No somos consciente que lo único que
mueve los avatares en la vida, es producto de una acumulación de
circunstancias.
Tenemos la tendencia a culparnos en
demasía de aquello que ha ocurrido achacándolo a una acción en
concreto realizada entonces y allí.
No, no es así, pues aquel momento no
es más que el producto de una serie demasiado grande e incalculable
de consecuencias anteriores. Y sin estas, en ningún momento nos
hubiéramos sentido culpables.
Visto y leído, acciones como a aquel
que sin comerlo ni beberlo, un ladrillo de mármol de la pared de
aquel edificio, le cae en su cabeza y al día siguiente, conoces a
aquel amigo de éste que haciendo de Kamikace ha tenido grandes
emociones y no le ha pasado nada.
Si el primero hubiera parado a comprar
el periódico o el segundo se hubiera encontrado en su loco camino,
con el gran camión de aquel que tuvo que parar con urgencia a
orinar, las cosas hubieran cambiado. Los hechos cobran sentido
inscritos dentro de sus circunstancias.
Son las circunstancias las que marcan
los acontecimientos de tu vida pero no el destino de tu persona.
No digo ¡qué más lejos! el no
aceptar tus responsabilidades sobre tus actos y acciones, en cuanto a
la formación de tu futuro, pues tu responsabilidad se escapa entre
las circunstancias.
Hay que asumir la responsabilidad de
aquellos asuntos en los que, sin ser necesariamente condicionantes
del futuro, sí que son descriptivos de tu movimiento entorno a este.
El aceptar los acontecimientos
acaecidos desde una tranquilidad de conciencia, es la posición única
situada por encima de todo.
Es decir, nos puede pasar lo que sea,
esto es un ingrediente formativo de la vida.
No hay situación imposible.
No hay hechos que no te puedan pasar.
Lo único que te queda al alcance de
tus manos es tener la seguridad de haber actuado de una manera
correcta y después poner tu vida ya en las manos del juguetón
destino.
Es, quizás, una fragancia del
Estoicismo, con la aceptación de la vida en todas sus dimensiones,
pero también tiene un cacito dulce de Ética, hablando del buen uso
de tus acciones.
Las circunstancias, en su cúmulo,
determinan el futuro.
El que más calcule puede fracasar y
el menos interesado, puede triunfar.
No tenemos datos estadísticos fiables
de cuantos de aquellos bien preparados en esta vida triunfan en ella
en el sentido de alcanzar, digamos, alegría y felicidad y estos
otros que perecíase más difícil por sus características sí lo
han tenido.
La vida es un conjunto de avatares y
cada vez pienso menos en la necesidad de los hechos y
acontecimientos.
La vida juguetona.
El destino caprichoso.
El futuro es desconocido.
Yo sigo en mis cuartos y concluyo y
opino que la manera correcta será, aceptar plenamente esta vida por
necesidad ontológica, desde el instante que asumes que tú actuaste
correctamente.
Es la angustia del Existencialismo,
traducida en la felicidad de la aceptación que ellos no tuvieron.
Las circunstancias marcan y definen
los hechos, pero no necesariamente los estados concluyentes.
Pasado ya la ansiedad del equivoco
mundo que nos rodea por la falible conjunción entre los actos y sus
consecuentes, se llega a la tranquilidad de la aceptación con tus
pequeñas pero correctas acciones. Eso me dijo aquel en este sueño.
Espérate cualquier cosa y aún te
puedes quedar corto.
Pero ante las falta de control sobre
estos cúmulos de circunstancias sólo que la acción de obrar desde
la corrección, pues pienso que en ocasiones es peor el sentimiento
de culpabilidad que la desgracia y se potencia esta desgracia cuando
y además es producto de una acción directa tuya.
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