Y cuando giré la cabeza, él seguía
insistiendo en la uniformidad, orden y finalidad de la vida y sólo
le faltaba decirme que el amor con tu mujer había que hacerlo antes
de irse a dormir y en la cama. Hoy lo hicimos en las postrimerías de
la mañana tras un afortunado incidente en el vuelo directo de la
cocina al comedor, es decir, en el pasillo y rebotando hasta la cama.
Llegué algo tarde al trabajo, pues el
metro aturdido por las muchedumbres, acudió con retraso a la cita
conmigo. Mi responsable no se creyó mi sinamor con el vagón del
metro y enseñándome los dientes se fue.
Aplicado al ordenador, veía pasar,
sin dolor ni tristeza, todos mis planes por debajo de la mesa de mi
trabajo.
La incalculabilidad del resultado es
obvia y evidente.
Y mi amigo del primer párrafo, ayer,
en el café, insistía en la necesidad de realizar las acciones
máximamente normalizadas para obtener un buen resultado y yo,
pendulando entre mis dedos la copa, me preguntaba qué tipo de éxito
en su vida creíase alcanzado.
Mis cálculos primeros se fueron al
garete, pero lo que no pensé que me resultaría tan satisfactorio,
vino a mi.
Yo le preguntaba, con autentica
curiosidad si creía que el futuro era producto de unas situaciones
primeras elegidas y este amigo me decía, poniendo los ojos abiertos
como platos, como yo podía vivir pensando en el capricho de la vida.
Le contesté que podía, sí, que
podía pues no habría que mirar después a tu pasado y calibrar la
validez de tus actos.
Lo único que me importaba y para tal
vivía era el tener una estabilidad anímica que me permitiera viajar
en esta larga travesía por el rio caudaloso, observando y recreando
mi vista con las bravas aguas o la tupida selva.
Asombrado con mis afirmaciones
informales sobre la vida optó por acentuar el interrogatorio y me
preguntó por mis situaciones actuales, que eran, según él había
entendido eran lo único para mi. Eran buenas, malas, o ¿qué eran?
Volví a rodar mi copa sobre la barra
del bar y sonreí.
Hice un acto de autentica sinceridad y
le dije que estaba ya por encima de los avatares de la vida por
varias razones, que se las comuniqué tocándome un dedo por cada una
de ellas.
Y comencé diciéndole que las cosas
no son nada y que es el sujeto quien las recibe el cual las califica,
las sufre o las disfruta, pero y además, sea lo que fuera lo que te
pasara, el tiempo lo curaría......¡no!, grito escandalizado, hay
cosas que no se curan...y tres -continué, estando aquí, el único
objetivo debe de ser el disfrute actualizado y sincero, pues no
estamos invirtiendo en nada y que no miraremos nuestra construcción
vital desde la distancia.
Con Dios y desde su actualidad y
plenitud no juzgaremos lo conseguido y sin Él, el viento con forma
de horas y minutos hará que todo perezca, y todo desarezca.
Seguía insistiendo en la poca
seriedad y responsabilidad que le otorgaba yo a la vida.
Empezaba a estar cansado de él y su
necesidad de hacer algo importante en su vida como si fuera esa la
finalidad de la misma. Y otra vez le repetía que nadie, nunca ni
ninguno, podrá mas que actuar desde las afueras de tu vitalidad. El
color de las gafas con el que la miras es tuyo, pues nadie te podrá
quitar éstas.
El ordenador se encabritaba y
enfurecía más, cuando sentía mi dudavilidad sobre la coherencia de
la historia montada por bastantes personas dirigentes de nuestra
realidad.
La silla del trabajo estaba a mi favor
y miraba con pena y compasión a aquellos que vivían sujetos a
necesidades de transcendentalismo que la vida no les pedía pero que
ellos se exijan.
Terminó la jornada y despacito,
mucho, caminé hasta la puerta de mi casa, pero, y al llegar a
ella,decidí pasar de largo y recorrer alguna manzana más, pensando
en qué decirle a este infeliz compañero de trabajo al qué la vida
le venía grande por todos lados.
¡Cómo hacer que su cuerpo cogiera
potencia y volumen y que la vida no fuese más que el uniforme,
llevado igual por todos, sin ningún tipo de decisión respecto hacia
donde iría el cuerpo al que vestía!
Aturdido de observar miradas y
situaciones aceleradas, escandalizadas, insatisfechas y sobre todo
cansadas y con hastío por decidir un fin que no tiene, por imponerse
unas obligaciones que no son y por querer llegar a un sitio que no
está en ningún lugar.
- !Es el viaje¡, me fui gritándole
desde la lejanía a mi compañero, la vida es la senda a recorrer, le
dije con la boca entre las manos a forma de embudo.
Con tranquilidad me desnudé, me puse
el pijama y me fui a dormir con toda la calma que te produce la
reflexión desde la distancia.
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