Andrés era un joven bien
desarrollado, más bajo que la media y con la espalda un tanto
arqueada.
Tenía que aproximar más de lo
normal la banqueta al, siempre ilustre, piano, para poder presionar
correctamente los pedales. No tenía una complexión atlética, más
bien era pequeño.
Acababa de ver pasar a don
Cipriano y Marisa, entrando y cogiendo el ascensor juntos, desde la
puerta sala de audición del entrante del hotel, al momento que la
abría.
Los miro con cara de extrañeza,
pero tenía asuntos más importantes en su privilegiada cabeza.
Ahora tenia los codos colocados
encima de las teclas y observaba mirando, con sus manos puestas
delante de su nariz en posición de orar, en dirección a la
supuesta partitura.
Pero no lo era. Era un contrato
de Austria Company, de dos años de duración, por una gira por toda
Europa.
Andrés era tímido e
introvertido.
Llevaba una vida hecha a su
medida como por el mejor sastre de valencia.
Tranquila, tal y como es él y
con música, mucha música. Su maestro don Cipriano, que tras el
fallecimiento de su padre, cuando Andrés apenas tenia edad para
conocerlo, supuso el ejemplo educativo que los niños buscan en sus
padres y su Madre, ¡qué cuanto la quería!, estaban y habían
estado realmente cerca.
Si se iba, estaría mucho tiempo
sin ver a ninguno de los dos y además no podría finalizar sus
estudioso, le quedaban dos años para obtener la máxima titulación
académica en el mundo de la música.
El asunto fue tan rápido, pues
la gira ya estaba organizada desde hacia unos meses, y tras asistir a
estos conciertos dados por Carmen y por Andrés, el director y
organizador del evento quiso, pues había sitio y función que éste
último, se fuera con ellos. Le veía mucha calidad y futuro.
Pero !eran dos años¡, sí,
pero¡también era una buena oportunidad!
Continuaba con la mirada
estática, clavada a mitad de las hojas del contrato posicionadas
como si fuese una partitura pero con los ojos totalmente
desenfocados, pensando en lo indeciso que estaba.
Justo en aquel momento sintió
una mano encima del hombro.
- Vamos, mi genio, sal del estado
de trance en el que te he pillado y guarda las hojas del contrato o
dejalas en un sitio más discreto, jovencito.
Era Pedro, que continuaba andando
por la vida como si todos los problemas que en el mundo hay, no
fueran con él.
Con una gran sonrisa, se sentó
a su vera en la butaca del piano.
- Qué, ¿calculas o decides?-le
pregunto.
- Decido – le contesto.
La noche de Madrid era fría
aquella noche. Pedro llevaba un, algo ceñido, suéter ligero, de
lana fina y mientras se alejaba algo de Andrés y se quitaba el
suéter, apareció una camiseta azul clarito, que llevaba de manera
simplista y angular el dibujo de un escenario, en la que ponía, “El
teatro de los perdidos”. Andrés, señalándolo, le dijo
- ¿Vienes ahí?
- Sí, no soy de esta bella
ciudad, pero mi trabajo me lleva a toda España y me relaciona con
mucha gente de diferentes ámbitos del espectáculos. Esta camiseta
es publicidad de un teatro donde tengo unos amigos que he ido a ver.
Lo suyo es algo estrambótico, radical, diferente. Está muy bien,
pero bien saben que no se comerán una rosca, pero de momento lo
mantienen con su ganancias propias del espectáculo y se lo pasan
francamente bien. Es magnifico y divertido.
- Y tu genio – así lo venía
llamando casi desde el principio- ¿qué dudas tienes?
- No sé si estoy preparado para
la gira, de la nada, de la máxima tranquilidad, a irme a las
prisas y la tensión de una larga gira. Estoy pensando en si
quedarme en Valencia, al lado de mi madre y seguir acabando mis
estudios, los dos años que me quedan. No sé si perderé una buena
oportunidad.
Pedro sonrió, se levanto y le
fijo esa mirada que tenía siempre en la cartuchera y que decía, que
nadie se preocupe que yo tengo la solución.
- Mira, Andrés, tus virtudes no
son un hecho puntual, es decir, tu genialidad será la misma y valdrá
igual ahora que dentro de dos años y el mundo de la música clásica
es en el que menos circunstancias puntuales, es decir, estar en aquel
lugar y ese momento, actúan. Si eres bueno, llegas.
- ¿Y tu madre y don Cipriano? -
Le preguntó Pedro.
- Sí, ahí está la otra
cuestión, mi madre esta algo mayor y sola, pero sobre todo es que
vivimos muy bien juntos. Con don Cipriano, aun me queda bastante que
aprender.
- Pues Andrés – le dijo Pedro,
poniéndose de pie y “calzándose” el suéter – como decía en
ocasiones en tono jocoso- yo si fuera tú, es decir, me repito, yo si
fuera tú, haría las maletas, pero para volver de Madrid a Valencia.
Seguir metiendo los pies bajo las camillas de la mesa del comedor
en las noches de invierno mientras ceno con mi madre, irme a nadar en
el mar de valencia y pegarme, tal y como me has contado largos paseos
con don Cipriano, camino de vuelta a casa tras las clases de música.
Mira, yo vivo en la carretera y
te garantizo que lo que me apetece en muchas ocasiones sería tener
unos años de juventud, tranquilos y fructíferos como los tuyos
pueden ser.
No tengas prisa por vivir, tú
vales, independiente de los antes o los después.
Sonrió otra vez, mientras se
giraba y comenzaba andar hacia las puertas de la sala, extendió sus
manos para abrirla, parándose antes un momento y diciéndole.
- Maestro, he disfrutado mucho
con tus interpretaciones – se sonrieron los dos y se fue.
Andrés se volvió a quedar
solamente acompañado por sus pensamientos.
Pedro le había dado existencia a
una posibilidad que el no se atrevía a tomar.
Estuvo algunos minutos más
mirando el contrato, hasta que lo cambio por una partituras de unas
Cantatas de Bach.
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