miércoles, 11 de marzo de 2015

LA ÚLTIMA PARTIDA (VII)

Ana y Andrés, sabían perfectamente como hacer señales de las cartas, muchos tipos y personificados. Era imposible descifrarlo, el código. Pero esto lo sabía hacer todo el mundo. Estas trampas tenían plena validez en otros juegos, pero ninguno en el pocker, pues es un juego, en el que, por normalidad, el individualismo es lo evidente y obvio.
Pero tal y como Pedro les propuso y las formas y mecanismos que tenían preparados, será estos datos los que les lleven a escapar del calor de Imán con mucho y puede que muchísimo dinero.
Sí - llevaba pensando Andrés desde que se enteró que era una estratégica tremenda.
Tenían un presupuesto que en el caso de agotarse, de que se lo tumben, esperando se quedarían en la mesa mientras estos cogían el avión de regreso. Así que, cuidadito, les había indicado Pedro.
Aquella mañana llegaron al hotel de la partida pronto. Alto, grande, con forma de vela, cristal y acero.
De los más caros y lujosos del mundo.
Estaba edificado en una pequeña península, no más grande que la base del hotel, adentrándose, aventurero, en el mar. Desde la cercanía, en la ciudad, era vigilado por el edificio más alto del mundo.
Llegaron de diferente manera, en diferentes horarios y con diferentes clase de ropa. Los árabes similares, pero sólo similares. Su vestimenta daba para mucho. No sabían la relación entre los otros contrincantes, pero ellos, mira bien, se les veía provenientes de lugares lejanos y diferentes.
La primera partida, se dispuso a jugar en una gran superficie toda acristalada y colocada en el penúltimo piso del edificio. Poco después me enteré que el señor Mujad tenía acciones, muchas, del hotel.
En el costado mas cercano a la mesa, el mar, en un pequeño dibujo convexo, se perdía en el horizonte y en el otro se levantaban enormes rascacielos, como un Oasis en medio del desierto Arábigo.
Poco a poco, fueron entrando en la sala los oponentes. Todos con preciosas maletas de piel, oscuras, marones, brillantes, aterciopeladad y piel bruta pero muy, muy cuidada.
En los sillones de entrada, se saludaron y empezaron a engañar.
Eran, oficialmente, tres hombres de oriente próximo y Árabes, dos sudamericanos, hombre y mujer y un Europeo, Pedro. Supuestamente, tres petroleras y tres multinacionales informáticas.
Los Árabes, profesionales y educados, trataban exquisitamente a Ana, convencidos que lo único que iban a sentir por ella era penita. La mesa de pocker era para hombres.
Tras quitarse los Árabes su capucha blanca de tela, todos se sentaron y la primera de las diez partidas, comenzó.
Pedro les había comunicado que no comenzarían su estrategia hasta la tercera partida y que esta primera, actuando con mucha precaución, debian jugar  solos midiendo los gastos.
Jugando una partida tranquila, sin casi engaños, mentiras, faroles y perdidas de emociones y nervios, la capacidad de calculo y memoria de. Ana, le valió para salir como, poco pero la que más, ganadora de aquella partida. Dio una pequeña, sí, pequeña, pero igual lección Lo que si que fue mucho, era la manera de mirarla por los Árabes, unos con sorpresa y descolocación y el más joven, ya sabido y con interés.
Acabada la partida, a relajarse un tanto, se apartaron los seis al bar central de la sala a beber algo.
El Señor Albahad, propietario de enormes reservas de petroleo en Arabia, fue el primer hombre que se acercó a ella.
- Juega Usted fenomenal, Señorita.
Ya se había puesto la capucha blanca y llevaba un pequeño pañuelo rojo en el cuello. Tenía los ojos negros como los de Ana y una pequeña perilla. Era guapo, seguro, equilibrado y rico, es ciertamente atractivo y atrayente, se dijo Ana. Él añadió
- Espero que podamos compartir un café en el bar del hotel - Señorita Ana, uno de estos días
- Sí, claro que sí, como dos participantes de la partida hablaremos todo lo que tengamos que hablar sobre ella. Asi lo dejó y sonriendo los dos, y siguiendose con la  mirada, cada uno siguió con su protocolo.
No quería saber nada de hombres, ni siquiera de Andrés, había venido única y exclusivamente a jugar.
Se fueron a sus hoteles, separados y lejanos. Buenos, en España, pero como el hijo pequeño de una familia pobre aquí.
Aquella noche se acostó sola y a gusto, mientras Andrés comenzó sus sueños en el momento que dejo de ver la atractiva figura de Ana, irse del lugar.

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