LA
TOURNE
I.
Acabó
el concierto, en el mismo momento en el que el sol comenzaba a
desaparecer detrás de los últimos edificios al fondo de la Gran
vía.
Don
Cipriano caminaba erguido, como siempre y en cualquier lugar, mirando
fijamente hacia delante con el entrecejo puesto y pensativo.
-
Magnífico, maravilloso, sublime, !cómo puede estar esto tan
olvidado y deslazado!, !acaso a Usted no le tiembla el alma cuando
escucha, por decir uno entre mi, los violines de Vivaldi, !es que
somos los únicos!
-
Hombre, Maestro, los tiempos pasan y las cosas cambian.
-
!ah!, claro, Andrés, pero las personas estamos cumpliendo la leyes
de la física y nuestro sistema va, por necesidad y en el arte, a
peor.
-
¿Me dice, Don Cipriano, que lo que ya hemos hecho,
siempre es mejor?, ¿que el buen arte ya se hizo?
Don
Cipriano, se giró y le miró muy seriamente meditando el
último comentario de su alumno.
Andrés
y Don Cipriano, se conocían de la escuela de música de la ciudad de
Valencia. Don Cipriano era Doctor en Solfeo y le daba clases de
quinto de composición a Andrés. La técnica, la perfección, el
ritmo, la armonía, la medida, Don Cipriano, las trasladaba de los
libros a su vida y la buscaba insistentemente en todo lo que le
rodeaba. La inocencia en el abandono de lo usual, les unía,
pues eran totalmente diferente. Andrés era su joven alumno, 17 años,
con unas dotes espectaculares y magníficas para tocar el piano.
Había dado conciertos y realizado ensayos con la filarmónica, ahora
bien, no tenía ni poseía el concepto del orden. La concordancia de
sus manos era natural, innato. Lo que hacían sus dedos, era un acto
puro de virtuosismo cada vez que los ponía sobre las teclas del
piano. Era un joven modesto y humilde y un genio en la
interpretación.
Camino
de casa, vivían a dos manzanas el uno del otro, tomaban el viejo
cauce, convertidos en espléndidos jardines, del rio, y seguían con
sus comentarios.
-
La música actual es un ataque continuo a nuestra capacidad de pensar
de manera coherente. Los sonidos disonantes, sucios, indefinidos y
des rítmicos, son malos para los oídos y sobre todo, para el alma.
-
Maestro, la verdad es que no estoy de acuerdo con Usted. Cuando salgo
con mis amigos a algún lugar, con música acabamos seguro.
Hombre, unos bailes.
-
Si, si, alumno -le dijo mientras se giraba dispuesto a decir con
solemnidad la resolución a todos los problemas - ahí está el
asunto, la música se abandona. Lo que ahora la llaman como tal, ya
no lo es.
Andrés
siguió mirándole, mientras Don Cipriano, alto y erguido caminaba
mirando al horizonte, al que fuera y donde lo hubiese. Los ojos
abiertos y la cara inexpresiva, anunciaban sus ganas de comprender
totalmente a su maestro y su incapacidad de llegar entonces. Don
Cipriano le había descubierto cuando apenas tenia 8 años en el
instituto Luis Santangel durante unas jornadas de exposición de
objetos musicales en el colegio. Y entre la risas y felicidad de los
niños llegaron al piano y Don Cipriano le dijo a Andrés que
se había sentado cerca de él - ale, a repetir dos notas –
muy bien, -y cuatro notas, !oh!, !magnífico!, y seis y diez y doce y
veinticuatro, hasta que aquella misma tarde Don Cipriano llamó a los
padres de Andrés. Anonadado quedó tras semejante exhibición de
virtuosismo.
Mañana
salían en una tourne del dúo formado por Andrés, piano, Carmen,
violín y Don Cipriano, organización, orden y amor y pasión por la
música, más la colaboración en montajes y escenografía del
siempre atractivo y sorprendente Pedro, coordinador de todo aquello
que fuera necesario. Al lado de cada pieza, bailarán.
Don Cipriano, lo tenía todo el montante y asunto de viaje
absolutamente organizado. Andrés también pero éste necesitaba
bastante menos, tiempo, lugar y utensilios, para
todo y en cualquier momento. !quien pudiera imaginar lo que les iba a
pasar a unas personas tan peculiares y particulares!
