viernes, 1 de noviembre de 2013

UNA CERVEZA CON NIETZSCHE



Perdido entre las sombras y claroscuros de su bigote, me sentía subyugado por su mirada la cual se movía entre la clarividencia y la locura.
Con sus gestos y palabras denotaba que lo suyo no era una lucha solamente teórica, sino personal y vital también.
Subidos en el viaje a través de la historia me relataba, con fuertes aspavientos la máxima cobardía que habíamos demostrado, todos y cada uno de nosotros en su desarrollo.
- Y esto ha de acabarse – concluyó
- Sí – Maestro le dije, pero ¿cómo vamos a huir de nuestra pequeñez e irresolutivilidad ante su falta de sentido de los problemas diarios?
Se giró bruscamente y pidió dos cervezas en la vieja taberna camino del viaje a este hospital en las montañas Austriacas para consolar su dolor crónico de la cabeza. La cerveza no se lo aumentaba, le sedaba en su dolor.
- El día – dijo casi gritando, que aceptemos con fuerza y valor nuestra potencia como individuos, nuestra facultad para vivir sin estar sumisos nada mas que al límite impuesto por nuestra naturaleza. Impongamos nuestra pòtente individualidad frente a esta vida, poblada de Dioses que nos acobarda.
- Maestro – le repetía, usted es un hombre fuerte, pero ¿y los demás, qué hacemos?
- Huir de vuestros progenitores y la mentira en la que nos hemos educado. Comenzar desde el principio, partir de cero, ¡olvida tus enseñanzas e imponte a la vida!
Ciertamente éste era el tercer viaje al refugio y balneario acuífero donde íbamos para su cura y a mi me permitió acompañarle en un par de ellas. Cada vez lo encontraba mas huraño, introvertido, encerrado en sus ideas, pero también más seguro de ellas y con más riqueza para justificarlas y exponerlas.
- A gente como tu – me señaló con el dedo, os han utilizado los poderes fácticos e interesados que haciendo alusión a vuestra capacidad explicativa y aludiendo a Dioses o similares, os han convertido en esclavos, ¡lucha por tu libertad!
Tras leer a otros autores cohetaneos suyos, pude apreciar que la filosofía de Nietszche se hacía Antropológica, alejandose de otros y comenzaba a hablar de las personas como centro de reflexión. Aquí me hizo una norma directa a mi comportamiento y no una reflexión de la estructura del cosmos a mi relación con este.
- Qué me dice – mi cara cambió de aspecto, así como mi tono, tengo derecho a luchar por mis convicciones
- No Andrés, vas a pernoctar en la irrealización propia del ser humano que ha perdido su capacidad de satisfacerse como tal, viviendo en el engaño impuesto.
Mi cerveza cayó en una panzada. Asustado me dejó aquella afirmación. ¿No iría mejor mi vida si aceptara con toda su intensidad las dimensiones reales de la vida y no me fuera a buscarla allá donde no está?
- Yo me realizo, -le inquirí, cuando hago el bien hacia la gente que me rodea.
Su bigote se lleno de espuma cuando solo tal carcajada que lleno la barra de cerveza
- ¿El bien?, y ¿de que bien me hablas?
- Hombre, pues aquel que todos conocemos, ¿no?
- Pues no, joven, no. El bien es una palabra vaciá de contenido y sólo hace referencia a los intereses o creencias, de algunos, dentro de su pequeñez.
- Pero, entonces ¿qué salida nos queda?
- Aceptarnos tal y como somos y no tratar de huir de lo que tenemos.
Se acabó la cerveza y apoyándose en mi hombro, comenzamos a salir de aquella vieja taberna camino del balneario.
Me habló de lo que admiraba a la figura de Jesús el Nazareno, por su capacidad a luchar ante las leyes y valores impuestos en su pueblo, de la cobardía del pueblo en la edad media europeo y otras cuestiones en el camino hacia habitación. Era un hombre entretenidamente intenso, dogmático, enajenado e incomprendido. Tenía la costumbre de hablar de lo que ya no se hablaba.
En la oscuridad de la noche, sólo alterada por unos somnolientos rayitos de luz de la luna, vi, como su figura, un tanto encordaba de sus horas de soledad con los codos encima de la mesa, se alejaba suspirando relatar todas las verdades que creía que ya tenía.

- Buenas noches, Maestro – le grité, y con un además de la mano se despidió de mi.

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