Atardecía
y, al estar en invierno, apenas quedaba ya luz. Las luces del
escenario del teatro al aire libre en sus diferentes, daban a la
escena, un aspecto matutino. A mi lado había una señora un tanto
gruesa, vestida con un traje de color crema y llevaba los labios
pintados y perfilados. Las pestañas las lucia tan largos como el
historial de multas de alguno, que son muchas. A mi izquierda, a sea,
en el otro lado había un hombre muy varonil con un bigote
desmesurado, un tanto grueso y con un traje de chaqueta realmente
feo. Mi interés se limitaba a la curiosidad por vivir de cerca
ciertas circunstancias, como estas en este caso. No era una acción
ideológica pues ya sentía entonces gran hastío por los políticos.
Estaba acabando su intervención Trapatero. Era su discurso de
despedida. Dejaba la presidencia. La mujer de mi derecha tenia los
ojos lagrimosos y los labios quizás un tanto torcidos. La emoción
le rasgaba la túnica. Estaba viviendo la despedida de Trapatero.
Pareciase como si esta señora hubiera tenido aventuras sexuales, en
su cama o el encima del propio atril del escenario con el ya antiguo
presidente. Era su despedida y los últimos episodios sentimentales
trascurrían. Chupaba un puro apagado, afirmando cada una de las
ideas del locutor y temblando entre los aplausos su gran barriga,
afirmaba continuamente las palabras de Trapatero como si antiguos
compañeros del colegio fueran. La ideología le corría con forma de
sudor por la frente. Por sus comentarios, deduje que su padre había
luchado en la guerra civil y había adoctrinado correctamente a su
hijo, a él. Este hombre creía saber donde estaba el bien, pero y
además no perdonaba lo vendido como mal. Se imaginaba a Trapatero y
a él junto a Azaña. El asunto se acababa y empezó a nombrar a su
sucesor. Apareció Salgido y los vítores volvieron, pues, este
último empezó a subir las escaleras del semianfiteatro. Se fueron
acercando poco a poco, con una gran sonrisa, lentos, despacio y
mirándose a la cara. Trapatero, con su apurado afeitado, apartó a
un lado el atríl con el discurso y cogió con las monos a Salgido
por los hombros, y este, a su vez le cogió de los brazos. El tiempo
comenzó a pararse, y se termino justo en el momento en el que los
dos candidatos se besaron, con mucha pasión y guarería en la cima
de los peldaños del escenario. Se dieron el gran lotazo morreandose
llenos de placer. El color pálido de la señora de mi izquierda,
pareciase un jardín de colores comparado con el tono de su cara. La
boquita la tenía abierta y el café se estaba derramando por su
falda, color crema también. El hombre machote de mi derecha,
pareciase una amapola blanquita, como un suave cactus sin espinas,
como un león sin melenas. Su bigote y él estaban avergonzados. Con
el puro estaba quemando y agujereando el abrigo de la señora de
delante. El silencio fue gélido y total. Habían sesenta mil
asistentes y sólo se oían susurros de falta de oxigeno. El
espectáculo fue indefinido y el torrente de reacciones inundó toda,
todita España de mi corazón. La vida no tiene forma definida. Aquel
que habla de destinos miente. Las sorpresas son el pan de cada día.
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