Llegando
al final de la calle, desde la lejanía se observaba a Don Cipriano,
dibujar en el aire con sus manos, rectas, curvas, espacios, diques y
todo tipo de formas geométricas para explicarle la organización a
Andrés.
Así
pues continuó la pareja moviéndose como tal representación
artística, con las luces de las farolas marcando sus perfiles, en
las paredes de los edificios, tanto el pasear altivo, sujeto a una
supuesta distancia cualitativa con el resto del mundo del maestro,
como la discreción y naturalidad propia de Andrés.
II.
El
día salió realmente soleado. Ni una nube ni un mal soplo de viento
fresco. En valencia y aquel día, el sol actuaba castigando.
Don
Cipriano, en su estatus en el cual la totalidad exterior apenas tiene
importancia, llegó a las ocho de la mañana estando la cita
concertada para las nueve. Allí estaba con su libreta de mano
apuntando y esquematizando las labores del día. A las ocho y media
llegó Pedro, y el pequeño autobús donde empezarán la gira y los
peculios de la vida a pagar.
Pedro
bajo de éste. Había contratado y organizado todo lo concerniente a
la gestión material del asunto. Era un hombre joven, pero su
experiencia en el campo logístico era muy amplia. Era un hombre con
mucha seguridad en si mismo y una personalidad realmente propia.
Guapo, alto y con mucha clase.
Del
grupo de trabajo para este acontecimiento y espectáculo cultural,
sólo se conocían Don Cipriano y Andrés. La relación con Pedro
venía organizada por el propio institut de música, pues ya había
organizado, en Valencia, otros acontecimientos, con resultados
magníficos.
Y
ahí y entonces tuvo lugar su primer contacto.
-
Señor ¿Pedro?. Encantado de conocerle - apenas estiró sus labios
en forma de sonrisa- Mire, le voy a dar esta lista de temporalización
que debemos de seguir este día - y comenzó a explicarle, realizando
una escenificación temporal espacial con la posición de sus manos,
hasta que Pedro le interrumpió y sin ninguna expresión más que la
de intensa normalidad le dijo
-
Sí, soy Pedro y Usted es, entonces, Don Cipriano. Encantado. pero,
olvídese de esto que me esta contando - no, no podría ser, aquel
hombre le estaba discutiendo la organización de algo relacionado con
sus organizaciones referentes a la música que parten del Institut.
-
Pero !que me dice Usted!, !tenemos que seguir esta organización si
queremos cumplir los horarios! - le dijo, entre autoridad
y súplica.
-
Mire, Don Cipriano, yo le entiendo, pero déjeme estos temas y
haremos lo máximo que sea posible. El primer concierto es pasado
mañana y sería imposible realizar el primer ensayo hoy en el
auditorio de Alicante. Más de doscientos quilómetros, acomodándonos
en los diferentes lugares, realizando las visitas pertinentes para el
ejercicio de situabilidad para los días posteriores y todo, sobre
todo el trasporte del piano. Jamás he trasladado un objeto con el
que tuviera tanta atención y cuidado. Sé que es muy bueno y
sensible.
La
contestación airosa pensada por Don Cipriano, se calmó al escuchar
las palabras de respeto y cuidado hacia el piano de Andrés por parte
de Pedro.. Era, sin duda, dentro de las diferencia ya captadas por
los dos, un punto de cercanía.
Girándose
con la sonrisa sincera. Allá dejó a Don Cipriano, pensando en él.
¿Cual ser el acontecimiento que dota a las personas de una gran
personalidad y estilo captable a su alrededor?, ¿Quizás sea el
trabajo realizado siempre en contacto con artistas?, ¿nació con
éste?, ¿lo han educado así? - y entre estos pensamientos llegó,
justo en ese momento, Andrés.
-
Maestro, discúlpeme lo justo de mi llegada, pero es que mi madre no
me dejaba irme de tanto besos que me daba.
Don
Cipriano sonrió, le miro con ternura. Saco una expresión que sólo
la calzaba un día cualquiera al año.
-
Andrés, cuidado con las pasiones y los amores, aun siendo de tu
madre, que en muchas ocasiones te llevan al agujero de la
irracionalidad.
Andrés
le devolvió la sonrisa y volvió, otra vez, a no saber de que le
hablaba.
