Sujeto a la gran tormenta de mis
emociones, navegaba por entre las aguas de aquella mañana.
No es llevadero, me decía, que la
realidad, su color, significado o razón aparente de ser, varié con
tanta facilidad según las palabras de éste o la mirada de aquel.
Encontrar las verdades es, si posible,
muy difícil, pero me atrevo a decir que se multiplica, la
dificultad, si introducimos en la discusión la bruma y niebla que
aparecen en los horizontes de tus pensamientos, tales como los
asuntos monetarios de tu casa, el agradable dolor muscular después
de nadar o los lloros y risas de los niños al verlos.
Con semejante estado, es decir
sumergido en la alteración crónica y propia, me inquiero sobre la
posibilidad de llegar a conclusiones conclusas desde este faro en la
costa de los sentimientos.
Por otra parte, esta propia y supuesta
inutilidad, te lleva a la subsiguiente conclusión al aceptar que
esto es lo que hay, lo que está y lo que es, es decir, asumiendo que
somos pelotitas de corcho del almuadón donde reposa su cabeza la
vida.
Al pasar ya las nubes de entre mis
ojos por volver a la actividad tras el sueño y mi mente adquirir
visión activa de los acontecimientos, comienzo a encauzar y conducir
mis pensamientos y emociones de manera distinta ¡no!, ¡no!, ¡el
mundo no ha cambiado!, me digo ante la falta de objetividad de estas
acciones.
Y más y peor, cuando sumergido entre
las letras, pongo música y mis neuronas, bajo el ritmo de las notas,
alcancen y vayan con un empujón extra que antes no lo tenían.
¡Donde parar!
¿En que punto considerar el momento
optimo para concluir?
¿Qué estado debo de buscar?
¿Es justo estar sujeto a las
emociones?
¿Es allí el lugar donde la vida toma
sus dimensión correcta y su razón de ser?
Me retozo en la duda de estas
cuestiones.
En esta temática, es un sinsentido no
personificar la temática en mi individualidad.
Perdido estoy en la soledad de mis
pensamientos ante la imposibilidad de compartir el problema, pues, el
trasmitirlo y conversarlo, dejaría de ser la cuestión propia.
No hablo de la soledad del escrito,
hablo de la variación propia en el estado anímico del individuo.
No quiero citar a nadie, pero me
pregunto que grado de objetividad tengo en cualquier tipo de
reflexión, si no soy mas que un alma envuelta en las circunstancias
que le ocurren. No tengo, nos decía aquel, más dimensión que la
concluyo y existo en aquel momento. No tenemos estabilidad primera,
tenemos estado segundo.
Y mis pensamiento se engrandecen con
las emociones puras, hermosas y potentes, de aquella mujer cantando,
contándome acontecimientos que tanto llevó.
La construcción del orden de los
pensamientos en busca de algún camino con final, pierde mi interés
en los momentos en los que las emociones me invaden.
Confesarse ante la nada, es realmente
complicado por la falta de capacidad de saber de qué se habla.
El gusto de la lejanía de la
necesaria justificación.
El placer del sinsentido existente en
la vida sentimental.
La satisfacción de balancearse, con
cariño, entre los brazos de los dudas.
La felicidad de la aceptación total
de lo existente.
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