Kant y Olivier deambulaban
perdidamente por las calles empedradas del centro de Kronigsber
tratando de capturar los cansinos rayos de sol de esta fría tarde en
los albores últimos de ésta, al oeste de las tierras Prusianas.
Olivier era un lejano sobrino de un
primo, lejano también, que vivía en París, casado con Rubit de le
Croix y que le había mandado a su hijo a aprender Alemán y a
culturizarse, en general con Inmanuel, que todos ya sabía de su
sabiduría, por su trabajo en la Universidad y por sus escritos.
Kant no era un hombre de una lúcida
sociabilidad. Era tremendamente introvertido y paseaba discretamente
todos los días hasta la facultad. Eran 20 años haciendo ese camino
y habían algunos que todavía no lo sabían.
El sobrino llegaba de la Francia
ilustrada donde el hombre andaba a pecho descubierto, en su potencia
intelectual y capacidad estética, alcanzando su mayoría de edad y
su capacidad para el control del mundo. Del frio apacible de la
biblioteca a la ardiente clase intelectual distaba la misma distancia
que algo mas al sur de Berlín y el siempre hermoso, París.
- Pero maestro, maestro, ¿me quiere
Usted decir que el mal no tiene una forma concreta?, ¿que no es un
acto determinado con un componente preciso?,¿qué no es un
sustantivo?, Rousseau, Montesquie y otros nos traen un mundo
concreto, tanto de leyes como de naturaleza, No le entiendo maestro.
Kant se rascaba con calma y atención
la pequeña perilla que llevaba. Él sabía que la calma del
pensamiento era una cualidad importante pero no sabía como
trasmitirla y se pensaba si era efecto del uso y costumbre o de su
naturaleza. Lo dudaba.
- Mira, Olivier, el juicio de los
contenidos, los hechos, los sustantivos, las personas y otros
elementos constitutivos de cualquier acto o acción, siempre serán y
estarán dependiendo de los elementos éticos formadores de aquella
cultura o situación, de ahí que la concepción del mal, y en su
defecto del bien, deben de estar por los momentos puntuales de allí
y entonces, de su cultura e historia.
- Bueno – dijo Olivier, eso no pasa.
Los Cristianos, tenemos unas leyes de comportamiento que atraviesan
el tiempo y los pueblos.
- Bueno sí, pero no olvides que es una
parte de las creencia que forman el antiguo mundo y que cambia. Tú
país está montando un estado laico, no lo olvides – Olivier,
remoló un poquito, - Kant siguió, y hay otros lugares en el mundo
formadas y construidos entre otra religiones.
Olivier abrió los ojos
desmesuradamente viendo como su tío hacia alusión a los herejes con
tanta facilidad y benevolencia. Pero Kant, había leído las primeras
traducciones Aristotélicas conservadas y guardadas bajo los
auspicios de la cultura del Islam en el antiguo ya An-dalus Ibérico,
y su concepción del mundo y su mente eran bastante tolerante, sino
abierta, crítica y constructiva.
- Mira – le contestó Kant, parándose
ante los grandes ojos que le enseñaba su sobrino, la única manera
de acertar y realizar una ética cual justa e igual para todos y que
no tengo ninguna excepción, ni puntualización, ni disputa en su
contenido ni sentido es, sobrino, la ética formal, en la cual el
contenido nos es secundario, frente a las maniobras y fines con los
que realizamos la reflexión.
- ¿De qué me hablas, Maestro?. Cuando
Olivier encontraba interés y se dejaba invadir con la profundidad de
las palabras, el contenido del mensaje y la profunda voz de Kant, su
subconsciente lo pasaba a tratar como el gran maestro que era.
- Encontremos unos valores y principios
pero puramente operativos, le dijo, pensamos que cualquier cosa que
hagamos tendremos al individuo puesto en el punto de mira y jamás
haremos nada que puedan hacerle daño. Las personas estarán por
encima de cualquier resolución. No me importa donde o que es el bien
o el mal, me importa que los hombres sufran y que la humanidad no
avance.
Es la formalidad sobrino.
Aun con las indicaciones del sobrino,
Inmanuel, no quiso entrar el el limpio y engreído café de la ya
oscura y fría ciudad. Nunca entraba y prefería encontrar el calor
caminando aun siendo fría la ya noche.
- No Olivier, no entraremos.
Siguieron hablando. Kant le hablaba en
CentroAlemán porque era la lengua que había venido a aprender y la
terminología y giros lingüísticos de su lengua madre, el Prusiano,
se esforzaba por no realizar.