Pedro
se les acercó y les hizo el gesto para que se fueran acercando al
punto de partida situado detrás del auditorio en la avenida de los
jardines centrales. Detrás del autobús, estaba preparado una gran
furgoneta en la cual llevaban el piano y otros objetos
imprescindibles, tanto para la interpretación musical, como para la
escenificación del baile que se había preparado para cada pieza.
Eran pequeñas composiciones ilustrando, en función del contenido,
el motivo o la expresión de la música, de la pieza. Un baile e
interpretación ligeras e ilustrativas. El grupo de baile llevaba sus
propios horarios para la primera cita. Venían de Madrid.
Estaban
ya todos preparados, esperando a Carmen
Allá
a lo lejos se la vio aparecer.
Llevaba
un falda suelta con encajes a la altura de a cintura que escalaban
por los laterales de un disimulado corsé ligeramente ajustado. Iba
toda de blanco salvo unas ligeras sandalias marrón clarito. Era muy
morena de cabello, pero realmente blanca de piel. Era una mujer bella
y distante, hermosa y misteriosas. Andaba hacia el autobús sola,
acompañada solamente y no más, de su gran amor y amante.
Pensaba que su violín jamás le sería infiel y que la acompañaría
toda su vida.
Llamó
la atención de los cuatro hombres, incluido el chófer, que la
esperaban. Había un gran silencio. El lívido huía y el amor venía
representado.
-
Hola, buenas tardes ya, disculparme el retraso.
-
¿Sólo el violín?, ¿y su maleta? - preguntó Don Cipriano algo
alterado.
Carmen
le miro condescendiente.
-No
se preocupe, maestro - ella conocía su fama a nivel universitario-
mi marido ya lo ha cargado hace algún rato en el autobús - sonrió
y se sentó en la última fila de asientos, sonriendo a todos
mientras pasaba.
Para
Cipriano era una componente más y le miró con continuidad, Pedro y
ella se miraron con la tranquilidad del absoluto desconocimiento
entre ellos, pero fue Andrés, !ahy Andrés!, al que sus ojos se le
llenaron en inmensidad de la limpia sonrisa que tenía Carmen.
Los
ojos de su maestro Don Cipriano, no perdieron ni una sola nota de lo
ocurrido.
Y
allí estaban los cuatro dispuestos a comenzar el viaje.
El
autobús se puso en marcha pero tuvo que pasar casi media hora para
que se comenzara a hablar.
III.
La
ciudad ya habíase quedado atrás junto a la vegüenza propia de la
gente conocida. Pedro miraba con interés el paisaje, observando como
recorría, la autopista, las orillas del mar mientras
pasaba casi sin interés, por lugares buscados por gente de todo el
mundo, miró hacia la parte delantera del autobús y dijo
-
Señor Cipriano, de bobos sería no reconocer y escuchar con placer
al , siempre elevado, Bach - por sus estudios y afición tenía unos
conocimientos, al menos por encima de la media, de cultura clásica y
general- ahora bien, vamos a darle un poquito de marchita al asunto,
!Manuel - así se llamaba el chófer- ponme alguna emisora con algo
de marcha!
Carmen
y Pedro, se sonrieron con complicidad.
Carmen
no conocía aquella música moderna que sonó, de hecho, fuera de los
clásicos, no se movía ni siquiera con canto autores. No era para
nada tímida y escondida, pero tenía muy claro sus gustos,
preferencias, destino y ambiciones. Esto le hacía una mujer
realmente especial. No estaba casada, pero la vida le iba bastante
mejor con esta mentira. Era una mujer hermosa que no le atraían los
hombres, siendo con esto, incluso, más sugerente.
Los
ojitos pequeños e inocentes de Andrés observaban desde la tormenta
de los sentimientos, sensibilidad y humildad, aquella mujer que le
estaba descubriendo aquello que hasta entonces no pudo o no quiso
saber. Empezaba, sólo, solo y dentro de aquella hora, a sentirse
enamorado. Lleno estaba, de interpretar las lagrimas de aquellos que
quieren y no son correspondidos o las alegrías de todo aquel que la
mujer de su alma le besara. Su piano comenzó a hacerse real en
los ojos de Margarita, los cuales si, apenas le habían mirado de
pasada y, entonces y con voz bajita, aguda, suave y dulce, le
preguntó, aunque sólo fuera para verla en la totalidad.
