- Y ¿podre ganarme la vida escribiendo?- le dijo con cara inocente
- No sé, pero bueno para ti sí que es.
- Qué, ¿el escribir?
- Sí.
- ¿por el razonamiento ordenado, pausado y mediado?
- Sí
- ¿qué sin escribirlo no puedo tenerlo?
- Bien, la verdad es que también puedes razonar así sin ningún lápiz entre tus manos.
- Vale, Pedro, y yo te diré que se escribe para ganarte el mantenimiento, vendiendo libros, artículos, narraciones y otros.
- ¿qué me dices, Andrés?, no seas vulgar
- !ah!, mi refinado amigo, te voy a dar la prueba definitiva.
- Cual, venga.
- Vale
- Vamos
- ¿cuanto escribirias si vivieras solo en
una isla desierta?
- Nada, claro, le contestó mientras se levantaba meditabundo de la banqueta en la barra del bar. Tras caminar unos metros, volvió hacia Andrés diciéndole
- Y ¿sentir el interés en los demás por tus escritos y establecer conversaciones a raíz y a través de ellos?
- Sí, sí, esto es bueno, constructivo, formador, un hecho satisfactorio, ilustrativo, interesante. Pero aquel que introduce esfuerzo, tiempo y dedicación le satisface su lectura por los demás, pero busca algo más.
- Y esto, Andrés, ¿a qué viene?
- Voy a tener que dejar de hacerlo.
- ¿el qué?
- Escribir
Las risas de Pedro fueron bastante sinceras.
- !Pero si tu naciste con un lápiz en las manos!
Tenía razón Pedro, y Andrés lo sabia. !Cuán dificil sería sino imposible que dejara de hacerlo¡, sin embargo, también intuía que es difícil ser toda tu vida un escritor en potencia.
- Además, sabes que los disfrutamos mucho tus escritos.
- ¿tú y unos más?
- !dejemos el asunto!, tú eres un magnífico escritos! - le dijo mientras el camarero les sacaba las cervezas y las patatas bravas.
- Pedro, te aclaro, el buen escritor, man que te pese es el que venda escritos.
- tú sabes que no, Andrés.
- Yo no sé nada, tan sólo soy objetivo.
Dejaron la conversación y se bebieron algunas cervezas más mientras se acababan las bravas. Eran buenos amigos, que se reían, se apreciaban y se respetaban.
Andrés llegó a casa algo tarde.
Hoy no había hecho él la cena entonces y su mujer se la había dejado en la mesa. Carmen estaba ya acostada y le dijo desde la cama
- Andrés, Amor, cuando acabes de cenar y escribir, ves a tapar mejor a los niños.
- Cariño, de cenar sí, de escribir.....
No continuó la frase, pues estaba algo cansado y decaído. Cenó y se fue a su cuarto
- Carmen, ¿tú qué harías con mis escritos?
Carmen tenía el cabello largo, negro y ondulado, y más el oscuro profundo de sus ojos le daban un gran misterio y sintiéndolo, le puso el dedo en sus labios, lo acercó hacia ella y Andrés sin poder ni querer resistirse, abrazados acabaron los dos.
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