Es
evidente que por el camino marcado en la manera establecida de
funcionamiento y relaciones humanas, ya sean sociales, personales, o
económicas, nos lleva insolublemente a la deshumanización ya que
nos aleja de cualquier manera de operar que sea conforme a nuestro
modo original y propio.
Es
fácil de concretar los valores y objetivos sobre los cuales pendula
nuestro existir y también es sencillo concluir que los motivos de
funcionamiento actuales, sólo enriquecen al propio sistema y
empobrecen nuestra naturaleza y esencialidad, que se formó y
constituyó en unas condiciones operativas distantes de las actuales.
El
aspecto ético sí que avanza, pero va hacia adelante sobre normas de
pura acción social-normativa y ninguna convicción moral. Las leyes
y estructuras normativas actúan bajo una serie de valores que
consideramos universales, cuando no son más que el producto y la
formación de fuerzas anónimas económicas que actúan en doquier.
El
sistema se agota.
La
sociedad se pierde.
Las
razones de funcionamiento se han quedado obsoletas.
El
individuo se difumina.
Las
personas dejamos de decidir sobre nuestro futuro.
El
cambio es necesario.
Cambio,
con orden, con fines objetivos y conscientes.
La
solución debía de venir y estar en manos de los dirigentes; o bien
los palpables o bien los fácticos. Es decir o la política o los
elementos endémicos, es decir, las fuerzas económicas.
Pero
no. Los primeros son unos grupos de engañados por el poder y
tentados y corrompidos por el dinero, que mas que ayudar, perturban,
ensucian y molestan.
Las
fuerzas primeras, las económicas, el baile del dinero, son muy
listas y actúan dentro del sistema, con normalidad y la legalidad.
Estas van deformando el futuro.
Vemos
con absoluta normalidad los actos racionalmente ridículos pero que
están totalmente enmarcados en la sociedad.
La
acción, visión y objetivos, en el campo empresarial actúan, pues
así se permite dentro del marco y estructura legal.
Me
cubro de vergüenza cuando oigo a la clase política vociferando
mentiras, conclusiones interesadas o verdades escondidas y,
como puntilla, toman al pueblo como tontos e ignorantes.
Votamos,
pues sentimos la obligación dentro de la democracia y por las ansias
de cambios. Si solo fuera por su presencia y el contenido de sus
discursos, lo que nos llevase a salir de casa a votar, el tanto
por cien de los que saliésemos se dividiría, digo yo, entre seis al
menos.
Los
excluidos, auto o por diferentes razones, del funcionamiento social,
no traerán los cambios. La protesta de esta manera solo produce más
desequilibrios sociales que son más perjudiciales para los
individuos.
La
repudia del sistema, la actuación desde la distancia y diferencia,
no soluciona las circunstancias formadoras de los colectivos, no
sólo no vale de nada, sino que produce mayor desorden y
disfuncionamiento.
El
cambio debe de comenzar desde el interior de las mismas estructuras
ya creadas.
La
protesta como rabieta es un acto de inmadurez.
El
cambio ha de ser ordenado y profundo.
No
formal, sino básico y esencial.
No
es una corbata o pendiente, son unos valores formadores y
constitutivos u otros.
La
solución es difícil y complicada.
No
es el darle la vuelta a la tortilla, sino que además hay que cambiar
la sartén.
El
ser humano tiene una diferencia abismal con el resto de la naturaleza
que lo engendro.
No
lo imitemos y actuemos tal y lo que somos.
No
sé si mis palabras son una gran mentira ante mi total
desconocimiento de lo que los demás tienen en sus pensamientos.
En
mi concepción de la persona, en mi entendimiento actual, las veo
correctas, penosamente correctas.
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