miércoles, 12 de marzo de 2014

LA ENFERMEDAD



Esta persona volvía a su casa con un gran dolor de garganta.
El día anterior cogió una inmensa congestión nasal al hablar con el músico callejero y la semana anterior, tras ver el tratamiento que recibían, en la normalidad ciertos asuntos.
Apunto estuvo de no levantarse hoy por un gran malestar de cabeza.
Estaba cansado de volver, con dolores en su alma o confusiones  que necesitaban puntos de sutura en su mente, a casa.
Estuvo apunto, en varias ocasiones de comprar el producto de la imposibilidad de cambio o la aceptación de la mala realidad como único camino posible.
No compró esa baratija de segunda mano, pero el negocio le estaba saliendo caro.
Quizás la aceptación de una injusticia inherente, inevitable, necesaria y real, en toda unión humana, le habría hecho convivir más tranquilo con ella.
No sería la primera vez que oía una justificación teórica de estas diferencia y la necesidad de su existencia.
Tampoco oyó sólo alguna vez que la maldad de los individuos que provocamos esto era participe de nuestra naturaleza
Y lo que más le inquietaba es que, fuera de sus pensamientos, nadie le había dicho, ni tomado como evidencia y naturalidad, que esta forma de vida, que estos tantos por ciento insultantes en diferentes campos, era un hecho claro y evidente a cambiar y que simplemente con el acuerdo y participación colectiva sería un movimiento fácil.
Le dolían los pies de escuchar como se justificaba, tras un razonamiento correcto, lo inmoral.
Sus rodillas le temblaban cuando haciendo un uso adecuado de las deducción racional se llegaba una total aceptación de lo era una gran injusticia.
Tenía que ponerse un trapo lleno de hielos en la frente para evitar el dolor de los esguinces mentales que le proporcionaban el leer ciertos asuntos inaceptables y que ocurrían con frecuencia y normalidad.
No hay nada peor y con más difícil solución, que el aceptar como imposible lo real y dar como normal lo totalmente anormal e injustificado.
Aquella tarde, esta persona, volvía con una gran congestión nasal, tras que su compañero de trabajo, en medio de la conversación en la cual estaba realizando una gran crítica estructurada, justificada y demostrada a la clase política, le comentó que a su hermano, aún poco mereciéndolo, le había enchufado a trabajar en el ayuntamiento de aquel pueblo en las rodalías.
Aún sonándose fuerte, la mucosidad enfermiza se extiende y se cuenta con toda normalidad.
Yo tuve la fortuna de no poder tomar ningún tipo de actuación como esa.
Fortuna pues no sé o no quiero pensar, como hubiera actuado
Lo normal, y déjenme que se lo repita, lo absolutamente normal, inapelable y aceptado, sería el, aún quedándose alguien con más mérito fuera, que hubiera entrado, digamos, un familiar.
No me curraré de estas malditas anginas.
Hasta que no pasen alguna de éstas dos cosas, o bien cambie toda la concepción de la manera de actuar de la gente, o bien, me matricule en la indiferencia, en la banalidad de la preocupación y sea capaz de andar, con la cabeza bien alta y con tranquilidad entre los problemas de mis contertulios de la ciudad donde me aloje, el resfriado crónico continuará.
Es la enfermedad de los que tenemos suficiente corazón para preocuparnos de los demás.
Y es grave, muy grave, aquí y ahora.
El pedirme que me abrigue y salga con mantas a proteger a los demás es ya demasiado para mi y esto estará reservado para aquellos que bien merezcan la pena. Los grandes.
Lo que sí está al alcance de nuestras manos es el manifestar la disconformidad y justificación de ciertos hechos.
No hay movimiento alguno en ningún sistema económico, social, administrativo estatal y demás que albergue en sus campo de actuación la resultante de gente con poca capacidad adquisitiva. Les dan misericordia.
Están los que confiando en su perfección abogan con que no los habrá, cuando saben que sí, estarán los que si sabrán de su existencia, pero los justificarán como elemento indispensable en el funcionamiento del asunto.
Total, que el que malvivan algunos y vivamos correctamente otros, está totalmente admitido por estas diferentes estructuras social-económicas.
Pero ¡ahy!, que en el infierno se quemen todas las lejanas teorías en el momento en el cual sintámosnos enfermos todos al ver determinados actos de injusticia.
Esta enfermedad salvaría al mundo.
Pero, no, no se da, es más la actitud de preocupación activa o bien su trasmisión colectiva es vista desde la distancia como una anomalía lejana y accidental.
Ojala ayudara a todos mil veces más de lo que lo hago, pero al menos no me callo al acusar de incompatibilidad total del funcionamiento actual del mundo y una visión correcta de éste.
¡Eres un soñador! - me dijo aquel, y yo le conteste que ojala él también lo fuera y se acostase pensando en un mundo mejor.






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