Esta persona volvía a su casa con un
gran dolor de garganta.
El día anterior cogió una inmensa
congestión nasal al hablar con el músico callejero y la semana
anterior, tras ver el tratamiento que recibían, en la normalidad
ciertos asuntos.
Apunto estuvo de no levantarse hoy por
un gran malestar de cabeza.
Estaba cansado de volver, con dolores
en su alma o confusiones que necesitaban puntos de sutura en su
mente, a casa.
Estuvo apunto, en varias ocasiones de
comprar el producto de la imposibilidad de cambio o la aceptación de
la mala realidad como único camino posible.
No compró esa baratija de segunda
mano, pero el negocio le estaba saliendo caro.
Quizás la aceptación de una
injusticia inherente, inevitable, necesaria y real, en toda unión
humana, le habría hecho convivir más tranquilo con ella.
No sería la primera vez que oía una
justificación teórica de estas diferencia y la necesidad de su
existencia.
Tampoco oyó sólo alguna vez que la
maldad de los individuos que provocamos esto era participe de nuestra
naturaleza
Y lo que más le inquietaba es que,
fuera de sus pensamientos, nadie le había dicho, ni tomado como
evidencia y naturalidad, que esta forma de vida, que estos tantos por
ciento insultantes en diferentes campos, era un hecho claro y
evidente a cambiar y que simplemente con el acuerdo y participación
colectiva sería un movimiento fácil.
Le dolían los pies de escuchar como
se justificaba, tras un razonamiento correcto, lo inmoral.
Sus rodillas le temblaban cuando
haciendo un uso adecuado de las deducción racional se llegaba una
total aceptación de lo era una gran injusticia.
Tenía que ponerse un trapo lleno de
hielos en la frente para evitar el dolor de los esguinces mentales
que le proporcionaban el leer ciertos asuntos inaceptables y que
ocurrían con frecuencia y normalidad.
No hay nada peor y con más difícil
solución, que el aceptar como imposible lo real y dar como normal lo
totalmente anormal e injustificado.
Aquella tarde, esta persona, volvía
con una gran congestión nasal, tras que su compañero de trabajo, en
medio de la conversación en la cual estaba realizando una gran
crítica estructurada, justificada y demostrada a la clase política,
le comentó que a su hermano, aún poco mereciéndolo, le había
enchufado a trabajar en el ayuntamiento de aquel pueblo en las
rodalías.
Aún sonándose fuerte, la mucosidad
enfermiza se extiende y se cuenta con toda normalidad.
Yo tuve la fortuna de no poder tomar
ningún tipo de actuación como esa.
Fortuna pues no sé o no quiero
pensar, como hubiera actuado
Lo normal, y déjenme que se lo
repita, lo absolutamente normal, inapelable y aceptado, sería el,
aún quedándose alguien con más mérito fuera, que hubiera entrado,
digamos, un familiar.
No me curraré de estas malditas
anginas.
Hasta que no pasen alguna de éstas
dos cosas, o bien cambie toda la concepción de la manera de actuar
de la gente, o bien, me matricule en la indiferencia, en la banalidad
de la preocupación y sea capaz de andar, con la cabeza bien alta y
con tranquilidad entre los problemas de mis contertulios de la ciudad
donde me aloje, el resfriado crónico continuará.
Es la enfermedad de los que tenemos
suficiente corazón para preocuparnos de los demás.
Y es grave, muy grave, aquí y ahora.
El pedirme que me abrigue y salga con
mantas a proteger a los demás es ya demasiado para mi y esto estará
reservado para aquellos que bien merezcan la pena. Los grandes.
Lo que sí está al alcance de
nuestras manos es el manifestar la disconformidad y justificación de
ciertos hechos.
No hay movimiento alguno en ningún
sistema económico, social, administrativo estatal y demás que
albergue en sus campo de actuación la resultante de gente con poca
capacidad adquisitiva. Les dan misericordia.
Están los que confiando en su
perfección abogan con que no los habrá, cuando saben que sí,
estarán los que si sabrán de su existencia, pero los justificarán
como elemento indispensable en el funcionamiento del asunto.
Total, que el que malvivan algunos y
vivamos correctamente otros, está totalmente admitido por estas
diferentes estructuras social-económicas.
Pero ¡ahy!, que en el infierno se quemen todas las lejanas teorías en el momento en el cual
sintámosnos enfermos todos al ver determinados actos de injusticia.
Esta enfermedad salvaría al mundo.
Pero, no, no se da, es más la actitud
de preocupación activa o bien su trasmisión colectiva es vista
desde la distancia como una anomalía lejana y accidental.
Ojala ayudara a todos mil veces más
de lo que lo hago, pero al menos no me callo al acusar de
incompatibilidad total del funcionamiento actual del mundo y una
visión correcta de éste.
¡Eres un soñador! - me dijo aquel, y
yo le conteste que ojala él también lo fuera y se acostase
pensando en un mundo mejor.
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