Su jefe directo, su jefe superior, sus
compañeros, su mujer y el recepcionista, salieron aquel día de
caza.
De todos era sabido la enorme afición
del “manda más” por cazar.
También era una noticia extendida que
subían en su empresa, la del director general, aquellos que cazaban
y mataban animales con facilidad y arte de actuación.
Éste, Andrés, era un muy buen
profesional en su trabajo y tenía un pulso envidiable para sujetar
firmemente el rifle.
Ésta era su oportunidad para que se
fijaran y en el próximo movimiento del personal, los altos
dirigentes se acordaran de él.
Así pues, dispuesto y concentrado de
encontraba.
El bosque, de ramaje bajo y tierra a
vista, estaba húmedo, con lo que los colores ganaban en profundidad
y variedad. Estaba bonito, dulce y limpio.
Siempre había sentido placer en andar
y perderse por el monte, pero nunca se le hubiera ocurrido ir a
cazar. Entonces no, pero ahora las cosas habían cambiado.
Jugaba a las cartas con su futuro y si
le salieran buenas iba a jugar a tope.
La emoción de la caza aumentaba y las
risas y chistes, antes de entrar en los ámbitos de actuación eran
tremendas.
El rifle que montaba Andrés, como
todos, era de la más alta tecnología y por la mira de distancia y
precisión, podía crucificar entre una fija cruz allí el lugar
donde apuntara. La bala iría a ese preciso punto.
No hizo ningún disparo pero comprobó
que su pulso ni temblaba ni un milímetro y podía durante mucho
tiempo mantener fijo el mirador y la cruz de la muerte allá donde
apuntase.
Salió el grupo hablando hasta que el
silencio se apodero de todo, incluidos ellos pues entraban en la
falsa trampa de la gloria de la caza.
La apertura en forma de ola progresiva
que iba barriendo toda la montaña en la cual se encontraban los
Jabalíes, salvajes y libres se comenzaba a extender.
A medida que alcanzaban la cumbre, la
vegetación fue cogiendo altura.
El matorral fue cambiando por pequeños
arboles oriundos del lugar.
La distancia entre los cazadores se
incrementó, aunque seguían viéndose en la pequeña distancia.
Los gruñidos de los animales
comenzaron a oírse.
Tenía una buena vista y podía
distinguir los movimientos de emoción y emergencia que hacían sus
compañeros.
“Piensa, Andrés, dispara si
aparece, acuérdate de lo que te juegas” - se decía mientras
firmemente sujetaba el rifle.
No le temblaba la mano nunca en ningún
lugar, pero en demasiadas ocasiones se negaba ésta a levantarse.
Empezó a sentir un ruido más
cercano.
Los avatares de la vida le había
llevado al costado del director general en la barrida general.
La cara de atención se dibujó en los
dos.
Los ruidos de pequeños bufidos
aumentaban.
Allá a lo lejos, pero cerca para lo
que había, comenzamos él y yo a ver el pelaje negruzco del animal.
Pelo grueso, grandes morros y unos buenos, largos y afilados
colmillos.
Sin perros al acecho, el jabalí no
corría a esconderse y permanecía atento.
Aquel era un gran macho.
Y comenzó a andar hacia nosotros.
Mi jefe, desajustadamente clavo una
rodilla en el suelo y con muy mala armonía se colocó el rifle
apoyado en el hombro.
Sonó el primer disparo, falló.
De pie y con firmeza, aposté el rifle
con mis propias manos y en breves segundos, tenía apuntado justo la
mitad de la frente.
Aquel animal tenía mucha vitalidad,
fuerza e inocencia pues no sabía a que se acercaba.
Oí otro disparo y otro. Ya eran tres
pero el jabalí seguía viniendo.
Sólo con rozar mi gatillo caería
muerto.
Los animales del monte fueron pasando
uno a uno por mi mente mientras apuntaba a éste.
Mis principios sobre la inutilidad e
invalidez en todos los sentidos de la caza también.
Pero, en la otra parte de mi cerebro o
en la parte distante de mi mente, mi mujer y su ilusión del ascenso
estaban en el otro.
Oí otro disparo.
Tenia el entreojo apuntado sólo tenía
que disparar. Apreté el gatillo, pero sólo hasta que decidí no
hacerlo por mis principios y valores.
Mi jefe hizo el quito disparo y el
animal calló sólo herido en una pata. Mi jefe no daba para más.
Pero como si un héroe fuera salió
corriendo para suministrarle el tiro de gracia a apenas medio metro
de distancia.
Tuve que aguantar muchas risas durante
toda aquella tarde, que si miedo que me entró, que si vista nublada,
que si temblores de manos y otras cosas similares en las que todos se
rieron y yo también, claro con ellos.
Yo me debatía entre la tranquilidad
de mi espíritu por no haber cometido un acto innecesario de una
muerte por divertimento y con mi inquietud mental por no haber
actuado de una manera correcta por cambiar la vida del jabalí por un
ascenso en el trabajo.
Pero, que le vamos a hacer, me decía,
ojalá todo lo que me echara en contra fuera como esto. A ver,
pensaba, como hago que mi mujer me entienda de nuevo.
Pero la cosa no se quedó ahí.
Después de cenar y antes de volver a
la ciudad, en la puerta del pequeño bar y del pueblo perdido, me
encontraba fumándome un cigarito, mi cigarito diario, cuando salió
el jefe.
Mirándome con curiosidad me preguntó.
- Andrés ¿por qué no disparaste?
- Bueno, no lo tenía apuntado, no lo
vi casi, estaba complicado.
- Andrés, estaba a tu lado, estabas
de pie, firme, con el rifle totalmente horizontal entre tu hombro,
tus ojos, tu mano y el jabalí. A mi me temblaban las piernas, tú
estabas fijo como un pino, ¿por qué?
- Bueno, señor, quizás sea que nunca
jamás había cazado y creo que nunca jamás lo haga de nuevo. No
tengo valor para disparar.
Llegue a casa tranquilo, le conté a
la mujer que tanto quiero y que es mi esposa lo pasado. Ella sonrió,
y entere las risas me dijo que sí, que con esta persona se había
casado. Entre besitos y con mi corazón, entonces, tranquilo me fui a
la cama.
Pasaron aproximadamente tres meses y
me llegó una notificación del máximo representante diciéndome mi
ascenso a organizador general de una nueva sucursal. Aturdido, alegre
y emocionado recibí la noticia y en ese mismo momento y con una gran
sonrisa en la boca entró en gran jefe que estuvo a mi lado en la
caza.
- Señor, señor, adelante dígame, le
dije yo casi temblando.
- Usted actuó con nobleza y valor.
Supo poner sus valores sobre las circunstancias. La hipocresía pudre
todo el mundo de los negocios. Gracias por no disparar y, aunque yo
seguiré yendo, a Usted no le llamaré y espero verle por mucho
tiempo en mi empresa.
Emocionado y aturdido volvía a mi
casa.
El que me digo que la vida no es una
tómbola, es que está viviendo otro tipo de realidad, que no es la
mía.
Muy tiernamentre abrazadito dormí esa
noche.
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