Pero
¿alguien o alguna leerá las lineas que para ellos he escrito?
¿Serán
palabras que sólo valen para calmar al espíritu del que las
escribe?
¿Tendrán
alguna validez más que cubrir el ánimo del que pulsa las teclas?
El
acto de la perdición es sinónimo del escribir.
Si,
no estás sujeto a grandes campañas publicitarias de los escritos,
más un gran e inmenso esfuerzo del escritor por escribir una gran e
inmensa obra también, la valorización de los escritos, es triste y
pobre.
El
desinterés es máximo, la incomodidad amplia, la dejadez acecha, la
apatía construye su casa sobre el teclado y la inacción de los
lectores, cristaliza y se inmoviliza en el corazón del escritor.
Maldita
sea el mal de escribir para un público y no para los aplausos de tu
alma.
Mis
dedos deambulan al rededor de la tecla de enviar le escrito, dudando
el motivo de hacerlo.
Escribir
¿para qué?
Escribes
desde la soledad, autosuficiencia y juicio propio y pretendes el
reconocimiento externo.
La
valoración de cualquier obra incluye demasiados aspectos externos al
propio escritor que banalizan el acto por situarlo entre los dedos de
la suerte.
Sólo
y únicamente se escribe y tiene sentido hacer para los otros, para
los demás, para todo aquel que no seas tu, para cualquier linea, red
o grupo en el cual tu escrito flotará y recorrerá los lugares, con
la única esperanza y el gran secreto, que sólo tú conoces,
respecto a la inmensa apreciación de ellos, por un lector que no te
quiso decir que te seguía y que jamás te dirá lo que disfrutó
leyéndote.
La
escritura es el acto propio de una ilusión, sola hecha realidad por
una barita de una maga que está fuera de la pluma que dibuja las
letras.
¿Perderé,
en algún momento, el látigo, en forma de escritura, que saca, de
manera violenta, mis ideas e inquietudes formadoras?, ¿me rendiré
ante la inocencia y futilez del acto de escribir?, ¿me cansaré de
sólo oír el eco de mis inquietudes?
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