jueves, 14 de enero de 2016

EL CAFÉ Y LA LOCURA DE LA ESCRITURA




- Pedro ¿tú crees que son locuras mis reflexiones y conclusiones?
- Bueno, Andrés, todo dependerá de lo entiendas como tales, como locuras.
- ¿tiene, estas locuras, una forma o manera concreta? -le insistió.
El cielo estaba especialmente gris y pesado y esa pesadez y su tono grisáceo habían invadido también el edifico de la editorial y el café. A un ritmo más lento pero también más acompasado, habían entrado Pedro y Andrés hacia su rincón, bien vigilado por el destino, en la barra del bar.
- Pedro, la escritura es una traición, una trampa, es la cárcel.
- ¿Qué me dices?
- Lo que oíste, amigo. Cuando decides reaccionar ves la distancia de lo escrito a lo cotideaneo. Fuera de la escrituras es más fácil aceptar como normalidad lo que se asocia como tal en la palabra correcto.
- ¿Es la distancia, la  locura que tanto nos intriga y desconcierta? ,Andrés.
- Sí.  Cuando escribes, la notas y la sientes. Notas y sientes  la distancia, notas y siente la locura.

Ambos dos giraron sus butacas, hasta enrolarse cara al espejo de detrás de la barra. El poleo y el café humeaban  delante de ellos. Hoy el barman pasó ante ellos. Tenían la cara sombría, y esto no era habitual.
- ¿Vas a dejar de escribir? – le dijo Pedro a Andrés un tono muy bajito y lleno de temor.
- No, no, amigo. Lo que cada vez tengo menos claro es a quién escribo y cómo hacerlo entonces.
- ¿Por qué?
- Leo mis escritos, observo mis peculiaridades y entiendo, que sólo unas pocas personas encontrarán su significado y belleza. Pero, y no te equivoques, no por su capacidad de actuar, sino por la particularidad del escrito.
- ¿Son locuras ante la mínima atracción desde la normalidad? – dijo Pedro, con tono serio.
- No, háblame de distancias y no me clasifique a estas barbaridades y sinsentidos que nos rodean , como normalidades.
Pedro siempre había conocido a Andrés como un apasionado escritor, emocionado con la interacción con los lectores y encontrase realizado al hacerlo. Pero llevaba un tiempo algo confuso y distante. Pedro siguió insistiendo  entorno al tema, en el que el sabía que estaba el problema, al final lo consiguió.
- Pero ¿se reían de ti a sabiendas?
- No, pero me da igual. Les llegó a sus manos las copias de algunos de mis escritos, firmados con sinónimos y, a dos metros míos, hicieron unos comentarios realmente duros.
- ¡qué no te altere, Andrés, los gritos en la jaula de los monos!
- Sí,  pero estoy, bueno, estamos condenados a vivir con esos monos.
Pedro estaba algo preocupado ya. Empezaba a sentirlo, él también, al estar enrolado en el asunto de las diferencias . El acto de la reflexión intelectual era, al menos  la más visible.
- Mira, Andrés,  mentalízate, los grandes escritores se reconocen cuando se mueren – lo dijo con una gran sonrisa, hasta que el mismo se arrepintió de haberlo hecho.
La gente comenzaba a irse a casa, eran las ocho y cuarto. En diferentes grupos producto de los mismos departamentos en la editorial,  fueron saliendo paulatinamente. El gris y la apatía nadie se la llevaba. Todavía Pedro, rumiando su error, vio como Andrés levantaba la cara y le miraba con los ojos, esos que dan siempre alegría.
- Sabes,  amigo, ni la felicidad ni el reconocimiento del valor de tus actos puede estar en terceros. Trato de llevar, en el comportamiento externo, una vida repetitiva con el resto, ahora bien, cuando dude sobre mi mismo, la haré  extensiva, esta duda personificada, hacia todas los opiniones.
- Siempre podrás decirles que tienen razón,  aunque tú sepas donde está la verdad – le dijo Pedro, asistiendo sinceramente y dime, ¿vas a seguir escribiendo o no?
- Sí,  y ya lo había decidido antes de la conversación ahora, lo haré a mi forma y manera,  enloquecido con elementos externos, trastornado con las conclusiones, alienado por mis profundas ideas.
- Pero Andrés, ¿a  quién irá dirigido el escrito?
- ¿Qué tengo que pensar en el posible lector?
- Sí, esto es básico.
- Y problemático. Jamás escribo más que en el sueño de la inspiración, pues y además, la preparación y demás acciones y trabajos de este arte, me pueden.
- Entonces, ¿qué buscas?
- Un comentario al escrito, que me saque de la soledad del error y me lleve a la fiesta de la locura colectiva.
Siguieron hablando hasta tarde. El asunto  les gustaba y emocionaba.
Ya de camino a la puerta, el barman se dirigió a los dos y les dijo, con una gran sonrisa de ironía
- ¿Así pues decís que no es la recompensa económica la que lleva a la gente a escribir?
Siguió riéndose mientras bajaba la cabeza hacia la barra del bar, mientras los dos salían del bar, juntos, seguros, pero, sintiendo, a sabiendas, del mal de la incomprensión ante la diferencia.

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