Me muero de risa todas aquellas veces, que alguien se asoma a mis pensamientos y me afirma que el tiempo es el paso de los días.
Enfilado, recordaba la más larga noche de mi vidas esperando aquella noticia. El tiempo se dilató, se hizo eterno. Los minutos se desparramaban por las paredes de mi espera, como lágrimas, que tardaban un infinito para llegar al reloj que estaba en el suelo.
Y deliraba de alegría, cuando las horas se me escapaban por entre los dedos y bien lejos que se iban en cada sonrisa de esa misma noche cuando llegué.
Me rio de aquellos que no comprender que el tiempo, como usualmente se conoce, no existe para las personas.
Tratamos de darle una realidad, cuando como siendo algo físico, construimos el tiempo personal y humano como el movimiento de los objetos.
El tiempo no lo sentimos por el paso de los días ni por los kilómetros recorridos.
El tiempo en el ser humano es una sensación, su única realidad está en la consciencia, en el espíritu.
¡Cuánta diferencia en peso y en espesor, de aquellos largos dos minutos del autobús que no llegaba cuando tenía tanta prisa y los dos mismos minutos, que se diluyeron en la nada mientras aquella canción acababa ¡
-Bueno, bueno, esto es una evidencia, algo natural, explicable y que todos sabemos – me dijo aquel- , no te vayas más lejos.
- No, no – le dije- es un elemento constitutivo fundamental en nuestra constitución Antropológica. Hay que trabajarlo, estudiarlo como elemento definitivo y definitorio sobre la persona.
- ¿El tiempo como el movimiento de los objetos o como sucesión de acontecimientos?
- No, tampoco, la diferencia es cualitativa y, por tanto, dimensional entre las dos operaciones. Las diferentes sensaciones del tiempo y el movimiento físico.
- ¡va¡, ¡otra tontería ¡ - me dijo el de siempre.
- Sí, allá donde tú te mueves, sí.
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