-
¿Donde estudio Usted?, Señora Carmen. - preguntó Andrés.
Por
el espejo grande central con el que el chófer miraba a los
pasajeros, Don Cipriano, miraba con preocupación y misterio la cara,
expresión y movimientos de Andrés. Jamás le había conocido
ninguna novia y apenas vivía, nomás que por la música. Se le veía
con algún amigo, y con amigas ni una. De aquí su preocupación.
Había pasado muchos años desde que, y a la mínima versión, su
corazón funcionaba así y tenido esas mismas experiencias. Ser
diferente es difícil y complicado. Así pues la mirada fue de
preocupación ante la cara de borreguito degollado con la qué la
miraba. No tenía por que haber nada desequilibrante, incluso podía
ser constructivo, pero atento y mucho estaría.
Este
vocablo - tratarla de Usted y nombrándola como señora- les hizo
reír a los dos jóvenes más del autobús.
-
!Apenas tendré 1 o 2 años mas que tú! - dijo Carmen !tutéame!
-
Bueno, está bien que empieces así, pero, ves olvidándolo que vamos
a estar muchos días juntos - añadió Pedro.
El
sinpas, sorpresa e indecisión de las risas al bienestar del "mucho
tiempo" sólo hubo un espacio demasiado corto de tiempo para
contar.
En
estos avatares, Don Cipriano se puso en pie
-
Primero, ese grupo ¿cómo se llamaba,? nunca jamás volverá a sonar
en mi presencia. Pero ¿cual concepto tienen Ustedes de la armonía?
, Ya debatiremos cómo refleja la música el valor, las
consecuencias, los actos y los modos propios y coetáneos.
Prefiero morir en la ignorancia en cuanto a qué pasa hoy.
-Dos,
la máxima formalidad va a ser poca para lo que os voy a exigir a
Carmen y Andrés. Esto será necesario para el correcto desarrollo de
la gira. Que sepan Ustedes, que las confianzas siempre traen
malentendidos y discusiones. Usted, Pedro, trátenos como quiera pues
sólo y conmigo, deberá realizar labores decorativas fuera del punto
central de todo el asunto, qué son ustedes dos virtuosos, que la
luna, el día que nacieron, decidió mecerles en la cuna.
-
Y tres, allá dentro de dos horas, espero tener todo el material
guardado y preparado para poder empezar el trabajo mañana a las 8
recién salido el sol. Hoy tendrán un tiempo libre antes de irse a
dormir para que se relajen, aclimaten, y se tomen, Andrés y Carmen,
un refresco juntos. La combinación y entendimiento entre ambos ha de
ser máximo. El amor de cualquier pareja ha de ser irrisorio, frente
a la coordinación que han de exhibir Ustedes.
De
pie, sin perderles la cara, aun con un gran calor,se subió el nudo
de la corbata, llevaba camisa larga, muy fina y blanca. Tras esto,
dirigió una mirada seria, fija y larga a todos los del autobús.
Hasta el conductor le había tomado, al menos, respeto.
Directamente
y por la autovía del mediterráneo, fueron entrado en Alicante,
viendo, a su vez, al siempre querido mar. Parecíase que éste
quien veía y observaba al peculiar grupo.
IV.
Realmente,
los interpretes, ella y él, no hicieron más que saber el camino y
la colocación de sus respectivas habitaciones. El asunto de la
logística en lo referente a los materiales, a las ubicaciones, era
el trabajo de Pedro, siempre bajo la mirada y supervisión del
maestro y profesor. Ellos dos, siguiendo la insistencia de Don
Cipriano, salieron a conocerse y entenderse. Entre refrescos,
cacahuetes y poco más, entamblaron conversaciones.
Como
en todos los lugares allá donde se moviera, Andrés era diferente y
la distancia, en ocasiones, como ésta, se hacía más patente. Se
notaba más pues las piernas de él, temblaban desde los tobillos,
cada vez que Carmen abanicaba el aire que les rodeaba a los dos, con
sus grandes y bellas pestañas negras como el fondo de un túnel,
para Andrés, de amores.
Hablaron
de los pormenores a aplicar a cada una de las piezas que ya sabían y
tenían ensayadas independientemente cada uno y por su parte y las
cuales mañana serían ensayadas en conjunto.
