, apenas gana
y cuando son malas, no pierde nada.
-
Sí, Andrés. Detesto entrar en el mundo de las sensaciones, ya
sabes, pero siento, en ocasiones, que le interesan más y observa,
otros asuntos, cuando te mira esperando cualquier decisión.
-
Pues, bombon, ya te he dicho que estas son fundamentales. Alguna
sorpresa tendrá este hombre. Lo presiento.
Hablaban
de Pedro. Una persona total y absolutamente normal en cuanto a sus
características físicas menos en su sonrisa y su mirada. Era
difícil encontrar algún signo interpretativo en sus gestos y
expresiones, te miraba y sonreía igual que cuando apostaba 1.000
euros a cuando te pedía fuego.
Dejaron
de conversar sobre sus andanzas de póquer y comenzaron a discutir,
si había beneficios, donde se irían cuando aquel tomate terminara.
Qué si San Petersburgo en avión a si a Nápoles en la moto. Cada
uno salió por su lado preparando la ceremonia de llegada al casino.
Todo
permaneció como lo que había sucedido todos los días y allí
habían entrado uno a uno y cada cual más discreto.
Con
la dinámica de las partidas anteriores, lo que estaba pasando era,
que todos se estaban llevando, le estaban ganando, todo el dinero a
Antonio.
La
sensación de nerviosismo y desesperación era evidente éste.
En
la mitad de la partida Antonio se levantó. Había perdido todo lo
de aquel día. Y casi sollozando comenzó a decir que no iba a firmar
más cheques.
-
Antonio, no puedes hacerlo a no ser que quieras abandonar totalmente
todas estas partidas, aquí y en otras muchas mesas, sabes que por el
bien de todos tu nombre saldrá de esta mesa totalmente magullado –
dijo Pedro con la voz firme, mientras todos miraban impertérritos la
escena, no habrá ni uno sólo de esta mesa, por su bien, que no lo
diga tu nombre allá a donde vaya.
Tropezando
con todo se fue mascullando maldiciones. Entre los Whiskies y los
nervios desequilibrado salió.
-
Antonio Mirales – dijo Ana, acordémonos.
Tenían
todos muchos kilómetros recorridos al rededor de las mesas de póquer
y estas situaciones ya les eran conocidas. No le dieron apenas
importancia. La partida siguió con normalidad. Dos o tres manos
interesantes, un par de situaciones tensas y nada más. Acabó y
bastante relajados comenzaron a levantarse de la mesa y como todas
las noches, cada uno salió hacia algún otro lado como si no se
conociesen.
Ana
acudía al hotel a la media hora de haber acabado la partida y Andrés
a la hora entera y su sorpresa, de ambos dos fue mayúscula cuando se
encontraron a Pedro, como no sonriente, en la puerta del hotel.
-
Casi me engañáis, pero no, bien con ayuda, pero no. Dormís juntos
y actuáis en equipo ¡falta! - dijo pedro carcajeándose,
sentémonos, compañeros de mesa.
El
café del hotel tenía una decoración bastante simplista donde era
difícil encontrar un lugar minimamente discreto. Aún así, lo
consiguieron. Cuando llegó al hotel Andrés, Pedro ya había llegado
y estaba con Ana, con lo que apenas pudo conversar con ella y salir
de la sorpresa que llevaban. Los dos se sentaron y se quedaron
mirando a Pedro expectantes.
-
Sí, sí, me gustáis mucho, tenéis estilo y apostáis para ganar,
tenéis buenos movimientos y se entiende que sois unos buenos
profesionales sin miedo a jugar.
-
Vale, vale, pero y vamos a tratarnos ya con sinceridad y díganos ¿de
qué nos está tratando de intrigar? - dijo Ana
-
Sí – echándose hacia el respaldo de la silla y sonriendo,
cuéntanos este asunto a qué viene -continuó Andrés
-
Vale, de acuerdo, os diré claramente – hubieron un par de segundos
de decisión, quiero que vengáis conmigo a un país Árabe, ya os
diré cual, a realizar una estafa tremendamente grande.
Se
incorporó en el asiento y miro sin pestañear a ambos dos. Parecía
aquello de dos manos buenas, mucho, en una sólo partida. Se miraban
como si estuvieran todavía en la mesa del casino.
-
Con sólo esos datos, yo, independientemente de lo que haga Andrés,
no te puedo contestar.
-
No tengo ningún problema morales en realizar una estafa a esos
niveles pero sí metodológicos. A quién, cómo, qué beneficios y
más, así que hasta que no nos cuentes, hombre misterioso – añadió
con una mirada de solvencia, más cosas, no te voy a contar nada.
-
Sí, lo comprendo y así lo esperaba. Jugáis bien al póquer y
tenéis bien controlada vuestra capacidad de decidir. Cuando acabe la
partidas, que nos quedan dos, os contaré todo el asunto.
-
Bien, de acuerdo.
-
Vale, así quedamos ¡ah!, y recuerde Pedro, el qué me acueste con
Andrés, no significa que formemos un equipo en las ganancias que
pienso tener – le digo mientras le esbozaba una mirada maliciosa y
misteriosa.