- Mira sobrino, piensa que cuando vayas
a realizar cualquier acción seas tú quien la recibe y la sufre y
tras esto decide si la haces o no. Imagina recibir tus actos y decide
si los haces.
- Pero, maestro ¿todos no lo
merecemos?
- Mira, alumno-le dijo sonriendo, el
ser humano debe de ser un fin en sí mismo y nunca jamás será un
medio para conseguir ningún objetivo. Esto no está reñido con un
buen mundo, al revés, mejor irá. En la soledad del camino, te
hablaré en plata y te diré que en ésta primera república allá
en vuestro país, la tenéis llena de individuos que tiene en su
punto de mira el establecimiento de un modo de gobierno antes que la
propia dignidad o el fin humano. Han hecho y harán en nombre de la
revolución actos crueles y malos, pues el fin no son las personas
sino otros intereses como será el estado en sí. ¿Donde está el
mal?, te pregunto ¿matar al rey sol, luis XI fue bueno o malo?,
¿matar es correcto o no? Si no tenemos a las personas al final de
las intenciones la ética se evapora entre las opiniones.
Olivier si que era consciente de las
palabras de Kant, respecto a las crueldades que se habían hecho en
su país, con la subida al poder de Napoleón y la condena a muerte
de luis XVI. Kant apenas había vivido los comienzos de la revolución
y era ya mayor, y lo sabía, para ver donde llega el asunto. Pero
sabía muy ciertamente, que si no se piensa en las personas, el
sistema caé por sus propias injusticias e irregularidades.
Olivier era un joven que se había
criado en la ilustración francesa y el único objetivo de estos años
tremendamente creativos y fecundos del pensamientos consistía en la
renovación general de todo concepto, institución, forma y manera
que perteneciesen al antiguo régimen. Llegaba la república y se iba
el absolutismo. Llegaba la injusticia fundamentada y se iba la
injusticia por tradición y costumbre. Kant lo sabía, sabía que si
se defendía ideas y no individuos, estos acabarán sufriendo.
Callados andaban los dos, con la noche
ya entrante y las pequeñas lamparistas de aceite encendidas.
Olivier le tenía un gran respeto y
admiración, pero los nuevos vientos le arrastraban y le alejaban del
reposo, pensamiento, tranquilidad y grandes verdades que Inmanuel le
servia, como leche calentita antes de irte a dormir.
Kant lo veía y sabía que el mundo
seguiría, hasta mucho más adelante, con la intención de imponer
unos sobre otros los elementos considerados como buenos o malos. Kant
sabía que no. Que éstos no existían, que no los habían, que en
cada casa la decoración era diferente. Lo único que se debía
exigir y ser como medio fundamental constructivo será techo, y agua,
decir, unos mínimos que miren y se preocupen por el individuo que
allí vive y no por la construcción de un gran sistema en el cual el
pueblo debíase sacrificarse por la grandeza del imperio, sin techo y
sin agua.
Llegados a la casa de Kant, Olivier se
despidió.
- Señor Inmanuel, ¿cuando quiere
usted que venga mañana a recogerlo?
- Poco después de que salga el sol.
Tenemos que estudiar griego y latín. Mañana comenzaremos a trabajar
griego con la Ética a Nicomaco Aristotélica. Te gustará y además
te contaré, quien guardo, trajo de oriente, tradujo, y estudio todas
estas obras.
-Bien, maestro -se despidieron con el
cariño de la familia pero con el respeto y la distancia de las
ideas.
Kant cojeaba mucho de la pierna
izquierda y apoyándose y con la ayuda de su sobrino, entro por la ya
vieja pero robusta puerta de su casa. Se despidieron y Kant se quedó
mirando a su sobrino y pensando.
“vientos nuevos llegan a Europa,
vendrán con unas tormentas de sangre. Las venas hierven con los
nuevos pensamientos de libertad, pero alguien , que no seré yo con
mis mas de 70 años, tendrá que poner un fin correcto a la
imposición de las ideas.
La levita negra apenas se la veía
hasta que se quitó el abrigo. Voluntarioso vino el mayordomo a
colgarlo y ayudarle a subir. La ama de llaves le había dejado
preparada al lado de la cama una gran infusión de hierbas para
calentar el cuerpo. Cansadamente se puso la ropa para pasar la noche
y se acostó.
Kant, viva por saber como conocemos,
esa habíase sido su objetivo, de aquello que pues propuso una ética
sencilla pero completa y que no trató de imponer pues sabía de la
inutilidad de hacerlo mientras la ciega ambición de lo que fuera se
impusiese en los actos humanos.
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