Apenas
le supo a nada un magnífico pez azul, pescado esa misma mañana en
aquella costa de la ciudad pues todos sus sentidos estaban en la boca
de ella. Todo el amor que nunca jamás había tenido, en un suspiro
de tres o cuatro horas, había crecido hasta su madurez. Tomaba casi
el cariz de una autentica estupidez y tontería, Pero como tal, así
vino y, sin duda, apareció.
Don
Cipriano, tomándose una dulce infusión, observaba a la pareja y
veía al corazón de Andrés reflejado en la cara de éste. La
sensibilidad es condición, sin ecuanun e imposible sin ella, para
interpretar a los músicos que compusieron aquella música que nunca
será repetida, ni imitada, ni buscada- pensaba Don Cipriano,
mientras veía, dentro de su más grande preocupación, la mirada que
le ponía Andrés, encima a Carmen.
-
La sensibilidad es una mala compañera para el mundo actual – dijo
susurrando bajo la mirrada de sorpresa que puso el barmen, justo
pasando por allí, ese mismo momento.
Cotejaron
las impresiones de piezas a interpretar. Repasaron el contenido,
hablaron de aspectos peculiares y particular en sus manera de tocar
aquellas piezas. El corazón del músico manda y las notas son sólo
unos dibujos para ellos, aun siendo todavía notas interpretativas
para el resto. Hablaron de hasta que punto alargar los finales, la
velocidad en la coordinación, la distancia en el escenario, el orden
de las piezas, la posición hacia ellas, hasta que acabaron hablando
de la música, del amor y de la felicidad, justo en el momento, en
que Don Cipriano, como buen bombero, acudió, cuando el corazón de
Andrés, echaba fuego por toda la barra.
-
Bueno, Andrés, Carmen, vámosnos a la cama que mañana hay que
madrugar.
A
carmen nadie, le daba ordenes, solo aquel el que pagara, y este no
era el caso, pero pensó que era pronto para tener algún roce y con
una sincera e ilusionada sonrisa, se evaporó.
-
Andrés ¿Qué te parecé tu compañera?
El
siguiente cuarto de hora Andrés no paró de hablar sobre ella, de lo
maravilloso que era todo y lo feliz y contento que estaba.
-
Andrés ¿alguna vez has interpretado con alguna preocupación en tu
cabeza?
-
Hombre, Maestro, bien sabe Usted que ninguna. Que soy un joven
realmente afortunado.
-
Pues debes de saber que en una te estás metiendo.
Andrés,
contrajo los labios, y miró pensativo.
-
Pero, ¿a qué se refiere?
-
A las pasiones, alumno. Los grandes compositores han creado sus obras
desde una gran pasión controlada, de grandeza, de humildad, de
nacionalismos, de teología, desde la ascensión del alma hacia la
tranquilidad. Pero siempre dominando aquello que escriben o tocaban,
independientemente de los motivos. Hay pasiones y motivos que te
quitan parte de la frialdad y decibilidad que hay que tener en la
vida.
-
Sigo sin entenderle.
-
¿Qué te parece, como persona Carmen?
-
Extraordinaria, simpática, magnífica.
-
Es una mujer independiente, lejana y que no volverás a ver cuando
esto acabe- le espetó sin aviso. La cara de incomprensión se hizo
máxima.
-
No tengas nunca jamás, ninguna pasión incontrolable. La felicidad
está en el domino y decisión total sobre tu vida y como máxima
reverencia, tu conciencia tomando las decisiones.
-
¿Me lo dice por Carmen?
-
Sí, Andrés.
-
Maestro, no se preocupe. Si que es verdad que es una mujer que veo y
considero hermosa, pero la música es lo que a mi me mueve, me gusta
y me seduce. Soy joven, ya tendré tiempo.
Así
pues y entre alguna sonrisa de confianza – muy pocas, Andrés se
levanto para irse, y el el mismo giro le dijo.
-
Don Cipriano ¿alguna vez Usted a estado enamorado?
Se
limitó a hacer un pequeño aspavientos para que se fuera rápidamente
a su habitación, mientras con la otra mano se acariciaba la punta de
la barba, pensando y reflexionando sobre la pregunta. Las relaciones,
cálculos, previsiones que había futurizado en aquella gira, estaban
doblándose.
V.
