sábado, 2 de enero de 2016

DESPLEGANDO LAS VELAS DE LA LIBERTAD



Afortunadamente que nunca me casé, ni procreé hijos y, con tranquilidad y suavidad, mis padres murieron.
Con mis dos hermanos, él y ella, tenemos una relación magnifica, aunque apenas nos veamos a lo largo del año.
Tengo mi vida cogida por los cuernos.
Ayer ocurrió lo que más tarde o más temprano estaba predestinado a ocurrir.
Cogí la puerta y sin rencores pero con pena y entre la sorpresa de mis compañeros, les dije que me iba.
- ¿A donde?
- Allí donde me sienta libre.
Sonrieron con cara de incomprensión y entre la envidia, por mi posibilidad de dejarlo todo, me vieron irme de allí.
Tenía algo de dinero ahorrado, como para poder estar algunos meses buscando un trabajo, total, absolutamente, determinantemente, diferente al tenido hasta ahora e irme, a la par, bien lejos de la ciudad, soñando que pudiera también vivir sin televisión ni radio.
Estaba absolutamente saturado del mundo moderno occidental.
Necesitaba irme.
Era consciente de la locura de mi acto y de la debilidad de mi persona por no poder soportar todas estas contaminaciones humillantes que mi alma y mi cuerpo aguantaban en la polis.
A la salida del trabajo, Carmen me alcanzó en la entrada del ascensor y mientras se cerraban las puertas, me cogió de la mano y me dijo
- Vámonos.
Temblando y mirando sus ojos negros carbón le contesté.
- No, me iré sólo. El problema es mio con el mundo. Tengo, como efecto de mi locura, que todos estamos equivocados y engañados.
Fue duro, pero justo y necesario.
He trabajado, bueno hasta esta mañana, en un gran despacho de Abogados. No era una primera figura, pero sí soy y estoy considerado como un buen abogado, pero la mentira, la hipocresía y la falsedad me impedían tomar aire y respirar con tranquilidad allí.
Estoy sano y fuerte. No tengo deudas. El piso y el coche son míos. Apenas necesito unos pocos ingresos para vivir. Sólo quería encontrar algún trabajo que me permitiera pagar la seguridad social. Nada más quiero tener, pero mucho más, quiero no tener.
La gente falsea totalmente y no es capaz de plantearse sus intenciones. Falsean ante las situaciones impuestas. Pocos son los, las que son. Aquel peinado, esa zapatillas, para esconder sus corazón y sus ideas, tras una imagen que se coma y devore al pequeño espíritu.
Quiero irme a un pequeño pueblo.
Claro, el problema es la despoblación de ellos.
Quiero leer, escribir, pero necesito amigos, de mi edad, contertulios entregados, enemigos intelectuales y afables conversadores.
Aquella tarde, cuando dejé las oficinas noté que el ritmo biológico, ya, le había bajado.
El paso se hizo más decadente, mi cabeza comenzó a relajarse, mi relog empezó a dejar de funcionar, las angustias y penas de sus compañeros habían desaparecido, mi única persona en mi preocupación me había trasformado, en minutos, en un investigador más que un sufridor.
Era la libertad de la soledad.
Sé que esto era hoy pero no mañana.
Quiero, debo, la vida me ha recetado, huir rápidamente de aquel agujero, basado en la falsedad de lo que me rodeaba.
Los intereses del tipo que fuera, físicos, monetarios, psicológicos, sociales y demás, habían florecido y ocupado todo el valle de la sociedad humana.
El egoísmo propio escalaba por mi espalda cada mañana camino del trabajo.
Tengo 55 años y no era una decisión de un joven iluso y engañado, sino la decisión de un adulto, totalmente consciente pero engañado también.
Ante el temor, miedo y ninguna intención del cambio de los ritmos, aspectos, ideas, funciones, maneras e intereses y prioridades propias de la sociedad, decidió dejarla.
Me había propuesto al jefe de supervisión, amigo y conocedor de mis ideas, trabajar desde la lejanía formalizando los informes que después se habrían que trasmitir a los clientes.
Al final me dijo que sí.
Alquilé mi apartamento y con mi coche, salí de la ciudad en búsqueda de aquel pueblo.
Lo que todos tomáis con la normalidad, a mi ésta no me llega así.
Me subí a mi barco y desplegué la velas de la libertad.

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