Ayer, razonando fríamente, sentía
furia pensando en las mentiras que en ocasiones arrastran a la
sociedad.
Y hace un par de días, daba
comprensión y ternura a la falta de amor a la filosofía.
Algo más allá de estos últimos
tiempos, cantaba alegrías desde el calculo de probabilidades de
continuidad ad eternum de la especie humana.
Quizás la temática se me antoje
indiferente, pero lo que si que puedo observar será la forma que
utilizo en unos y en otros.
Me estoy poniendo como ejemplo y
haciendo una generalización.
Aquí péndulo, pues no sé hasta que
punto juego con mis verdades, dependiendo éstas, del estado anímico
en el cual son compuestas. La temática es vista, en ocasiones, desde
el más directo y simple raciocinio, y sin más, se va y sin fin ni
frenos por la bajada de las pasiones.
No es el hecho de cual está más
cerca de una supuesta verdad, se trata de ver y entender como la
forma del mundo circundante cambia, según y véase, el estado
anímico.
Y no hablo de una opinión
cotidianiana, hablo de un intento de explicación coherente de las
vicisitudes vitales y sus maneras de hacerlo
Si aceptamos que la visión global
cambia según sea tu estado de humor, el asunto duplica los
problemas.
Parece ser, entonces, que no tenemos
una realidad estática, formativa y circundante. El objetivismo
material de este mundo inmutable que me rodeaba murió en el suspiro
cuando me miró.
El subjetivismo de esos primeros
principios propios formadores que pueblan mi mente parecen cambiarse
o desnudarse según cual sea la dirección que tome el viento. No
quiero caer en la malasangre del subjetivismo, así que hagamos un
estudio formal.
Y entiendo que es en mi lenguaje donde
se da el cambio y es éste el que está enfadado o feliz.
Observo diferentes construcciones,
listas de calificativos, frases subordinadas, puntos y aparte o
seguidos, ideas claras, finas, duras, con más o menos coherencias y
otros actos descriptivos.
Me quiero convencer que lo que cambia
es la forma y el color, pero los componentes esenciales de mi
raciocinio siguen siendo los mismos.
El lenguaje, en demasiadas ocasiones,
nos da las reglas de juego, los cubiertos para merendarnos el
mensaje.
Hay que ser conscientes del valor
comunicativo del lenguaje en toda su dimensión. No es sólo un medio
o elemento de comunicación, es, sino también, una parte integrante
de nuestra persona.
Un pensamiento intuitivo tiene las
mismas posibilidades de validez que un razonamiento lógico, lo mismo
que un juego de palabras puede estar también más cerca de la
verdad.
Flotando entre la duda de la realidad,
encuentro paz en barco de la tranquilidad hacia el saber, a sabiendas
que buscando lo mismo, navegando también entre ellas al día
siguiente, mi expresión sea tal que astille fuertemente el ya bote.
Hasta que llega el día siguiente,
abro el caramelito, y todo me sabe a fresa.
Lenguaje y personas, son los dos
ingredientes del gran postre en el cocido de la comunicación.
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