-
El amor, tal y cómo te viene, se fue, el viento en un atardecer del
más triste otoño, es más seguro en su continuidad. No te partas el
corazón por aquello que no merece la pena, alumno.
Andrés
desde su inocencia de los acontecimientos de la vida ya empezaba a
sospechar de donde venía aquella, respetable, pero tanta lejanía
que rodeaba a Don Cipriano.
-
Pero maestro ¿qué hago si mi capacidad de concentración se pierde
entre los bordes de sus ojos perfilados de negro?, ¿cómo puedo
dejar de sentir mi pequeñez y debilidad ante esto?
-
Andrés, puedes hacerlo, pero hay que tener un gran control sobre tu
persona si no lo haces, el mundo de las pasiones y sentimientos te
llevarán hasta como y donde quieran. Vive, siente, sueña, disfruta,
pero de aquello elevado y que salga de la miseria de las pasiones
banales de un amor imposible.
-
Don Cipriano, ¿el amor llamó alguna vez a su puerta? - le preguntó
Andrés bajo la dulzura y sinceridad, propias de él y partiendo
desde las últimas pecas de su redonda nariz que ascendía y bajaba a
ritmo de sus ojos grisáceos y su pelo pelirrojo.
-
Sí, pero, los ritmos de subida, bajada y desequilibrio, dejan a ras
de tierra los impresionantes estados anínicos que cualquier pieza
del Romanticismo de Wagner te trajesen. Ahora no, pero si algún día
podemos, te pondré al día de los errores que no debes de conceder.
Siguieron
hablando un rato. Don Cipriano, alto, espigado, con el pelo blanco y
su perilla también, se inclinaba y con la cara y su expresión de
siempre, recta y justiciera, le aconsejaba a Andrés sobre la vida y
la música que andan cogidas de la mano en esta vida - eso le decía,
mientras Andrés, algo gordito y paradito, observaba y escuchaba, con
las manos sobre las rodillas, atentamente, todo lo que su maestro le
contaba.
Entonces,
vino, y pasó, sonriendo al lado de los dos. Carmen. Se saludaron
correctamente y siguió por su camino, hasta a los cinco minutos, con
una bonita falda corta y a flores estampadas, por donde entró, se
iba.
-
Señorita, ¿donde va Usted?
-
Señor Cipriano, trabajamos juntos, cumplo y voy a cumplir mis
horarios pero - y entre una gran sonrisa, sincera y bonita, que
apunto hizo caer de la banqueta a Andrés, vuelvo y voy donde me
place - a lo que tras avanzar unos metros se giró y le dijo
-
A darme una vuelta con una gran amiga que vive aquí. Hasta luego - y
volteando sus cabellos negros carbón, salió por hacia la puerta del
bar y subir de nuevo.
-
El arte, la escultura, la pintura, la música, la arquitectura,
vencen y ridiculizan a aquello que en algún momento creíamos que
era lo único y mejor que había y que nos haría felices, sin duda.
Aprende a elevar tu corazón.
Andrés
seguía sin estar de acuerdo con él. Para este la vida era bastante
más simple y sencilla.
-
Pero si la vida, es un acto de huida de la normalidad, ¿donde está
su validez como elemento que no recoge al nacer?, Don Cipriano, yo no
creo en vivir como un acto de sufrimiento en la superación
-
No, no es un acto de sufrimiento, pero es más que aquello que le
otorgamos.
En
este trance de la discusión, apareció Pedro.
-
!Hombres!, ¡ganas de alguien conocido!, !póngame una copita de
cognac, que bien ganada tengo!. Cipriano, todo , montado y preparado
para mañana - le dijo mientras le giñaba el ojo derecho
-
Bueno, olvidemos lo trascendental, deberes y esfuerzos y hablemos de
aquello que nos produzca más que sonrisas y satisfacción - dijo
mientras se giraba al ver salir por el ascensor a Carmen y sin poder
ver la cara y expresión correctiva de Don Cipriano y la comprensión
entre el miedo, de Andrés.
-
Carmen - dijo sucintamente y sonriendo
-
Pedro - le devolvió la sonrisa e hizo un pequeño gesto con la
manos.
Pedro
se quedo, ausente en el tiempo, bajo el movimiento de las caderas de
la belleza ambulante que iba regalando, allá a donde iba.
-
Impresionante, lastima que sean las mujeres las que le gusten y
busque el amor en ellas.
