Perdido entre las sombras y
claroscuros de su bigote, me sentía subyugado por su mirada la cual
se movía entre la clarividencia y la locura.
Con sus gestos y palabras denotaba que
lo suyo no era una lucha solamente teórica, sino personal y vital
también.
Subidos en el viaje a través de la
historia me relataba, con fuertes aspavientos la máxima cobardía
que habíamos demostrado, todos y cada uno de nosotros en su
desarrollo.
- Y esto ha de acabarse – concluyó
- Sí – Maestro le dije, pero ¿cómo
vamos a huir de nuestra pequeñez e irresolutivilidad ante su falta
de sentido de los problemas diarios?
Se giró bruscamente y pidió dos
cervezas en la vieja taberna camino del viaje a este hospital en las
montañas Austriacas para consolar su dolor crónico de la cabeza. La
cerveza no se lo aumentaba, le sedaba en su dolor.
- El día – dijo casi gritando, que
aceptemos con fuerza y valor nuestra potencia como individuos,
nuestra facultad para vivir sin estar sumisos nada mas que al límite
impuesto por nuestra naturaleza. Impongamos nuestra pòtente
individualidad frente a esta vida, poblada de Dioses que nos
acobarda.
- Maestro – le repetía, usted es un
hombre fuerte, pero ¿y los demás, qué hacemos?
- Huir de vuestros progenitores y la
mentira en la que nos hemos educado. Comenzar desde el principio,
partir de cero, ¡olvida tus enseñanzas e imponte a la vida!
Ciertamente éste era el tercer viaje
al refugio y balneario acuífero donde íbamos para su cura y a mi me
permitió acompañarle en un par de ellas. Cada vez lo encontraba mas
huraño, introvertido, encerrado en sus ideas, pero también más
seguro de ellas y con más riqueza para justificarlas y exponerlas.
- A gente como tu – me señaló con
el dedo, os han utilizado los poderes fácticos e interesados que
haciendo alusión a vuestra capacidad explicativa y aludiendo a
Dioses o similares, os han convertido en esclavos, ¡lucha por tu
libertad!
Tras leer a otros autores cohetaneos
suyos, pude apreciar que la filosofía de Nietszche se hacía
Antropológica, alejandose de otros y comenzaba a hablar de las
personas como centro de reflexión. Aquí me hizo una norma directa a
mi comportamiento y no una reflexión de la estructura del cosmos a
mi relación con este.
- Qué me dice – mi cara cambió de
aspecto, así como mi tono, tengo derecho a luchar por mis
convicciones
- No Andrés, vas a pernoctar en la
irrealización propia del ser humano que ha perdido su capacidad de
satisfacerse como tal, viviendo en el engaño impuesto.
Mi cerveza cayó en una panzada.
Asustado me dejó aquella afirmación. ¿No iría mejor mi vida si
aceptara con toda su intensidad las dimensiones reales de la vida y
no me fuera a buscarla allá donde no está?
- Yo me realizo, -le inquirí, cuando
hago el bien hacia la gente que me rodea.
Su bigote se lleno de espuma cuando
solo tal carcajada que lleno la barra de cerveza
- ¿El bien?, y ¿de que bien me
hablas?
- Hombre, pues aquel que todos
conocemos, ¿no?
- Pues no, joven, no. El bien es una
palabra vaciá de contenido y sólo hace referencia a los intereses o
creencias, de algunos, dentro de su pequeñez.
- Pero, entonces ¿qué salida nos
queda?
- Aceptarnos tal y como somos y no
tratar de huir de lo que tenemos.
Se acabó la cerveza y apoyándose en
mi hombro, comenzamos a salir de aquella vieja taberna camino del
balneario.
Me habló de lo que admiraba a la
figura de Jesús el Nazareno, por su capacidad a luchar ante las
leyes y valores impuestos en su pueblo, de la cobardía del pueblo en
la edad media europeo y otras cuestiones en el camino hacia
habitación. Era un hombre entretenidamente intenso, dogmático,
enajenado e incomprendido. Tenía la costumbre de hablar de lo que ya
no se hablaba.
En la oscuridad de la noche, sólo
alterada por unos somnolientos rayitos de luz de la luna, vi, como su
figura, un tanto encordaba de sus horas de soledad con los codos
encima de la mesa, se alejaba suspirando relatar todas las verdades
que creía que ya tenía.
- Buenas noches, Maestro – le grité,
y con un además de la mano se despidió de mi.
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