Las
caravanas de camellos, subían y bajaban las dunas del desierto,
siguiendo el horizonte.
Epilio,
estaba viajando camino de las pirámides.
El
iba con cuatro animales, cargando sus enseres y servidores.
Su
padre, oriundo de Tiro, Fenicio, ganaba mucho dinero en el comercio
de todo tipo de productos a lo largo de todas las costas que el mar
Mediterráneo bañara. Las aguas del mar habían sido su casa.
Aquella
vez, decidió ir a conocer una de las maravillas del mundo y que a
sus 37 años no había ido a verlas todavía. Habiendo hablado con
las autoridades del imperio Egipcio, el viaje era muy tranquilo.
Las
empezó a distinguir entre la distancia y la sensación de inmensidad
ya era patente.
Tardaron
muchas horas, desde el momento al que las vieron, hasta que llegaron
a sus pies.
Jamás
había visto nada semejante.
Emocionado
estaba del impacto.
Bajo
del camello. Se quedó a cierta distancia para poderla apreciar en su
totalidad y allí mismo, sentado a unos 10 metros había un hombre
moreno de pelo rizado, alto, fuerte, sentado en la arena, con los
brazos apoyados en las rodillas. Permanecía muy quieto. A su lado
sólo tenía una pequeña barita de madera plantada y un gran rollo
de cuerda fina. Por curiosidad se acercó.
Epilio
le habló en Griego. Lo había estudiado y trabajado. Había recibido
una buena y gran educación propia de una gran familia adinerada.
Desde el estrecho del fin de los mares y el mundo, hasta cada rincón
del mediterráneo, un barco comercial Fenicio te ibas a encontrar
Se
presentaron. Vieron que eran de unas tierras cercanas, de Mileto a
Tiro y se intercambiaron unos agradables saludos
-
¡Que espectáculo! - dijo Epilio
-
Sí, realmente impresionante – asintió Tales.
-
Me imagino cuando, hace más de 1500 años, miles de hombres dentro
de una organización monstruosa, como una gran máquina viva, la
fueran construyendo, ¿no?
-
No, yo no lo veo así
-
¿Cómo?
-
Es la proporción invariable, necesaria y absolutamente insensible,
de las relaciones entre los puntos del espacio. Esto, cuando las
miro, lo veo.
En
la educación que había recibido Epilio, había sido versada en unas
características principales, aprender a hablar diferentes lenguas
pues para el contacto con varias culturas eran necesarias, principios
administrativos y navegación, mucha, pero apenas había recibido más
que educación mística y mítica en cuanto a la ontología y
funcionamiento del mundo, de ahí que alusiones a nociones abstractas
la trajeran curiosidad.
-
¿de qué me habla?
-
De la Geometría
-
Y eso ¿de qué vale?
-
Lo vas a ver.
Tales
estaba sentado en el lugar hacia el que avanzaba la sombra de la
pirámide. A su Izquierda tenia el palo clavado que observaba con
atención, en un momento dijo
-
Epilio, ¡rápido!, clava esta estaca allá donde esté la sombra de
la pirámide. – Epilio no estaba habituado ni permitía que nadie,
salvo su padre, le diera ordenas, pero estas eran diferentes, habían
la ansiedad del experimento.
Una
vez hecho esto. Ató la cuerda y desenrrolándola poco a poco
comenzaron a andar hacia la pirámide. Detrás de ellos dos y a una
distancia, iba el grupo de la servidumbre. Tales viajaba solo.
Hablando iban y en un momento de la conversación, tales dijo.
-
Mira, hijo de los comerciantes, de aquellos que vivís con el
intercambio de verdaderamente valiosas mercancías, dejame que te
diga que la razón no solo se encuentra en la suma de monedas de tu
padre, sino también en los vientos que empujan las velas de sus
barcos.
Epilio
rió
-
Tales, tales – aun siendo mas mayor que Epilio, habían cogido
cierta comodidad de conversación-, sabes igual que yo, que el mundo
vive y funciona por el capricho y deseos de los dioses. Los vientos
no son más que los cánticos de dolor de Otilina.
-
Hay una manera de explicar y comprender el mundo sin que ningún
hecho azarosa lo encontremos. Hay una razón, un orden existente en
el cosmos.
Epilio,
aun horas hablando con Tales, años debía de estar para tener una
visión aproximada a la que tenía Tales. Atado al capricho de la
naturaleza no podía concebir un orden existente en ella.
Continuaron
hablando, debatiendo la racionalidad o el estado caprichoso de la
naturaleza.
-
Bueno, ¿y esto de la cuerda?
-
Para medir la altura de las pirámides.
Lo
que había empezado como una gran conversación, agradable e
interesante, iba perdiendo interés para Epilio ante las
excentricidades de Tales.
-
Y ¿qué relación que tiene un punto que has dejado marcado, allí,
en la nada, una cuerda hasta los pies de la Pirámide y su altura?
Siguieron
andando sin que tales contestara, mientras llegaban a la base de la
pirámide. Tales, calculó la distancia desde el lateral hasta el
centro para sumársela a la medida de la cuerda y le dijo.
-
Epilio, quiero que sepas, como segunda persona en el mundo, detrás
de mi, pues no lo sabrían ni los constructores de ellas, que la
altura de esta pirámide, Keops, es de 146 metros.
-
¿cómo?
-
Pues planté la estaca en el punto de la sombra de la pirámide
cuando la sombra del palito de mi izquierda era igual a su altura.
Ley extensible a todos los objetos. Proporciones aritméticas que no
son capricho de los Dioses.
Se
despidieron con cordialidad, sonrisas y extrañeza por parte de
Epilio cuando veía irse a tales.
Al
día siguiente subió a los camellos camino de las pirámides.
Unas
grandes telas blancas que cubrían su cabeza y con el viento,
caliente, pero engañoso con su frescor, mientras llegaba a lugar
donde ayer estuviera con tales. Allí estaba el palito, la estaca y
la sombra de la pirámide. Emocionado también, vio como todo iba a
punto de encuentro. La sombra de la pirámide. hasta estaca, y la del
palito hacia su altura dibujada en la tierra. En el momento en el que
la sombra del palito marcó su altura, la sombra de la pirámide
llegó hasta la estaca. De cuclillas se puso, mientras observada,
mirando con cara de complejidad, el palito, las sombras, las
pirámides, las alturas, lo circundante, preguntándose si realmente
todo el funcionamiento de aquello que le rodea puede estar
determinado y encauzado por unas reglas impuestas por la razón, como
es la, llamada Geometría por, este, sí, Tales, Tales de Mileto.
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