lunes, 31 de agosto de 2015

LA TOURNE (Cap. 20)




Andrés era un joven bien desarrollado, más bajo que la media y con la espalda un tanto arqueada.
Tenía que aproximar más de lo normal la banqueta al, siempre ilustre, piano, para poder presionar correctamente los pedales. No tenía una complexión atlética, más bien era pequeño.
Acababa de ver pasar a don Cipriano y Marisa, entrando y cogiendo el ascensor juntos, desde la puerta sala de audición del entrante del hotel, al momento que la abría.
Los miro con cara de extrañeza, pero tenía asuntos más importantes en su privilegiada cabeza.
Ahora tenia los codos colocados encima de las teclas y observaba mirando, con sus manos puestas delante de su nariz en posición de orar, en dirección a la supuesta partitura.
Pero no lo era. Era un contrato de Austria Company, de dos años de duración, por una gira por toda Europa.
Andrés era tímido e introvertido.
Llevaba una vida hecha a su medida como por el mejor sastre de valencia.
Tranquila, tal y como es él y con música, mucha música. Su maestro don Cipriano, que tras el fallecimiento de su padre, cuando Andrés apenas tenia edad para conocerlo, supuso el ejemplo educativo que los niños buscan en sus padres y su Madre, ¡qué cuanto la quería!, estaban y habían estado realmente cerca.
Si se iba, estaría mucho tiempo sin ver a ninguno de los dos y además no podría finalizar sus estudioso, le quedaban dos años para obtener la máxima titulación académica en el mundo de la música.
El asunto fue tan rápido, pues la gira ya estaba organizada desde hacia unos meses, y tras asistir a estos conciertos dados por Carmen y por Andrés, el director y organizador del evento quiso, pues había sitio y función que éste último, se fuera con ellos. Le veía mucha calidad y futuro.
Pero !eran dos años¡, sí, pero¡también era una buena oportunidad!
Continuaba con la mirada estática, clavada a mitad de las hojas del contrato posicionadas como si fuese una partitura pero con los ojos totalmente desenfocados, pensando en lo indeciso que estaba.
Justo en aquel momento sintió una mano encima del hombro.
- Vamos, mi genio, sal del estado de trance en el que te he pillado y guarda las hojas del contrato o dejalas en un sitio más discreto, jovencito.
Era Pedro, que continuaba andando por la vida como si todos los problemas que en el mundo hay, no fueran con él.
Con una gran sonrisa, se sentó a su vera en la butaca del piano.
- Qué, ¿calculas o decides?-le pregunto.
- Decido – le contesto.
La noche de Madrid era fría aquella noche. Pedro llevaba un, algo ceñido, suéter ligero, de lana fina y mientras se alejaba algo de Andrés y se quitaba el suéter, apareció una camiseta azul clarito, que llevaba de manera simplista y angular el dibujo de un escenario, en la que ponía, “El teatro de los perdidos”. Andrés, señalándolo, le dijo
- ¿Vienes ahí?
- Sí, no soy de esta bella ciudad, pero mi trabajo me lleva a toda España y me relaciona con mucha gente de diferentes ámbitos del espectáculos. Esta camiseta es publicidad de un teatro donde tengo unos amigos que he ido a ver. Lo suyo es algo estrambótico, radical, diferente. Está muy bien, pero bien saben que no se comerán una rosca, pero de momento lo mantienen con su ganancias propias del espectáculo y se lo pasan francamente bien. Es magnifico y divertido.
- Y tu genio – así lo venía llamando casi desde el principio- ¿qué dudas tienes?
- No sé si estoy preparado para la gira, de la nada, de la máxima tranquilidad, a irme a las prisas y la tensión de una larga gira. Estoy pensando en si quedarme en Valencia, al lado de mi madre y seguir acabando mis estudios, los dos años que me quedan. No sé si perderé una buena oportunidad.
Pedro sonrió, se levanto y le fijo esa mirada que tenía siempre en la cartuchera y que decía, que nadie se preocupe que yo tengo la solución.
- Mira, Andrés, tus virtudes no son un hecho puntual, es decir, tu genialidad será la misma y valdrá igual ahora que dentro de dos años y el mundo de la música clásica es en el que menos circunstancias puntuales, es decir, estar en aquel lugar y ese momento, actúan. Si eres bueno, llegas.
- ¿Y tu madre y don Cipriano? - Le preguntó Pedro.
- Sí, ahí está la otra cuestión, mi madre esta algo mayor y sola, pero sobre todo es que vivimos muy bien juntos. Con don Cipriano, aun me queda bastante que aprender.
- Pues Andrés – le dijo Pedro, poniéndose de pie y “calzándose” el suéter – como decía en ocasiones en tono jocoso- yo si fuera tú, es decir, me repito, yo si fuera tú, haría las maletas, pero para volver de Madrid a Valencia. Seguir metiendo los pies bajo las camillas de la mesa del comedor en las noches de invierno mientras ceno con mi madre, irme a nadar en el mar de valencia y pegarme, tal y como me has contado largos paseos con don Cipriano, camino de vuelta a casa tras las clases de música.
Mira, yo vivo en la carretera y te garantizo que lo que me apetece en muchas ocasiones sería tener unos años de juventud, tranquilos y fructíferos como los tuyos pueden ser.
No tengas prisa por vivir, tú vales, independiente de los antes o los después.
Sonrió otra vez, mientras se giraba y comenzaba andar hacia las puertas de la sala, extendió sus manos para abrirla, parándose antes un momento y diciéndole.
- Maestro, he disfrutado mucho con tus interpretaciones – se sonrieron los dos y se fue.
Andrés se volvió a quedar solamente acompañado por sus pensamientos.
Pedro le había dado existencia a una posibilidad que el no se atrevía a tomar.

Estuvo algunos minutos más mirando el contrato, hasta que lo cambio por una partituras de unas Cantatas de Bach.

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