Ambos
dos músicos impresionados se quedaron. Boquiabierto y sorprendidos.
Desde la tristeza de uno, hasta la sorpresa del otro, pasaron unos
segundos.
-
y Usted ¿cómo lo sabe? - dijo, triste Andrés.
-
Jovencito, ya aprenderás a mirar con el tercer ojo a las personas,
encontrarás cuestiones que jamás las esperabas. Es una magnifica
mujer, tanto sea para ella, como para él. Pero bueno, un par de
semanas de trabajo, no nos dará tiempo a enamorarnos de ella - dijo
entre una gran sonrisa y carcajada que sofocó entre la cara de ellos
dos.
-
Venga, dejaos tanto respeto por ella y desprecio por vosotros. Os
guste o no, habrá poquísimos hombres que no miren sus caderas. Es
una gran violinista, digo desde mis desconocimiento por el arte, pero
su belleza es lo que hay, ni eterna, ni perfecta, sino mundana y que
se le pasará. Mirarla ahora y no cuando ya no esté.
Andrés
y Don Cipriano, alegando cansancio y necesidad se retiraron.
Andrés
trató de no pensar y consiguió obviar aquella posibilidad que le
dijo Pedro.
Don
Cipriano, avanzó hasta la cama más inserto en los pensamientos, tan
suyos y propios que le costaba expresar.
Pedro
se quedó, felimente, riendose del mundo entero, entre dos copas más
de alcohol y el camarero que se las servía.
VI.
Y
llegó el cuarto día de conocerse y con éste el primer concierto.
A
penas habían tenido tiempo de ensayar. Ellos ya sabían de la poco
preparación que iban a tener ante esta primera pieza y la habían
trabajado independientemente con más incapié.
Subieron
al altar de la música y todo comenzó.
Desde
la oscuridad del rincón y la ausencia del resto del mundo, Don
Cipriano, miraba con sus oídos a los dos músicos.
El
piano quizás algo más a la derecha del escenario, estático y
callado, esperaba pacientemente el inicio del, siempre volando,
Violín.
Carmen
y Andrés.
Ella
sonreía al auditorio consciente del placer que iba a producir las
notas de su seductor instrumento y él, emocionado, pues por fin,
tendría un acto de amor allí y con ella.
J.
S. Bach, Sonata BWV 1020, compuesta para elevar el espíritu del
oyente hasta la tranquilidad de la trascendencia por encima de lo
material. Era pieza de máxima técnica y perfección en su
composición e interpretación.
El
enfrentamiento de los dos instrumentos bajo una única melodía con
una máxima armonía. Era el momento más álgido del Barroco y el
autor que más podía dibujar aquello que había en el escenario. Los
graves del piano de aquel joven inocente que hablaba sin gritar y con
recelo y los agudos, concebidos y criados en el violín, por aquella
bella mujer que jamás era encarcelada por nada ni por nadie
Y
aquello comenzó. Bastaron los primeros diez minutos, para mantener
al publico ensimismado en ellos.
Don
Cipriano seguíalos y veía cada una de las notas, escritas y
acompasados en cualquiera de las partituras y pentagramas que mil
veces había escrito.
El
cuerpo de Andrés apenas se movía sobre su piano. Eran sus manos y
sus dedos los que paseaban, sin violencia y con mucho amor, a una
velocidad vertiginosa, acariciando las teclas del piano. Sus ojos
jamas miraban al teclado. Podía hacer los movimientos
correspondientes sobre la arena de la playa midiendo y calculando, el
supuesto lugar de ellas. Era un autentico superdotado en la
interpretación por tener una técnica perfecta alcanzada por sus
estudios, práctica, repetición, amor a la música, pero la cual
había sido dada por la naturaleza. Lo que él poseía no podía ser
producto más que de ella. Sus pupilas sólo se contraían y
dilataban mirando los movimientos de los cabellos de Carmen mientras
ésta interpretaba.
Carmen,
parecíase tener delante a Bach y que ambos dos se miraran, cuando el
maestro le pidiera la medida perfecta del sentimiento y ésta le
respondiera con la sonrisa de dársela con el cariño y ternura que
él esperaba para elevarse de las banalidades mundanas.
El
Barroco los colocaba a los dos en una pequeña botella de cristal
alejados, pero vistos, de todo el auditorio.
