Hacia frío.
El
invierno liado estaba con problemas internos y los llevaba locos a
todos sus usuarios.
De
un calor inusual a principios de Enero a un frio, como venganza, a
sus finales.
Cerrando
rápidamente la puerta del café, entró Andrés en éste.
No
habían llegado, sin repetir, juntos como siempre y Pedro estaba ya
en su, ganado por presencia nada más, lugar de la barra.
Andrés
andaba rápido frotándose la manos, por el frio, con movimientos
alegres
-
Pedro
-
Andrés
-
Vienes contento ¿eh?
-
¡tenias que haber visto a Juan, cuando se ha dado cuenta que el
único lugar que no había repasado de la tintación de la impresora,
haya tenido los problemas! - continuó riendo-, le ayudé y hemos
acabado la impresión en lo planeado.
-
¿La contraportada del libro de Hernestro Calanonia?
-
Sí, venga, me voy a tomar un chocolate calentito.
A
Pedro era más complicado adivinar sus emociones por los gestos
comedidos con los que actuaba, pero paulatinamente, en esta pequeña
conversación banal, su rostro se llenaba de dudas.
-
Andrés, te conozco – siempre algo desde la distancia al erguir su
espalda- más que a mi mujer y no puede ser que un acontecimiento que
aboga por los tantos por cien y acción, como el de la única
posibilidad de que la tinta fallara, ocurriese y tú no me vinieras
sobre la acción siempre incalculable de la vida, el capricho y la
injusticia de las probabilidades....”la vida es una tómbola”....me
dices en ocasiones.
Andrés
sonrió ampliamente mientras sus ojos se abrían con amplitud y
sinceridad.
-
Cuando me he encontrado hoy mismo, amigo, meditando sobre lo
incontrolable que es, por definición, el resultado final de las
operaciones en las cuales haya un elemento humano sumado a la
necesaria calculabilidad máxima física, me dije, hoy no, al menos
hoy no. Mi ansiedad resolutiva iba a quedarse en el baño.
Rieron
los dos mientras se giraban a tomarse, uno el poliol y el otro el
chocolate.. estaban bastante acostumbrados, mejor, era su forma de
actuar, intercalar intervenciones reflexivas profundas en una
conversación cotideanea.
-
Y Juan, dentro de su gran espíritu perfeccionista, jodido, seguro.
-
Sí – le dijo mientras cogía la taza del chocolate.
-
¿Qué estas cansado del mundo de la razón, de la búsqueda de las
explicaciones?
-
No, Pedro, estoy buscando el poder sumergirme al menos en ocasiones,
a momentos en los que mi mente descanse y puede ser capaz de
observar, sin inquietud de conocer. Vivir la vida sin preocuparme
por ella.
-
Bueno, Andrés, quizás eso no sea una elección que tú ahora,
buenamente , decidas.
-
¿Qué me dices?
-
Que me parece, amigo, que como no comiences a trasformar tu
naturaleza, siempre tendrás las mismas inquietudes a solucionar.
-
No estoy de acuerdo contigo, Pedro, sí que tengo voluntad para
expulsar de mi cabeza todo pensamiento que vaya más allá de la
propia aplicación y solución inmediata.
-
Andrés, si no quieres que sean tus genes, será tu educación o
circunstancias, pero tu alma inquieta y reflexiva sobre lo
circundante, ya no lo tienes como un hecho electivo.
-
Tú también reflexionas bastante
-
pero...
-
sí, pero de forma menos obsesiva que la mía, vale.
Andrés
sabía que la ignorancia es en muchas ocasiones sinónimo de
felicidad.
Andrés
sentía el peso de la eternidad reflexiva.
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