Apenas les quedaban cuatro horas ara el concierto, cuando el tren de alta velocidad llegó a la capital.
Salieron tarde de Valencia por unos desajustes en la gestión y logística.
Por primera vez, desde el comienzo, Pedro fue víctima de las miradas de corrección y enfado.
Rápidamente se desplazarón al auditorio, se comieron un tente en pie, colectivamente en el fabuloso bar del teatro Austria, picaditas de manjares y exquisitos Franceses, antes de empezar el trabajo.
- Será fabuloso - tal y como les habían dicho, por la decoración, pues la comida no lo hace como tal - les dio Marisa- !cuan bien se cocina y se come en España y qué poca importancia que le damos!
Nervioso, alterado, descolocado y como hijo prodigo de la soledad de los genios, Andrés, andaba preocupado por el concierto de la tarde como jamás lo había estado. Buscando respuestas a pequeñas cuestiones que no escuchaba.
- Sólo le falta la peluca y estaria viendo a Mozart deambulando entre la diferencia e inocencia de sus andares con la nobleza de su tiempo- le dijo don Cipriano a Marisa.
Marisa escuchó el tono comprensivo de don Cipriano, pensando en la compartida complicidad de todos los enfermos del amor por la música clásica.
Montaron el piano traido de Valencia para Andrés y hasta que él no estuvo cabalgándolo, las facciones normalizadas no volvieron a su tez.
Apareció Carmen, vestida toda de negro ante la sorpresa de los demás.
- Pero, Carmen -le dijo Pedro, ¿Por qué?
- Porque en esta actuación estoy mostrando mi luto por la muerte de mi violin, no nació para caminar en segundo plano.
Habían discutido la interpretación de otros temas en los cuales hubiera una actuación conjunta, equilibrada, entre su violin y el resto del mundo. Los contratistas y pagadores le dijeron lo que querían en su contrato. Exhibir a la joyita encontrada en Valencia. Carmen lo sabía y aceptó. Su profesionalidad era máxima y brillaría en su función. Pero iría de negro, irrevocablemente.
Tras breves instantes mirándola, Pedro asintió y suguió organizando - vaya del color que vaya, tiene bastante más estilo y arte que su violin - se dijo y se curó consolándose en sus palabras.
El Sombrero de los tres picos, Obra de Manuel de Falla, ibase a ser interpretado por nuestro, antes discreto y tranquilo genio, al ya ahora, descubierto, nervioso e inquieto pianista con futuro.
Andrés, por primera vez tuvo que subir al escenario con pajarita negra.
En uno de los palcos, estaban sentados los dos organizadores a nivel oficial del evento, sonriendo, desde la distancia siempre patente de don Ciriano y la tranquila solvencia de Marisa, a todos los que compartían el balcón. La distancia seguía siendo máxima, pero la complicidad iba en aumento.
- Bueno, bueno, me han afirmado, que iba a ser extraordinario. He escuchado alguna grabación magnífica de este jovencito con tanto futuro. - le dijo la concejala de cutura que no sabía más de la música, que el número de asistentes que iba a escucharla. Estuvo primero en servicios sociales, pero por cambios gubernamentales, fue pasada a Ciencias y Cultura, cuando no sabia nada de ninguno ni de lo otro. Don Cipriano, desde su rocin y castilla, contemplaba con desprecio estas situaciones.
El concierto comenzó
- Dios ha tocado a Andrés con la punta de su dedo meñique, !maravilloso! - se dijo Marisa, que era la única creyente.
Don Cipriano no dejaba de escuchar con lengua crítica en busca de a pefección a su discípulo Andrés, pero se sentía ampiamente contento y feliz, por el espectaculo que daba, en su papel Carmen - tengo que habar con ella, !pardiez!, se dijo.
El concierto, primero fue un exito.
Lberado en sus primeros institos, Andrés, y sumisos ellos con y por su persona, Carmen, fue un espectaculo para todo aquel musicólogo cualquiera. Marisa dejó escapar alguna lágrima, por la emoción que siempre la proporcionaba la buena música y por las aguas, qué allí y entonces, rodeaban a ésta.
A la hora del concierto, con todo recogido y los instrumentos guardados, cevezas bien fresquitas estaban siendo disfrutadas por los cinco.
- Dos días más y otro concierto - dijo Marisa.
- Carmen, magnífica, la humildad en el acompañamiento es un signo de sabiduria, has estado insuperable - le dio, sin más introducciones don Cipriano.
- Y acordaros de vuestra profesionalidad. Los músicos tenéis que comer y el Ada que tengais no compra longanizas. Esta rica y poderosa institución nos paga - dijo Pedro.
A Marisa y Carmen les gustó el tono, Andrés preferia morir de hambre pero acompañado de su Ada y don Cipriano le miró con cara altiva. Nunca, para su desgracia bien sabida por él, había aceptado consejos.
Se relajaron y la conversación fácil y las risas volvieron y reinaron hasta que una voz llegó, dulce y bajita, hasta mesa.
Era una mujer con el pelo cortito estilo caballero y tintado de un armonioso gris claro, de altura media, quizas algo bajita y con un cuerpo activo y trabajado
- Carmen, Carmen !tenía ganas de verte y oirte tocar!
- Paula, cariño, ves, !he vuelto!, no se si me quedo o me iré, pero hoy estoy aquí. Las dos sonrieron ampliamente.
Se levantó y se dieron un abrazo muy faternal, tierno y duradero. Se besaron en la mejilla pero con las comisuras de sus labios en contacto.
- Amigos, compañeros, les dejo ya esta noche, me voy a que me pongan al día de todos aquellos asuntos que quiero saber - y tras una mirada de complicidad se rieron.
Todos la saludaron en la medida y a la vez que se despidieron.
La cara de comprensió surguió en Marisa, Andrés seguía sin captar ningún elemento concerniente a esos asuntos, don Cipriano, quiso no creer lo que intuía y Pedro se sintió mal y más cuando las vió cogerse de la manos allá en la última esquina de salida del precioso - dicho por otros - bar.
Tal y como vinieron se fueron a sus respectivas habitaciones. Don Cipriano acompañó a Marisa, sólo hasta el comienzo del pasillo hacia su habitación.
- Aquí llega la bifurcación de nuestros caminos hasta mañana - le dijo don Cipriano.
- Pero mañana se retomarán - contestó sabiendo los dos de que se hablaban.
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