Hay
conceptos o ideas que no somos capaces entender.
Trabajamos
con ellos por sus consecuencias y existencia, pero nos resulta
imposible verlos.
La
razón no puede definir de manera esencial estos términos, infinitud
y eternidad, pues no tienen una forma conclusa y acabada en ella.
Trabajamos
y podemos hacerlo, pero desde la oscuridad de la incomprensión en su
existencia.
Nuestra
mente se mueve bajo el material en el que vivimos y todo,
absolutamente todo lo que conocemos, tiene un principio y un fin
concreto.
¿En
que punto comienzo la comprensión de aquello que no tiene principio
o aquello que no tiene fin?.
Nos
es imposible concluirlos y consecuentemente definiros.
Trabajamos
con ellos pero nunca podremos concebirlos de una manera conclusa y
por tanto comprenderlos en su totalidad.
Nuestra
razón tiene unos límites claros y manifiestos.
Pero,
y sin embargo, son dos realidades ineludibles e inevitables.
Alegar
y acudir al exinhilo o la creación, del tiempo y del espacio, desde
la nada, no es más que un manifiesto de los límites de nuestra
razón en la comprensión total de la realidad.
Es
una artimania consoladora.
Desde
estos principios y opinión sólo nos llega la salida de la
existencia de una realidad a la que nunca seremos capaces de llegar.
El
cosmos no tiene por qué ser comprensible por nuestra razón.
Podemos
estar insertos en una realidad totalmente diferente a aquella a la
que creemos pertenecer.
Admiramos
nuestra razón y en base a su estructura concluimos las leyes totales
de las posibilidades de existencia.
Pues
no, hay conceptos que escapan de ella y que nos llevan, entonces, a
la posibilidad de una realidad global, totalmente diferente a la que
hay.
Nuestra
incomprensión no nos lleva a su incoherencia sino a la aceptación
de nuestros limitados conocimientos.
Si
no recurrimos a la religión que nos marca una temporalidad y una
dimensión concreta, hablamos y razonamos sobre estos términos, pero
nadie los comprende y concibe.
Absolutamente
todas las leyes de la física o matemáticas con las que trabajemos,
tienen una representación mental real, formal, definida que
traducimos en formulas o números.
Los
términos infinitos son inconcedibles.
No
tienen medidas con lo que se nos fugan allá donde las llevemos.
No
tienen ilustración, no tienen forma, son conceptos vacíos que sólo
nos valen para solucionar y terminar teorías incluyéndolos, desde
su incomprensión, para completar teorías.
¿Qué
sentido tiene lo que nunca empezó y jamás acabará?, para mi mente
y mi razón, ninguno.
¿Qué
normas de funcionamiento vamos a encontrar en aquello que no tiene
límites?, pienso que ninguna.
Es
la imagen de la pequeñez de nuestra razón.
Esto,
en ningún momento quiere decir que estas formas de existencias
infinitas no tengan una realidad tangible y real sólo que nuestra
limitada razón no es capaz de representarlas.
No
puedo, siquiera, claro, concebir en qué términos sería, pero por
su existencia sí que debe de tener una razón explicativa.
¿Quien
o qué la tiene?, no lo sé, lo que sí sé es que tiene forma y
conclusión que está fuera de nuestras posibilidades.
Y
el admitir que nuestra razón tiene unos límites reales en la
comprensión de la realidad, lleva a concluir que no estamos donde
nos creemos.
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