Afortunadamente
que nunca me casé, ni procreé hijos y, con tranquilidad y suavidad,
mis padres murieron.
Con
mis dos hermanos, él y ella, tenemos una relación magnifica, aunque
apenas nos veamos a lo largo del año.
Tengo
mi vida cogida por los cuernos.
Ayer
ocurrió lo que más tarde o más temprano estaba predestinado a
ocurrir.
Cogí
la puerta y sin rencores pero con pena y entre la sorpresa de mis
compañeros, les dije que me iba.
-
¿A donde?
-
Allí donde me sienta libre.
Sonrieron
con cara de incomprensión y entre la envidia, por mi posibilidad de
dejarlo todo, me vieron irme de allí.
Tenía
algo de dinero ahorrado, como para poder estar algunos meses buscando
un trabajo, total, absolutamente, determinantemente, diferente al
tenido hasta ahora e irme, a la par, bien lejos de la ciudad, soñando
que pudiera también vivir sin televisión ni radio.
Estaba
absolutamente saturado del mundo moderno occidental.
Necesitaba
irme.
Era
consciente de la locura de mi acto y de la debilidad de mi persona
por no poder soportar todas estas contaminaciones humillantes que mi
alma y mi cuerpo aguantaban en la polis.
A
la salida del trabajo, Carmen me alcanzó en la entrada del ascensor
y mientras se cerraban las puertas, me cogió de la mano y me dijo
-
Vámonos.
Temblando
y mirando sus ojos negros carbón le contesté.
-
No, me iré sólo. El problema es mio con el mundo. Tengo, como
efecto de mi locura, que todos estamos equivocados y engañados.
Fue
duro, pero justo y necesario.
He
trabajado, bueno hasta esta mañana, en un gran despacho de Abogados.
No era una primera figura, pero sí soy y estoy considerado como un
buen abogado, pero la mentira, la hipocresía y la falsedad me
impedían tomar aire y respirar con tranquilidad allí.
Estoy
sano y fuerte. No tengo deudas. El piso y el coche son míos. Apenas
necesito unos pocos ingresos para vivir. Sólo quería encontrar
algún trabajo que me permitiera pagar la seguridad social. Nada más
quiero tener, pero mucho más, quiero no tener.
La
gente falsea totalmente y no es capaz de plantearse sus intenciones.
Falsean ante las situaciones impuestas. Pocos son los, las que son.
Aquel peinado, esa zapatillas, para esconder sus corazón y sus
ideas, tras una imagen que se coma y devore al pequeño espíritu.
Quiero
irme a un pequeño pueblo.
Claro,
el problema es la despoblación de ellos.
Quiero
leer, escribir, pero necesito amigos, de mi edad, contertulios
entregados, enemigos intelectuales y afables conversadores.
Aquella
tarde, cuando dejé las oficinas noté que el ritmo biológico, ya,
le había bajado.
El
paso se hizo más decadente, mi cabeza comenzó a relajarse, mi relog
empezó a dejar de funcionar, las angustias y penas de sus compañeros
habían desaparecido, mi única persona en mi preocupación me había
trasformado, en minutos, en un investigador más que un sufridor.
Era
la libertad de la soledad.
Sé
que esto era hoy pero no mañana.
Quiero,
debo, la vida me ha recetado, huir rápidamente de aquel agujero,
basado en la falsedad de lo que me rodeaba.
Los
intereses del tipo que fuera, físicos, monetarios, psicológicos,
sociales y demás, habían florecido y ocupado todo el valle de la
sociedad humana.
El
egoísmo propio escalaba por mi espalda cada mañana camino del
trabajo.
Tengo
55 años y no era una decisión de un joven iluso y engañado, sino
la decisión de un adulto, totalmente consciente pero engañado
también.
Ante
el temor, miedo y ninguna intención del cambio de los ritmos,
aspectos, ideas, funciones, maneras e intereses y prioridades propias
de la sociedad, decidió dejarla.
Me
había propuesto al jefe de supervisión, amigo y conocedor de mis
ideas, trabajar desde la lejanía formalizando los informes que
después se habrían que trasmitir a los clientes.
Al
final me dijo que sí.
Alquilé
mi apartamento y con mi coche, salí de la ciudad en búsqueda de
aquel pueblo.
Lo
que todos tomáis con la normalidad, a mi ésta no me llega así.
Me
subí a mi barco y desplegué la velas de la libertad.
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