sábado, 7 de febrero de 2015

SUMERGIDOS ENTRE LA ROPA

Un tanto por ciento elevadísimo de nuestras relaciones viene vinculado a las inclinaciones estéticas que se usen.
Se valora más a la persona por la longitud de su sonrisa, la talla de sus pantalones y el color de su cabello, que por la profundidad o verdad de sus pensamientos.
Esto no es más que el reflejo, es decir, un elemento descriptivo de la realidad impuesta y que nos rodea.
Esta manera de sopesar la validez de las personas nos lleva a la ruina pues engaña nuestro futuro y relaciones.
Perdemos los valores ante lo bonito y apenas nos perturba cualquier intento de traer una verdad descriptiva de, digamos, las relaciones humanas.
Nos estamos hundiendo en la forma material cuando somos bastante más que eso.
Mujeres y hombres magníficos que sufren un rechazo o humillación social por su aspecto físico.
Es más, aquellas relaciones que surgen por una inmensa pasión física causa de una gran atracción sexual producto de ella, están condenadas al fracaso.
Las personas somos bastante más que unos bellos pechos o unos fuertes abdominales.
Además tendemos a confundir y a engañarnos ante unos estereotipos utilizados.
Aquella persona que no cuide su ropa, no significa que sea poco aseado, sino que va más limpio que ninguno pero no necesita ponerse esa ropa utilizada por todos para aumentar o mantener a flote su ego.
Mal vencido me encuentro cuando veo diferentes anuncios en la televisión en los cuales la explicación de producto es mínima o no aparece apenas y si, sin tener ninguna relación sobre lo ofrecido, nos sacan un modelo, hombre o mujer, vendiéndonoslo.
Y, siendo una explicación secundaria en este escrito, estas formas estéticas, son elegidas e impuesta por unas fuerzas económicas no más.
Debemos de entender y comprender que el asunto de juzgar la imagen que tenemos y tienen de nosotros por nuestras formas externas, es un hecho impositivo, desigual, injusto, infértil e inhumano, desde el punto de vista de las desigualdades que surgen sin mérito ni culpa alguna.
¡salgamos del engaño y seamos capaces de vivir fuera de las modas impuestas por movimientos utilizados sociales!
Vistamos correctamente pero con un estilo propio y no dejemos que nos lo marquen desde el exterior.
No entremos en el juego de las vulgaridades o la inútil imitación.
Fijate en la persona que sale del coche y no el que lleve y presta atención a las palabras que te dice y no al color de sus ojos.
Cierto e inevitable que algunos aspectos en la vestimenta reflejan algunas posturas vitales o culturales, pero, y sin duda, la mayoría de las variaciones, no son producto más que de la imposición y la falta de personalidad.
Cuantas veces siento la falsedad con muchas personas con las que comparto el tiempo pues sé y se les nota que actúan, que imitan, que cuidan sus detalles estéticos y que son ellos los que les permiten juzgar su estancia en ciertos lugares.
Somos bastante más que unos pantalones u otras camisas.
Te observan, te miran y después te juzgan.
El teatro abre su telón al punto de la mañana al salir de la calle.
La estética correcta es, también, aunque no siempre, la trinchera de los inseguros, que buscan su discreción y el hecho de pasar desapercibidos, imitando correctamente el modelo de vestir y las maneras a utilizar que están de moda.
No hablo, en ningún momento de vestir, entonces, de una manera contraria a la establecida, pues esto sería entrar y seguir el mismo juego, sólo que fuera desde el campo contrario, pues también se convierte en un elemento engañoso de juicio.
Palabras, pensamientos, acciones y dejémonos del coche o la cazadora.
Juzguemos a las personas por lo que dicen o hacen y no, nunca jamás por lo que tiene y cómo lo llevan.

Me gustaría un futuro en el cual paseáramos todos por la calle, con vestimentas e indumentarias diferentes, dando un paso a la libertad.

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