Aunque
nunca tuve, durante la investigación, ningún tipo de atracción
hacia ella, era muy hermosa.
Caminaba
deambulando y meneando, con disimulo pero sin complejos, sus curvas
por todo el mercado. Llevaba su puesto de manera muy agradable para
los clientes y, quiero suponer, para ella.
Nadie
puede sospechas sus pensamientos e intenciones –me dije a mi mismo
hablando en voz baja.
Julia
Martínez – 0456. Asunto Calabazas-
Llevaba
ya, al menos, tres años siguiéndola e investigándola. Tras una
detención de miembros de baja categoría del cartel de Rio bajo
Colombiano y su informe enviado comenzamos a investigar el posible
reparto de las mercancías en el mercado empaquetadas en, sabrosas
todo hay que decirlo, calabazas. Siguiendo el rastro, acabamos en
este mercado.
Su
vida, la de Julia, no tenía ningún elemento extraño o sospechoso.
La estuve siguiendo. 42 años, trabajo y dueña en le mercado, casa,
amigas y risas, paseos y deporte, no bebía, fumaba marihuana en
algunas terrazas, no vivía con nadie y siempre caminaba y actuaba
con tranquilidad. Sólo le vi, algún altercado con el dependiente
del puesto contiguo. Un hombre arisco y desagradable que apenas tenía
mercancía. Poca y mala. Debía, pensaba, vivir en una caja en la
calle, para, con ese movimiento en el puesto, pagar el alquiler de la
paraeta.
Si
los informes eran correctos, hoy, vendría Andrés García, un
“camellito” a por una gran caja y cantidad de Calabazas. El
asunto estaba en que Andrés –alias “tumulto”- nos llevaria
hasta Alfonso Ramírez. Teníamos todas las conexiones y pruebas para
enchironar al “mendas”, un gran proveedor en la costa levantina,
pero había que pillarlo con las manos en la masa, es decir, con el
cuerpo delictivo, en sus manos y, probablemente, en su nariz.
Su
estilo apenas cambiaba dentro del mercado. Ropa más vieja pero
faldas por encima de las rodillas y ajustadas. No le suponía ninguna
dificultad, pues se movía con mucha soltura y se agachaba, doblando
las rodillas juntas, sin ningún problema.
Era,
en realidad, “presunta” y no “delincuente”, aunque las
pruebas nos conducían hasta su puesto. Me caía bien, se la veía
feliz y sentía, por qué no y sin estropear mi profesionalidad, pena
por ella en el caso de su detención. Tenía gran curiosidad e
interés casuístico el descubrir dónde y cómo almacenaba o gastaba
el “cash” de los malos negocios.
Tuve
que salir de mis pensamientos y alertar mi atención cuando la vi
venir directamente hacia mi persona. Labios perfilados, ojos oscuros,
melena negra y llena de bucles. Coincidimos en la mirada, me sonrió.
Fue una decima de segundo, al ser una sonrisa de cortesía. A pesar
del mucho tiempo siguiéndola jamás estuve tan cerca. Volvió con
unas bolsas de hielo. Pasé totalmente desapercibido tras ocultarme.
El trabajo es el trabajo.
A
través de mi auricular comenzaron: “sospechoso Andrés García
entrando por la puerta de las Vigas”. Cada uno ocupamos nuestro
puesto. La puerta 3 y 4 me correspondían. Veía de lateral el puesto
de Julia. Hoy llevaba un traje azul oscuro con un estampado de flores
azulonas también. Sonreía como siempre. Si, era bonita y agradable.
Sentí pena, mucha pena y no paré de pensar que le había llevado a
traficar con cocaína. Despachaba justo encima del auto del delito,
las calabazas.
Ya
veía a Andrés. Bajito y corpulento. El gusto pertenece a cada uno,
pero el estilo no y éste, no lo tenía. Él enfiló el pasillo
central que le llevaría directo al puesto de mi más querida, con
diferencia, sospechosa. Giró. Un puesto, Antonia, verduras, dos
puestos, Antonio, verduras y fruta. Disimulando avanzó entre ellos
ojeando la mercancía. Al fin llegó al puesto número tres. Julia,
verduras y sonrisas –me dije. Paró justo enfrente de de su puesto,
la miro, la sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y le preguntó,
pues así le leí en los labios –“bueno, ¿qué le pongo?-.
Tumulto, giró la cabeza y continuó andando. Miré con atención. El
resto del mercado desapareció a mí alrededor. Dibuje una sonrisa
con mis labios. Paró en el cuarto puesto, el del “perro pulgoso”
– pues a fe que así lo parecía- y le miró fijamente. Era el peor
delincuente que jamás había visto pues su cara de temor y
culpabilidad cuando le daba aquella caja de calabazas, debía de
valer para enchironarlo.
Su
persecución fue agradable. El vientecito de la alegría soplaba en
mi cara tras ver que no era Julia la conexión y que su positivismo y
felicidad no eran fingidos, quizás impuestos por su carácter pero
no actuaba. Seguimos, todo el equipo a casa de Alfonso Rodríguez y
allí los detuvimos. El juicio fue rápido. Andrés, el pobre
camello, cinco años de cárcel por “intento de venta de la
mercancía”, y al gran hijo de puta Alfonso Rodríguez, que, con
un, todo hay que decirlo, magnífico abogado, salió, por falta de
antecedentes y aludiendo ser simplemente el consumidor, con una gran
multa y antecedentes para andarse con cuidado. Para todos los
“tiranapias”, “limpialineas” y demás consumidores de la
costa, fue una gran noticia. Seguirían teniendo “tema” y
material, Rodriguez`s.
El
día, sábado mañana, había salido nublado y con mi abrigo me
dirigí hacia el mercado. Por fin dejaba de trabajar en aquel. Julia
llevaba una chaquetita blanca y un pequeño gorrito de tela del mismo
color. Con lo cual su pelo negro brillaba más. En frente de ella,
pude apreciar que era más alta. Era delgada y hermosa.
-“¿Cuánto
vale el kilo de calabazas?” –no recuerdo cuanto me dijo y yo
rápidamente le pregunté
-“¿Usted
va a la terraza del “Gallo peleón?”- Me contesto que si, y
haciéndome el despistado, le insistí en algunas coincidencias que
no teníamos y que yo hacía suponer.
Aquella
tarde quedamos en el Gallo peleón y bebiendo y fumando intimidamos
y volvimos a quedar.
El
mundo es, sin duda y de hecho, una tómbola.
No
hay coincidencia alguna que no se pueda dar.
Si
salimos de las falsas probabilidades y hablamos de los individuos y
acciones particulares, todo es posible. No hablamos de un millón de
Julias y de cien mil policías. Éramos sólo ella y yo y el asunto
fermento correctamente y pasó afrutadamente para mí.
Sentí
tanta emoción cuando vi a “tumulto” pasar de largo y me dio tal
alegría que arrastrándome por ella y con una gran
irresponsabilidades , conseguí su libertad. Mientras el “capo”
esté suelto como estaba, no hay justicia posible en el resto de
pringados.
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