miércoles, 26 de agosto de 2015

LA TOURNE (Cap. 19)


Pasaron por delante del museo del Prado camino de la parte alta y antigua de la ciudad de Madrid.
Caminaban lentos, armoniosos, con orden.
Parecíanse la personificación de la melancolía.
La vida, muchos años después, les dio lo que ya no esperaban ninguno de los dos.
- Marisa, yo sigo sin beber habitualmente y otra cerveza ya veremos lo que me produce.
- Y yo tampoco Cipriano, pero en tus sesenta y pocos y mis cincuenta muy bien llevados todavía podemos tener alguna pequeña fiestecita -los dos se rieron y se pusieron a buscar algun barecito tranquilo y, como única condición que Cipriano puso, era que fuese con la música  bajita. Ya por fin, la conversación sobre lo que pudo haber sido y no fue, se dejó en casa debajo de la última almuada. Marisa les contó toda la basura que tenía que soportar de los que no sabían de nada, pero de nada, y tenían, por listillos, algún cargo de dirección pública.
- ¿Por listilos?
- Si, pero por saber a quien caramelearse y porque estos que están adulados constanemente,  prefieren perritos así a su alrededor que algun sabio con capacidad de crítica.
- ¿Y tú?
- Pues por mis amistades, me respetaron y me dieron lo mejor de lo mejor para mi y lo que no tenía repercusion ni importancia para ellos, como era la concejalía de cultura en el ayuntamiento de Sagunto. Podía vivir con y para la música. Nada mejor - le decía.
Entre estas comodas y fluidas conversaciones en el fondo del bar bajo la proteccion de la pemunbra del tejadito que se extendía a lo largo de la barra, vieron entrar a Carmen.
la primera reacción de don Cipriano, fue ponerse en pie e ir a saludarla, pero Marisa, le cogió, suavemente de la mano y le estiró, con amabilidad hacia la silla, cuando la vio entrar con su amiga detras de ella. La situación habíase convertido en rocanbolesca. Al fondo, bajo la oscuridad y justo enfrente, podían ver con toda claridad a las dos  amigas, que se convirtieron en algo más, bajo la cara de asombro de Cipriano, cuando comenzaron, discreamente, a besarse.
- Pero, esto...-Don Cipriano dudaba
- Dos mujeres que se quieren, amigo, un amor que vale lo mismo que aquel que tú y yo nos tuvimos entonces - le dijo mientras elevaba la mirada hacia sus ojos. Don Cipriano giró la cara y por  momento todo el tiempo cayó muerto en la tumba del olvido. La juventud volvió, durante leves instantes en sus miradas, pero don Cipriano volvió a mirarlas.
- ¿Tu ya lo sabías, Marisa?
- No, hasta que las vi como se miraban e irse de la mano del restaurante donde estabamos.
Pusieron un tema de Pop moderno, leve, ligero, alegre y en un volumen bajito, ante el cual, Carmen y su compañera, se cogieron del brazo y se dirigieron hacia la pequeña pista de baile, que estaba de camino, allá, donde estaban ellos dos. Don Cipriano las vio llegar hacia ellos y se puso algo nervioso. Era un hombre tremendamente seguro, en todo aquello que estuviera dentro de la normalidad habitual y se produjera con cierta monotonía repetitiva. Las dos mujeres, al verlo y de la mano, se pusieron delante de ellos a saludarlos. Respecto al  nivel del aguante al alcohol, todos habían bebido las cervezas suficientes como para mostrarse tremendamente extrovertidos, así que presentó a su pareja y cuando la cara de don Ciprino llegó hasta el tono de alegria , Carmen  les dijo
- Pareja - cambiaron, Marisa y don Cipriano la cara de complicidad de dos niños inocentes de apenas cinco años y se sonrieron- vayamos a bailar !Venga!
- !Si!, !Vamos Cipriano! y le cogio de la mano y se lo llevó hasta la pista.
Así salieron los cuatro hacia la pista entre risas y sonrisas.
Carmen y su novia bailaban muy bien, haciéndolo bonito por los movimientos de sus cuerpos y seductor intercambio besos entre algunos movimientos - vale,  pocas cosas tan dulces hay como dos mujeres queriéndose -se dijo don Cipriano.
Don Cipriano bailaba realmente mal y era Marisa, quien cogiéndole de las dos manos, lo arrastraba al ritmo de la música. Hacía muchos años, el no sabía decir cuantos, que ninguna mujer le cogía de las manos, y menos de las dos. La alegría, sin compromisos ni responsabilidades, le estaba llegando. Riéndose estuvieron unos bailes más hasta que fueron, esta vez juntos hacia la barra del bar. Estuvieron hablando de muchas cosas interesantes, y divertida, pero totalmente alejadas de sus propias vidas. A la salida del bar y tras unas agradables sonrisas, Marisa y don Cipriano, se quedaro viendo, con quietud y complicidad, como las dos mujeres, de la mano,  partían del bar de la deshinicion colectiva.
- ¿Nos volvemos?- le dijo Marisa.
- Si -contestó don Cipriano.
El camino de vueta hacia el hotel fue más largo en el tiempo debido a la longitud de su zancada, corta y pausada, además de dar una vuelta completa, para ver las fachadas - se dijeron-, al museo del Prado. Estaban agusto y bien los dos. Por unos momentos, la niebla establa subiendo por las laderas de las montañas y el bonito pueblo de casas blancas comenzaba a surguir entre ella. Ambos dos necesitaban volver tan cerca de tocarse su corazon para estar seguros de que lo tenían.
Llegaron a la puerta del hotel, subieron en el ascensor hasta el punto en el cual, para ir cada uno a su habitación ya no podian ir juntos.
- Marisa, gracias por la noche, has conseguido que hiciese lo que jamás creía que iba a volver a hacer, beberme una cervezas en un bar con música y bailar con una bella mujer - a la par que le cogia de ambas manos y se las besaba.
- Cipriano, estás y tienes lo que quieres, que no se te olvide  - le dijo sonriendole.
Tras otras sonrisas y algunos amagos, se fueron cada uno hacia su cuarto.
Sabían ambos que era mejor dejarlo ahí, con la alegría de una pena superada con la medicina de la falta de culpables.
Don Cipriano sin perder la sonrisa por un momento, y sintiéndose feliz,  se cambió, se lavó y se fue a la cama.
Marisa, ampliamente sonriente, tuvo el amago de alguna lágrima, cuando cerrando la puerta de su habitacion se apoyó en ella.

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