Entraban los dos con sus pasos al
compás, por la puerta de aquel lúgubre pero acogedor café.
Su conversación, como siempre era
tremendamente apasionada, rozando en ocasiones la hilaridad en los
sentimientos.
Eran la cara y la cruz de las dudas.
El camarero los conocía.
Los apreciaba y cuidaba.
Los consideraba diferentes. Le
agradaban.
Aquella tarde, Juan vestía con una
chaqueta de pana gris y unos pantalones azules de tela fina. Jamás
vestiría, pues no tenía la intención de hacerlo, tal y como se
lleva o era considerado estético, y Andrés, con sus vaqueros
oscuros y algo apretados, más una camisa clara y sacada del
pantalón, sí que sabía muy bien que hacia y como vestía la
muchedumbre. Justo lo contrario que hacía.
- Hazme una afirmación, la que
quieras – le dijo Andrés y te diré qué tipo de juicio me haces
¡leete otra vez a Kant!
- La filosofía es perder el tiempo –
le dijo Juan
- ¿Qué?, ¡leete a Marx en sus
originales y entenderás correctamente, el funcionamiento y evolución
social¡
- Es el intento de introducir la
explicación en la sinrazón.
- No, no, no, ¡huye de tu cuerpo, de
tu inmediatez!, ¡teoriza con Platón sobre nuestra alma formadora!,
¿No somos algo más que esta masa corpora?
- Ya sabes que me produce repugnancia
teorizar y más sobre entidades abstractas.
- ¡Ten valor, sobrevalorate, huye!,
observa el mundo desde lo alto de la montaña.
- Nietzsche tuvo, seguramente
problemas de aceptación personal, amigo.
Los ojos de Andrés se abrieron
desmesuradamente.
No era un ataque teórico, era un
desprecio a los filósofos esta última afirmación.
- Quizás, Juan, Freud te valga de
algo, aún a sabiendas de tu postura.
- Mi gran amigo, Freud, no hacia
Filosofía, sino ciencia. Y sí, sí que me vale.
Cruzaron sus miradas y después
realizaron una gran divergencia, los dos hacia la pared que tenían
en frente.
Juan había estudiado Filosofía y
tenía varios cursos de doctorado.
Andrés era un gran lector, por ello
tenía una grandísima cultura y el estudio de los diferentes
filósofos le habían introducido en situaciones de éxtasis
intelectuales en la supuesta comprensión última.
- Pero, Juan, qué te ha hecho a ti la
filosofía?
- Andrés me he cansado de buscar en
ella una verdad que englobe y acoja toda la realidad. Aburrido estoy
de estos grandes razonamientos que no me alcanzan mas que a
solucionar dudas por los mismos autores puestas.
- ¿Mienten?
- No, en absoluto, pero para vivir,
sus reflexiones no valen de nada. He tratado de encontrar en ella un
equilibrio que no me dio y un medio de vida que evidentemente y que
tú lo sabes, tampoco.
Quizás el tono estaba subiendo más
de lo habitual.
Juan enamorado había estado hasta la
médula de todo pensador.
Como bañándose en la piscina en un
largo y cálido día de verano, había realizado todos sus estudios.
Buscando la verdad era feliz. Estaba y cuando se equivocaba, seguía
por otro costado. Así, desde el atril, disfrutaba teorizando de la
mano de todos. Aristóteles el que más. Pero la vida le dio
esquinazo y con todo acabó, muy dignamente, recogiendo l,os tickques
de entrada en los cajeros del garaje del edificio donde conoció a
Andrés.
Andrés, decidió no cursar ningún
tipo de estudios cuando el director de la inmobiliaria vio su gran
habilidad para rotular con mucha creatividad la inmensa cantidad de
libros que encuadernaban en el quito piso de la editorial. La
filosofía la descubrió ojeando algunos de los libros que diseñaba.
Tras horas de pensamientos y convencido de la Fenomenología
Hegeliana, decidió ilustrarse más. Y bien que lo hizo. La vida le
había tratado bien y creía en su sentido buscándolo en los gruesos
libros de filosofía.
Su amistad surgió cuando en el
ascensor del edificio le oyó Juan, comentar a Andrés, alguna
burrada sobre la fenomenología del espíritu de Hegel y le corrigió.
Con discreción, tranquilidad y amor, pues entonces aún le quedaba
algo de ello hacia la filosofía.
El barman vio esta situación y acudió
apresuradamente a ofrecerles su trabajo.
- A ver compañeros, hemos acabado
todos, hablo de vosotros la jornada laboral, entonces ¿de qué
queréis la copa?
Los dos sonrieron, siempre lo hacían
al final.
Se apreciaban y respetaban.
Disfrutaban siempre de sus
discusiones, aun siendo desde el máximo antagonismo como era
entonces.
Whiskys, Juan, y vino, Andrés, se
pidieron.
- ¿Que te pasa hoy?, amigo. Ya sé de
tu desilusión, pero hoy es máxima – dijo Andrés
- Mira – le expuso Juan, andando por
la calle, dispuesto a venir al trabajo, cruzándome con gente por la
calle, vi, con más claridad, que el intento de buscar una
justificación a la vida era complicado pero todavía más conseguir,
en el caso de encontrarlo, que fuese una acción oportuna para
cambiar el mundo. La gente, menos tú y diez más, no tiene el más
mínimo interés por saber nada más que por qué no le dan aquello
que se merece o por qué el motor de la nevera produce sonido. Andrés
tu eres un caso aislado y estable, y que perduras porque lo puedes
observar desde la lejanía de tu trabajo. Buen anacoreta, mascando
tabaco en lo alto de la colina filosofas mientras trabajas en otros
asuntos. Yo tenía todo mi corazón puesto en ella y ahora no me vale
más que para sujetar y mantener equilibrada la mesa de la cocina con
los libros que la reflejan. Mi interés volverá cuando se borre la
cara de sorpresa e indiferencia de todos los que me oyen teorizar,
cuando lo hacia, sobre, y sólo digamos y por ejemplo Ontología.
- Bueno, esto es una acción correcta
– realizando un gran gesto con las manos le dijo Andrés. ¿Eres un
recién llegado misántropo?, ¿Has decidido que la única buena
filosofía era la que tu hacías?, ¿por qué dices que huir del
intento es la acción más correcta?, ¡no te tires tan rápido del
tren!, ¡no te bajes del autobús!, ¡no saltes por la barandilla del
barco! ¡Quédate haciendo filosofía, no necesitas a nadie para
construirla!.
Los dos se miraron atentamente
- El sentido lo adquiere sólo con que
discutamos tú y yo sobre su validez, amigo.
Salieron despacito del bar.
Salieron hablando del comienzo del
campeonato del mundo de la formula uno en Australia y su confianza en
que Alonso les haga disfrutar otro año más.
Sabían, ambos dos, aparcar problemas
y discusiones en el bar o en la puerta del trabajo.
Llegados al final de la calle, se
despidieron y cogieron caminos diferentes.
Juan se giró en el último momento y
le dijo, The philosophie is dead, my brother
Y Andrés, sonriendo le apostillo,
¿Urbi et Orbis?, amigo Ego et absolvo
Sonrisas sinceras y grandes se vieron
en la boca de los dos mientras se iban a sus respectivas casas.
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