La
cara de Don Cipriano dibujaba disconformidad y preocupación.
La
cara de Pedro, alegría y satisfacción.
Don
Cipriano sabía que Andrés no estaba en completud allí.
Pedro
sabía que los bailarines y el montaje estaban desarrollándose
según, y totalmente, lo planificado.
Debías
de haber pasado noches, muchas noches enteras desvelado acompañado
solamente por la música, para comprender el pequeño desequilibrio
entre los dos.
Bach
quería una lucha sin vencedores.
Una
lucha condenada al empate.
Don
Cipriano y carmen, sabían que ese no era el desarrollo del combate,
pero sólo ellos, como maestros del arte y la música, lo notaron
pues el publico, perdía las manos entre los aplausos que les
regalaron cuando su primer concierto acabó.
Saludaron,
les hicieron salir dos veces y cuando volvía de esta última, Pedro
ya estaba emocionado del éxito y preparando el próximo concierto,
dentro de cuatro días en Castellón, mientras Don Cipriano a su
lado, mirando con cara de reprimenda a Andrés.
-
Andrés
-
¿Sí?
-
Venga, cuando se cambie, y me busca en las afueras del auditorio.
Carmen
se alejó de los dos con una cara que pone la madre que ama a su hijo
cuando éste realiza alguna pequeña incorrección. Pero ni se
acerco, ni tuvo la intención de hacerlo, para corregirle.
Salió
pausado, sin prisas y cómo si fuera a comprar el pan aquel sábado
por la mañana, Andrés hacia el lugar donde se encontraba Don
Cipriano.
-
Maestro, dígame.
Seco,
cansado y con la inconsciencia propia de la ignorancia, allí
estaba delante de Don Cipriano, que no se había quitado el chaqué,
y desde las alturas del conocimiento le miraba.
-
¿En que pensabas?
-
En la música
La
voz subió de tono
-
¡Engañaras a todo el auditorio, pero a mi no!, ¿cuantos años
crees que llevo escuchándote?, ¿cuantos años crees que llevo
observando tus ojos recorriendo los autoritarios, ausentes y notando
a tus dedos recorrer, con placer, el teclado del piano?, ¡Dime!
-
Maestro – alejándose le contesto- cualquiera tiene un mal día.
Debe Usted de comprender que su búsqueda de la perfección es un
ahogo parfa los que le rodeamos – apuntó, bajando la cabeza
-
Sí, pero hoy no era ese día y tú no eres cualquiera. La
perfección, es inalcanzable, de acuerdo, pero es el fin deseado.
Se
dió la vuel, elevó los brazos y continuó.
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¡Spinoza, Liebniz, Bach!, es la perfección, es el racionalismo¡,
en ninguno de ellos cabía, ni cabe el corazón ni la imperfección
del amor que en ti he oído.
La
cara que esbozó Andrés fue totalmente anormal. Sentíase
sorprendido en fraganti robando el cuerpo cobijado, de San agustín,
en la catedral.
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No, Maestro, nunca había tocado ante tanta gente entregada – dijo
casi entre susurros.
En
aquello apareció carmen.
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Andrés – le dijo con suavidad, necesitamos más ensayos, tú y yo,
en solitario. Coordinémonos. Aceptemos nuestra lejanía en la vida y
busquemos el amor y la cercanía entre nuestras notas.
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No, jovencita – acercándose comentó Don Cipriano, ni Usted ni él
realizarán una sola acción en estos conciertos sin mi delante –
Entonces,
apareció, como siempre y de la nada, Pedro, y poniendo las manos
sobre los hombros de Andrés y su maestro, tras realizar un guiño a
carmen les dijo.
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Por favor, mis locos y perdidos artistas, hasta vosotros, os guste o
no necesitareis cenar y yo, como me gusta, también lo necesito.
Bajo
la incertidumbre y sorpresa que alguien le tocara, Don Cipriano se
dejó llevar.
Andrés
le sigió sin abrir su humilde boca, y Carmen, también ausente de
aquellos problemas pues no quería estar en ellos, partió, con todos
hacia el bar del hotel.
Consiguieron
una buena mesa y allí llegó la botella de vino que empezó a
limpiar el cristal de la confusión y las verdades comenzaron salir
entre los reflejos de los cristales limpiados con el regalo de la uva
fermentada