Salieron
del bar y, extrañamente para los dos, se fueron juntos al hotel, y
una vez allí y debajo del mismo albornoz del día anterior y también
desnudos y recién duchados, Andrés le preguntó.
-
Óigame, amor, ¿qué quisiste decir con eso de que nos acostamos
pero poco más?
-
Andrés ¡tanto jugar al póquer y no ves un pequeño farolillo!
Le
miró mientras se acomodaba en el sillón y Andrés, con cara de
confusión, la fue calmando mientras se acomodaba también.
V
-
Ana, mi corazón – le dijo Andrés sonriendo, sin riesgo no hay
ganancias.
-
Sí, vale, de acuerdo, pero cuidadito hasta donde llegas con un trío
– Ana no sonreía cuando hablaban de dinero.
La
partida en Valencia acabó con la perdida total del dinero de los
otros tres jugadores que se llevó Ana, con los beneficios
compartidos con Andrés, el cual apenas gano pero que no perdió
ni un euro y las pequeñas perdidas de Pedro, que no le importaban
pues no había ido allí a ganar dinero, que tenía mucho, sino a
contratar jugadores para su trama. Tras la decisión, Ana y Andrés,
pasaron la última noche bebiéndose el
mejor vino de Requena en cantidades y riéndose a carcajadas
atraparon el sueño desnudos dejando el albornoz perdido
en cualquier lugar
de la habitación.
Al
día siguiente, Iban
camino del aeropuerto, conversando y calibrando su decisión. Le
habían dicho a Pedro que sí y hacia aquella gran estafa se
dirigían. A penas tenían datos, salvo que debían ir al aeropuerto
del Cairo donde él estaría esperándoles. Allí les explicaría
todo el asunto, se separarían y dejarían de conocerse hasta volver
a Europa, después de las partidas y, como les dijo Pedro, compartir
la misma habitación, mientras esbozaba una gran carcajada diciendo
que en ella él no estaría.
-
Pedro, tú, yo y tres grandes dirigentes de países Árabes que
bañaban en leche de cabra todos los días para mantener la ternura
de su piel. Dinero tenían, mucho, muchísimo y Pedro, no quiere
traerse una gran cantidad, sino todo.
-
Pero, Andrés, ¿qué condiciones y qué seguridad habrá de poder
salir de allí con los beneficios y nuestra dulce y buena vidita?
-
Mujer, no lo sé. El que si que lo sabe es Pedro y él estará con
nosotros. Un poquito de tranquilidad me da pensar esto.
Allí
estaban los dos esperando el aviso de embarque. Ana realizaba
ejercicios nemotécnicos con un juego de cartas entre las manos,
mientras Andrés trataba de encontrar motivos para decidir el color
de la ropa interior de algunas mujeres que pasaban delante suyo.
Imposible ser más diferente y qué mejor manera para, bienvenidos,
trabajar en equipo.
El
aeropuerto del Cairo es muy grande y estaba absolutamente lleno de
extranjeros, en su mayoría turistas que sus ropas les delataban.
Pedro no les había dado ni un teléfono ni un lugar de cita, simplemente les dijo que allí acudieran y que él les encontraría.
Con sosiego y tranquilidad comenzaron a pasear por los largos
pasillos y amplias estancias que allí habían. En un momento, como
cualquier otro, oyeron sus nombre a sus espaldas y allí estaba.
Llevaba unos pantalones cortos y una camisa gran y blanca con unos
dibujos parecidos a flores. Parecía un Ingles, con todo el mal gusto
que tienen cuando no se visten de manera formal, y se acercaba hacia
ellos como si fuese el guía de la agencia de viajes que les iba a
enseñan las piramidales de Keops, Kefren y Micerino.
-
Qué tal, qué tal el viaje – dijo Pedro.
Apenas
en segundos, los dos concluyeron que éste personaje tenía un gran
control y sabía lo que hacía. Era imposible encontrarlos sin unas
autorizaciones de acceso a ciertos servicios de control del
aeropuerto. Antes de mirarlo a él, se miraron entre ellos, y se
comprendieron.
-
Pedro, dejémosnos de formalidades y vayamos al asunto allí, en
aquel bar por ejemplo.
-
Ana, tranquila, deja el full calentito sobre la mesa que será el
adversario quién se ponga nervioso – le dijo mirándola, a la que
se giró a Pedro diciéndole que sí, que fuéramos al bar pero
sobretodo a tomarse aquella cerveza deseada en el asfixiante calor
que en cada rincón del Cairo habitaba.
Los
tres fueron hacia este andando.
Andrés
llevaba una chaqueta muy ligera de verano y gris y Ana vestía con
sus botas y una camisa, buena, bonita y sin mangas y gris también.
Él claro y ella oscuro.
-
El asunto es relativamente sencillo – les dijo una vez acomodados
en la mesa, pero viene cargado de una gran dosis de situabilidad y de
riesgo.
-
Venga, comienza – dijeron los dos a la par
(SEGUIRÁ)